El ¨²ltimo mameluco de Napole¨®n
El sirio Mois¨¦s Zumero, miembro de de la caballer¨ªa oriental de Bonaparte, particip¨® en todas sus campa?as y acab¨® como empleado de Correos
Los mamelucos no gozan de buena fama entre nosotros, b¨¢sicamente a causa de Goya, que los inmortaliz¨® como despiadados represores ataviados con sus desconcertantes ropajes orientales en la sucia lucha en las calles de Madrid el 2 de mayo. Pero esos ex¨®ticos jinetes ataviados con turbantes adornados con pluma de garza y rojos pantalones anchos ¡ªera fama que en cada pernera cab¨ªa un hombre entero¡ª y armados con cimitarras, carabinas y pistolas, tienen una apasionante y aventurera historia.
Se trajo unos cuantos Bonaparte de la campa?a de Egipto (donde eran los amos), tras vencerlos, como un souvenir de su gran sue?o oriental y los incorpor¨® a la ¨¦lite de su caballer¨ªa inmortaliz¨¢ndolos junto a sus h¨²sares, coraceros, dragones, cazadores y lanceros en los m¨¢s famosos campos de batalla de Europa. Su apariencia era magn¨ªfica y su valor y ferocidad legendarios. Los hab¨ªa egipcios, sirios, georgianos, ¨¢rabes y sudaneses negros, y con el tiempo tambi¨¦n se incorporaron al contingente franceses. Crearon moda en Francia. Los pintaron Gerard y Gros (adem¨¢s de Goya) y hasta inspiraron obras literarias, dramas y vodeviles.
Hoy la palabra mameluco tiene, qu¨¦ le vamos a hacer, cierta carga peyorativa ¡ªsobre todo en boca del capit¨¢n Haddock¡ª, pero a los m¨¢s rom¨¢nticos nos evoca una fascinante combinaci¨®n de coraje y seda, un galopar de colores deslumbrantes coronado por el rel¨¢mpago de plata de una hoja de Damasco blandida sobre la cabeza como una media luna mortal. No fueron muchos los de Bonaparte, unos centenares, apenas unos escuadrones, que tras su organizaci¨®n fueron encuadrados en el regimiento de Chasseurs ¨¤ cheval de la Garde, la cr¨¨me de la caballer¨ªa napole¨®nica. Pero disfrutaban de una belle r¨¦putation, fama de fiables, intr¨¦pidos y valientes y desde luego eran muy visibles, incluso entre los exuberantes atav¨ªos de la Grande Arm¨¦e.
Napole¨®n ten¨ªa debilidad por ellos y gustaba de hacerlos desfilar en todas sus ceremonias, como su coronaci¨®n. Les concedi¨® un ¨¢guila por el valor demostrado en la c¨¦lebre carga de la caballer¨ªa de la Guardia en Austerlitz ¡ª¡°nous allons avoir une affaire de cavalerie¡±, dijo el mariscal Bessi¨¨res¡ª, en la que fueron codo a codo con los chasseurs de Morland y los grenadiers montados de Ordener y en la que como un hurac¨¢n desbarataron a los coraceros y h¨²sares rusos, a los granaderos de Semenowski y todo lo que se les puso por delante.
Entre los mamelucos c¨¦lebres de Napole¨®n est¨¢ el pillastre de Roustam, que tom¨® a su servicio personal Bonaparte y que aparte de dormir en el suelo ante su puerta realizaba trabajillos para su amo. Se le acus¨® de estrangular a Pichegru y de asesinar al almirante Villeneuve (que en realidad se suicid¨®), as¨ª como de ser a la vez amante de Josefina y del corso¡ habladur¨ªas. Pero Roustam era m¨¢s un criado que un soldado ¡ªaparte de un cantama?anas, v¨¦ase sus Souvenirs (1911), llenos de autobombo y quejas por las faltas de pago¡ª, y, cobardica, dej¨® en la estacada a Napole¨®n cuando lo enviaron a Elba.
Los mamelucos que nos interesan aqu¨ª son otros, personajes valientes como Elias Masaad, sabre redoutable, ascendido a capit¨¢n tras cargar como un bravo en Eylau y que sumaba 17 heridas y tres costillas perdidas a causa de la metralla; Chahin, que captur¨® un ca?¨®n en Austerlitz, salv¨® al Chef d'escadron Daumesnil del populacho madrile?o el 2 de mayo y acab¨® su carrera con 40 heridas y habiendo visto morir cinco caballos bajo ¨¦l; o el irascible Ibrahim, que mat¨® enfurecido a varios parisinos que se re¨ªan en la calle de su aspecto extravagante, y que luego cay¨® prisionero mientras luchaba contra jinetes cosacos al desenroll¨¢rsele el turbante y cegarle, no sin antes haber dado cuenta de seis enemigos.
El mameluco que nos ocupa hoy, Mois¨¦s Zumero (1791-1873), fue uno de esos bravos tipos, particip¨® en 14 campa?as, lleg¨® a brigadier, y es tenido por el ¨²ltimo de los que sirvieron en el ej¨¦rcito de Napole¨®n. As¨ª lo acredita la l¨¢pida de su tumba en Lavaur, en el Tarn (¡°le dernier des mamelouks¡±, un t¨ªtulo digno de una novela de Victor Hugo) y la somera biograf¨ªa que le ha dedicado Th¨¦r¨¨se Blondel-Avron ¡ªMo?se Zumero, dernier mamelouk de la Garde Imp¨¦riale (Editions Cab¨¦dita, 2009)¡ª.
Ser el ¨²ltimo de algo tiene pedigr¨ª. Serlo de esa despampanante caballer¨ªa de los mamelucos confiere un aura especial a Zumero, de la estirpe de los valientes. Nacido en San Juan de Acre, Moussa Zumero Al'Coussa era miembro de una familia siria de ortodoxos griegos que serv¨ªan a los pach¨¢s otomanos y que se vio involucrada en las guerras de Bonaparte en Oriente. La madre, una hermana y dos hermanos de Mois¨¦s murieron durante la sangrienta toma de Jaffa por las tropas francesas en 1799. No obstante el chico, sediento de aventura, se enrol¨® como trompeta en los mamelucos del entonces primer c¨®nsul. Contaba solo ocho a?os. Al regresar Bonaparte a Francia, Zumero fue uno de los mamelucos que partieron con ¨¦l. En primera instancia, al reorganizarlos el general Rapp, el chico no encontr¨® cabida por demasiado joven. Pero logr¨® incorporarse, sirvi¨® en Espa?a de 1808 a 1812 con una interrupci¨®n en 1809 para combatir en Wagram. Fue de los mamelucos que arroparon a Napole¨®n en la famosa y ardua traves¨ªa del Guadarrama en medio de la ventisca y result¨® herido de un sablazo en Benavente. Le encontramos luego helado en Rusia ¡ª¨¦l, hijo de las ardientes arenas sirias¡ª y defendiendo el paso del ej¨¦rcito derrotado en el Ber¨¦zina. Zumero perdi¨® la mayor¨ªa de los dedos de los pies, congelados, pero no la fe en el emperador. Recibi¨® una citaci¨®n por su bravura al rescatar a su teniente de tres h¨²sares prusianos, matando a uno e hiriendo a los otros. Se bati¨® en Waterloo y sobrevivi¨® para afrontar, como uno de los orphelins de Napole¨®n, la represi¨®n y el terror blanco.
Mientras muchos viejos mamelucos ped¨ªan limosna, tuvo la suerte nuestro sirio de casarse en 1816 con una chica encantadora y de posibles, que adem¨¢s era pariente de Charlotte Corday y biznieta de Corneille. Zumero consigui¨® entrar en la Administraci¨®n y hacerse empleado de Correos. Un mameluco en Correos parece ya el t¨ªtulo de una pel¨ªcula de Louis de Fun¨¨s. Lleg¨® a director. Reclut¨® a los carteros entre los viejos soldados del imperio, disciplinados y capaces de hacer largas marchas. Hizo bien su trabajo como antes hab¨ªa bien luchado. Sus heridas ¡ªperdi¨® el uso de los pies¡ª y la inquina contra los antiguos bonapartistas le condujeron al retiro.
Muri¨® a los 82 a?os, caballero de la Legi¨®n de Honor, burgu¨¦s respetado. Pero si te acercas en silencio a su tumba en un rinc¨®n del sur de Francia, a 40 kil¨®metros de Toulouse, y prestas atenci¨®n puedes percibir a¨²n un remoto galopar de caballos, gritos y disparos. Sientes como un soplo la ola de gloria y de coraje y, al cerrar los ojos, avizoras el espect¨¢culo terrible y magn¨ªfico de la carga de los audaces jinetes de Oriente, mientras escuchas, at¨®nito y maravillado, la risa salvaje del ¨²ltimo de los mamelucos.
Babelia
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