El cielo de Tomeo
Javier Tomeo andar¨¢ persiguiendo lagartijas con alas por el cielo de Quicena, pero unos cuantos le vimos alcanzar su cielo teatral veinticuatro a?os antes, en Par¨ªs. En aquella ¨¦poca Tomeo se convirti¨® en un dramaturgo de moda en media Europa sin escribir una sola funci¨®n, lo que tiene much¨ªsimo m¨¦rito: directores como Jacques Nichet, Jean-Jacques Pr¨¦au, F¨¦lix Prader o Carles Alfaro adaptaban sus estupendas historias. O Jos¨¦ Mar¨ªa Pou, que puso en escena y protagoniz¨® mon¨®logos tan esencialmente teatrales como El gallitigre y El cazador de leones. ¡°Tomeo es dramaturgo sin saberlo¡±, dec¨ªa Pou. Y no solo eso: detestaba el teatro, se largaba a los 10 minutos o se quedaba frito, aunque reconoc¨ªa: ¡°Yo era una calabaza y el teatro me ha convertido en una carroza¡±. Lo que a ¨¦l le gustaba era el rito, la oscuridad de la sala, la subida del tel¨®n, las tertulias de despu¨¦s, y, decididamente, las actrices.
Amado monstruo fue su lanzamiento. Vi tres veces aquella obra: dos en franc¨¦s (Monstre aim¨¦), en B¨¦ziers y en Par¨ªs, y unos meses m¨¢s tarde, ya en castellano, en Zaragoza, protagonizada por Pou y Vicente D¨ªez.
A B¨¦ziers fuimos con la misi¨®n secreta de entregarle a Tomeo un ajo bendecido por su cham¨¢n, el brujo Ramoncito. Deb¨ªa de tener muchos poderes aquel ajo porque su onda expansiva lleg¨® hasta el Th¨¦?tre de la Colline de Par¨ªs, donde tuvo lugar el verdadero prodigio, la noche del 13 de enero de 1989. Teatro llen¨ªsimo, desbordado. ¡°Ha venido¡±, nos dicen, ¡°todo Par¨ªs¡±. Nos han sentado en la fila de autoridades, junto a Lavelli, director de la Colline, y Jack Lang, entonces ministro de Cultura franc¨¦s. Los protagonistas son Charles Berling y Jean-Marc Bory. La acci¨®n se desarrolla en el despacho del jefe de personal (Bory) de un banco de relumbr¨®n, al que acude un muchacho (Berling) en busca de su primer empleo. El despacho, forrado de maderas nobles, est¨¢ situado en un piso alto, muy alto, como advertimos por las nubes que cruzan un enorme ventanal. El match Bory-Berling est¨¢ en su punto culminante cuando creo ver a Tomeo cruzando tras el ventanal, literalmente caminando entre las nubes. ?Es una alucinaci¨®n? En todo caso una alucinaci¨®n colectiva, porque todos los de la fila nos miramos para confirmarla, momento en el que Tomeo, oh maravilla, vuelve a cruzar, tan pancho, en direcci¨®n contraria. Ahora no hay duda: lo hemos visto, lo hemos visto. ?Un toque a la Kantor, decidido a ¨²ltima hora por Nichet? No: Tomeo, Tomeo puro. Ya en B¨¦ziers, nos contaron luego, andaba loco de amores por la regidora del montaje, y como se aburr¨ªa en el estreno, seg¨²n su costumbre, se qued¨® entre cajas y fue a por ella, sin darse cuenta de que cruzaba el ventanal y que su corpach¨®n era perfectamente visible desde el patio de butacas.
El estreno fue un exitazo. No se me olvida otro gesto, muy suyo: mientras arreciaban las ovaciones y los actores saludaban emocionados, Tomeo miraba el reloj, como si aquello no fuera con ¨¦l. Lo que realmente le importaba era llamar a su madre, como hac¨ªa cada noche, y no quer¨ªa que se le pasara la hora. De vuelta no dej¨¢bamos de hacernos dos preguntas capitales. ?Se lig¨® finalmente a la regidora? Y, casi tan importante, ?se dio cuenta de que aquella noche hab¨ªa pisado el cielo? Preguntas que, veinticuatro a?os m¨¢s tarde, siguen sin respuesta. Javier Tomeo escribi¨® libros memorables, como Amado monstruo, El castillo de la carta cifrada, Preparativos de viaje, El cazador de leones o Bestiario, pero sobre todo fue un personaje irrepetible, como si hubiera salido de una de sus novelas. Dudo mucho que volvamos a ver otro como ¨¦l: rompieron el molde.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.