El profeta que vino desde Saturno
Costaba captar el perfil de Sun Ra El m¨²sico no cre¨ªa en la exclusividad. Vend¨ªa sus grabaciones a otras compa?¨ªas
Esta serie estival se ha centrado en la ascensi¨®n y ca¨ªda de discogr¨¢ficas legendarias: Roulette, Chess, Vee-Jay, Atlantic, Specialty, Bang. La de hoy nunca compiti¨® con ellas: Saturn Records fue una disquera at¨ªpica. Apenas tuvo distribuci¨®n, no hac¨ªa promoci¨®n, desconoc¨ªa el marketing, exist¨ªa sencillamente para dar salida a la m¨²sica de su creador, el extraterrestre Sun Ra: entre 1956 y su muerte en 1993, Saturn edit¨® un centenar de ¨¢lbumes. Y abundantes singles, aunque eso merecer¨ªa cap¨ªtulo aparte.
Sun Ra no cre¨ªa en la exclusividad. Vend¨ªa sus grabaciones a otras compa?¨ªas ¡ªDelmark, ESP, BYG, Horo, Impulse!, Blast First, Praxis, Leo¡ª lo que convierte la aprehensi¨®n de su m¨²sica en una carrera de obst¨¢culos. Ya de por s¨ª, costaba captar el perfil de Sun Ra: un disco, un show pod¨ªan alternar escrupulosas recreaciones de swing cl¨¢sico con pasajes a pleno pulm¨®n, cercanos al free jazz. Todo filtrado por un humor particular, informado por una cosmogon¨ªa ¨²nica.
Cuesta entender las peculiaridades comerciales del sello de Sun Ra si no se asimila que ¨¦l y su banda, la Arkestra, viv¨ªan por debajo de la l¨ªnea de la pobreza. Constitu¨ªan una comuna at¨ªpica: asexual, Sun Ra deploraba las energ¨ªas que consum¨ªa el sexo; vetaba el alcohol y dem¨¢s drogas. El moralista que hab¨ªa detr¨¢s del artista intergal¨¢ctico se escandaliz¨® cuando convivi¨® en Detroit con sus admiradores, John Sinclair y los MC5, que apostaban exactamente por lo contrario.
Saturn era un anacronismo preindustrial. Ni siquiera obedec¨ªa a un orden cronol¨®gico para sus lanzamientos: cintas supuestamente vanguardistas tardaron a?os en salir; seguir la parad¨®jica evoluci¨®n de Sun Ra todav¨ªa supone un quebradero de cabeza. Pero nunca tuvo deudores: los discos se pagaban a tocateja, con entrega en mano. Todo muy artesanal: algunas portadas se rotulaban a mano. Cuando viajaban a Europa, no llevaban el producto acabado, para evitar tasas de aduanas: iban en cajas separadas los elep¨¦s y las carpetas; en el hotel, se ensamblaban antes de entregarlos a tiendas especializadas.
Naturalmente, en cada concierto se despachaban sus discos, a veces sin t¨ªtulos ni informaci¨®n. Tambi¨¦n vend¨ªan por correo pero no eran fiables: con escandalosa frecuencia, te mandaban referencias distintas de las que hab¨ªas pedido; sus obras m¨¢s apetitosas se agotaban y pasaban a?os antes de que se decidiera reimprimirlas.
Cierto que las frustraciones de los compradores no eran nada comparadas con las de los propios m¨²sicos. Los habituales de la Arkestra ya sab¨ªan que hab¨ªa prioridades: enamorado de las t¨ªmbricas futuristas, Sun Ra se apresuraba a adquirir costosos pianos el¨¦ctricos o sintetizadores. Los instrumentistas invitados deb¨ªan aguantar humillantes esperas antes de que el Gran Visionario aceptara pagarles los 20 o 30 d¨®lares prometidos.
Con el tiempo, lo que hab¨ªa sido un espect¨¢culo resplandeciente perdi¨® su fulgor. Atrezo y disfraces, sombreros y zapatos, todo mostraba el desgaste. En 1991, actuaron en el Central Park neoyorquino como teloneros de Sonic Youth. El p¨²blico, menos culto que los cabeza de cartel, no se sinti¨® impresionado: ¡°parece una orquesta de homeless¡±.
As¨ª que no, en la historia de Saturn apenas hubo dinero ni necesidad de abogados. S¨ª hubo pistolas, a pesar del pacifismo de Sun Ra. En los sesenta, cuando viv¨ªa en Nueva York, se ofreci¨® para tocar los domingos, tradicional d¨ªa de descanso para los m¨²sicos, en el Slug¡¯s Saloon. Result¨® todo un ¨¦xito: al Slug¡¯s sol¨ªan acudir los traficantes del Bajo Manhattan, con sus guardaespaldas; la abundancia de ¡°hierros¡± garantizaba un ambiente tranquilo (y un goteo de clientes, en busca de provisiones). Sin embargo, el Slug¡¯s se convertir¨ªa en un lugar maldito por algo tan terrenal como los celos: all¨ª fue donde una mujer despechada mat¨® al m¨¢s ardiente de los trompetistas, Lee Morgan.
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