Megaterio, el extra?o ¡®dinosaurio¡¯
Los restos de la bestia extinta en Am¨¦rica hace 8.000 a?os son un enigma de la paleontolog¨ªa El Museo de Ciencias Naturales expone el esqueleto recompuesto en Madrid
Ese simp¨¢tico monstruo imponente y desnudo en su osamenta que se posa sobre cuatro patas sobre los pedestales del Museo de Ciencias Naturales en Madrid ha sido un rompecabezas para la paleontolog¨ªa mundial. Megaterio lo llaman y pese a haber pasado a la historia como la primera especie extinta hace al menos 8.000 a?os montada para su exhibici¨®n p¨²blica en todo el mundo ¡ªantes que los dinosaurios reproducidos en plena ¨¦poca victoriana en Londres¡ª, ah¨ª reposa, discreto, sin que se le d¨¦ la importancia debida o sin que Spielberg, pese a ser una criatura genuinamente americana (del sur), la haya considerado para acompa?ar su parque Jur¨¢sico.
El del megaterio es un caso ¨²nico en el mundo y ha sido cerrado como un callej¨®n sin salida. Es un mam¨ªfero. No es un dinosaurio, pero merece haber entrado en la mitolog¨ªa de estas bestias por la atracci¨®n que gener¨®. Ha desaf¨ªado a la ciencia, la paleontolog¨ªa, el dise?o, el imaginario colectivo, la relaci¨®n entre forma y realidad, designada conjuntamente entre investigadores y artistas para que los pobres mortales nos hagamos una idea de c¨®mo debi¨® ser la vida en este planeta hace millones de a?os.
¡°Es un expediente X completo¡±, dice Juan Pimentel, historiador de la ciencia, espl¨¦ndido divulgador, amigo de enigmas con razones ocultas para ser desveladas a la vista. Cuando escribi¨® El rinoceronte y el megaterio (Abada Editores), este experto equipar¨® el caso al de la bestia dise?ada por Durero, que se dio por v¨¢lido como modelo desde el siglo XVI hasta que im¨¢genes m¨¢s realistas nos presentaran al animal tal cual es.
Pero la vestimenta, la piel, la carne, el contorno del megaterio, nuestro querido monstruo extinto, siempre ser¨¢ un misterio. Habr¨¢ que conformarse con imaginarlo. Desapareci¨® del h¨¢bitat 8.000 primaveras atr¨¢s, despu¨¦s de haber permanecido como parte de un paisaje desafiante para nuestra imaginaci¨®n al menos 18 millones de a?os.
Corr¨ªa en el calendario el 1788 cuando lleg¨® a Madrid. Un fraile dominico, Manuel Torres, lo hab¨ªa desempolvado un a?o antes en las inmediaciones de un barranco cercano a Luj¨¢n, provincia de Buenos Aires. All¨ª hab¨ªan aparecido los enormes huesos que compon¨ªan la criatura de unos seis metros y que despu¨¦s tendr¨ªa ocasi¨®n de estudiar Charles Darwin en sus viajes por Argentina hacia 1833.
Torres no era un cient¨ªfico, pero ven¨ªa a ser considerado el erudito en f¨®siles de la zona. Nada m¨¢s acabar de desenterrarlo se lo comunic¨® al virrey y quiz¨¢s lo vio dibujado por Francisco Javier Pizarro, teniente del cuerpo de artiller¨ªa que hab¨ªa sido enviado para dar cuenta. Pero fue Jos¨¦ Custodio Sa¨¢ y Faria quien desde luego hizo este trabajo para documentar los datos del ejemplar antes de que fuera trasladado a Madrid.
?Qu¨¦ era? ?Un herb¨ªvoro con garras de carn¨ªvoro? ?Un felino del tama?o de un paquidermo? El puzle no casaba. La confusi¨®n comienza a intrigar. Los expertos penetran en un t¨²nel oscuro tratando de descifrar qu¨¦ ven¨ªa a ser aquello y m¨¢s tarde en qu¨¦ momento dej¨® de existir.
¡°Resultaba lo m¨¢s parecido a una quimera, a esos animales que se describ¨ªan como mezcla de otros ya conocidos en los relatos antiguos¡±, cuenta Pimentel. Centauros; sirenas; minotauros; elfos; la propia quimera con su vientre de cabra, patas de drag¨®n, cabeza leonina escupiendo fuego¡ Entraban en el mundo de la fantas¨ªa, aplicaban a la ciencia las reglas de lo imaginado por inventores de historias con dragones y princesas para encontrar una explicaci¨®n digna del fen¨®meno.
Los interrogantes se amontonaban. ?Anfibio o acu¨¢tico? 18 v¨¦rtebras por encajar formaban la columna de unos 3,5 metros. La cabeza med¨ªa unos 70 cent¨ªmetros. Aquello pod¨ªa pesar 175 kilos. No es un elefante, no es un rinoceronte. ?Qu¨¦ demonios es? ¡°Un monstruo¡±, acertaba a decir solamente el propio Torres.
Del nuevo mundo tampoco se pod¨ªa esperar menos que lo ignoto, lo diferente, lo inimaginable. Hasta el rey Carlos III quer¨ªa saber a toda costa qu¨¦ era eso de lo que todo el mundo hablaba y nadie acertaba a descubrir. Ya desembarcados los restos, quedan en manos de Juan Bautista Bru de Ram¨®n, pintor y disecador del Real Gabinete de Historia Natural ¡ªantecedente del museo de ciencias¡ª, que lo trata como animal muy corpulento y raro.
Lo malo es que, lejos de ser naturalista, Bru de Ram¨®n ¡°no pasaba de pintor y taxidermista con dudosa reputaci¨®n¡±, cuenta Pimentel. As¨ª que lo adapt¨® libremente. ¡°Serr¨®, lim¨® y cort¨® varios huesos, rellen¨® de corcho otros, coloc¨® piezas de forma defectuosa, a?adi¨®, alter¨® su anatom¨ªa¡¡±. Lo descuajering¨® un poco, dicho sea de paso, y finalmente lo dispuso en una postura inadecuada o m¨¢s bien ¡°p¨¦sima¡±, como a?os despu¨¦s lo juzg¨® Mariano de la Paz Graells, gran naturalista de la ¨¦poca isabelina.
De bestia enigm¨¢tica hab¨ªamos pasado directamente a engendro. Hab¨ªa llegado el momento de que entrara en escena un grande en la materia. Georges Cuvier era el hombre. El n¨²mero uno en esas lides. ¡°Lo malo es que Cuvier pasaba por ser cient¨ªfico de gabinete m¨¢s que de campo y no vio los huesos¡±. Se limit¨® a reconstruir el ejemplar mediante dibujos. He ah¨ª un impacto fundamental que quiso ahorrarse: haberlo observado en su dimensi¨®n real.
El entonces joven cient¨ªfico (1769-1832), que acab¨® siendo invitado por Napole¨®n a su campa?a de Egipto ¡ªcosa que rechaz¨® por no salir del estudio¡ª, tampoco viaj¨® a Madrid para la tarea de reconstrucci¨®n que le hubiese gustado ver al mismo Thomas Jefferson, muy interesado en el caso. Aun as¨ª, con los planos, podr¨ªamos decir, resolvi¨® el enigma. Incluso pese a reconocer que pertenec¨ªa a una especie completamente desconocida, lo design¨® con su nombre real, que ha quedado ya para la historia: Megatherium americanum y afirm¨® que se trataba de un edentado, un perezoso extinto del que fueron apareciendo muestras m¨¢s tarde.
Esos ejemplares sirvieron para dar identidad paleontol¨®gica a los pa¨ªses nacientes de Am¨¦rica del sur. Tanto que hoy es un s¨ªmbolo en Argentina, todo un orgullo nacional. Sabemos ya que se ergu¨ªa sobre dos patas, por ejemplo. El megaterio de Luj¨¢n que hoy se exhibe en Madrid, no. Reposa sobre cuatro. Con ello nos interroga. ?Son realmente los seres de otras ¨¦pocas tal y como los vemos en el imaginario que nos han planteado artistas y cient¨ªficos? ¡°Dentro de unos a?os, incluso la imaginer¨ªa paleontol¨®gica m¨¢s avanzada de hoy quedar¨¢ superada por otros descubrimientos¡±, comenta Pimentel. Y el reto de la ciencia al arte ¡ªy viceversa¡ª seguir¨¢ en pie, aunque el camino que acerca el pasado a nuestros ojos deber¨¢n recorrerlo, como siempre, juntos.
Babelia
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