Vargas Llosa, un escritor en familia
El tard¨ªo y tormentoso encuentro con su padre, sus notorios cambios de rumbo, sus hijos y hasta su pasi¨®n por la comida. El autor peruano repasa su vida ante la publicaci¨®n de 'El h¨¦roe discreto'
Eran los comienzos del verano del a?o 1947, en Per¨², y todav¨ªa ning¨²n ni?o hab¨ªa sido llevado con enga?os a ninguna ciudad enorme, a ninguna casa triste y hostil, al centro de ninguna pesadilla. No se sabe con exactitud la fecha ¡ªel mes, el d¨ªa¡ª, pero s¨ª se sabe que era el comienzo del verano ¡ªdiciembre, enero¡ª en Piura, m¨¢s de novecientos kil¨®metros al norte de Lima, y que empez¨® con una frase que conten¨ªa, a la vez, una respuesta: ¡°T¨² ya lo sabes, por supuesto¡±, dijo la mujer a su hijo de diez a?os que se hab¨ªa habituado a besar, antes de dormir, la foto de su padre a quien cre¨ªa ¡ªa quien sab¨ªa¡ª muerto. El ni?o, sin sospechar que le quedaban apenas segundos de una vida feliz, pregunt¨®: ¡°?Qu¨¦ cosa?¡±. ¡°Que tu pap¨¢ no estaba muerto¡±, dijo la mujer. ?l no mostr¨® desconcierto ni sorpresa. S¨®lo dijo, serenamente: ¡°Por supuesto¡±. Y esa frase ¡ªque encerraba el perd¨®n inconcebible a la traici¨®n de esa mujer que hab¨ªa sido, para el ni?o, todo¡ª inaugur¨® lo que vendr¨ªa despu¨¦s: el resto de la vida.
¡ªMorgana, tr¨¢ela aqu¨ª, a ver si la calmamos nosotros.
¡ªPero es raro, pap¨¢, porque s¨®lo le da aqu¨ª.
¡ªEspero que no sea alergia a esta casa. Ni a su abuelo.
Esta tarde la casa del escritor peruano Mario Vargas Llosa, en Madrid, est¨¢ repleta de gente. A la presencia habitual de Patricia Llosa, su mujer desde hace m¨¢s de cuarenta a?os, y de sus dos asistentes ¡ªVer¨®nica Ram¨ªrez y Fiorella Battistini¡ª, se suma la de sus hijos ?lvaro, Gonzalo y Morgana, cada uno con pareja e hijos propios. Partir¨¢n todos, en dos d¨ªas m¨¢s, a Italia, a alg¨²n sitio que Mario Vargas Llosa ignora (y que ignoran tambi¨¦n sus hijos varones, que dicen haber heredado de ¨¦l la imposibilidad de lidiar con la parte s¨®lida de la vida: tickets de avi¨®n, las compras, problemas con las tuber¨ªas). Esos viajes en familia son una ceremonia que promueve y organiza Patricia Llosa y as¨ª es como, aunque ?lvaro es periodista y vive en Washington, Gonzalo tiene un puesto en el ACNUR y vive en Rep¨²blica Dominicana, y Morgana es fot¨®grafa y vive en Lima, todos se re¨²nen una vez al a?o en alg¨²n lugar del mundo y vuelven a hacerlo, en diciembre, en Per¨².
¡ªTr¨¢ela, Morgana.
¡°No hay vidas colmadas. Me hubiera gustado ser un escritor aventurero. Tener una vida intensa, y volcada a la literatura
¡ªPap¨¢, si la traigo se acab¨® la conversaci¨®n. No va a parar.
Anah¨ªs, la hija m¨¢s peque?a de Morgana, atraviesa lo que la familia llama ¡°pataleta¡±, un llanto desconsolado y continuo sobre el que su abuelo ha estado hablando durante la ¨²ltima hora ¡ªsin inmutarse, como quien sabe que donde hay ni?os las cosas son as¨ª¡ª acerca de temas diversos: su nueva novela (El h¨¦roe discreto, que lanza Alfaguara el d¨ªa 12 de este mes), la p¨¦sima relaci¨®n con su padre, el matrimonio con su prima hermana.
¡ªF¨ªjate que Anah¨ªs parece gozar de la vida, y de pronto tiene esas pataletas.
La casa de Mario Vargas Llosa es un departamento en un edificio antiguo de Madrid. A la derecha del recibidor una puerta marca una de las tres entradas a su estudio. Las otras dos dan a una peque?a terraza y a la sala. En la sala, con una camisa clara y el cabello sin una sola hebra fuera de lugar, Mario Vargas Llosa dice que su padre asociaba la vida de escritor a una vida indeseable.
¡ªTen¨ªa la idea de que eran borrachines y que era cosa de mariquitas. Creo que quiz¨¢s ese rechazo que ten¨ªa hizo que yo resistiera a mi padre escribiendo. Y quiz¨¢s mi odio a los dictadores viene de esa autoridad que ¨¦l impon¨ªa por la fuerza y de esa relaci¨®n tan mala que he tenido.
¡ª?La relaci¨®n siempre fue esa?
¡ªEl rencor desapareci¨® hace mucho, pero el cari?o es imposible.
Mario Vargas Llosa naci¨® en Arequipa, Per¨², hijo de Dora y de Ernesto J. Vargas. La historia ha sido contada por ¨¦l mismo en El pez en el agua (1993), cuyo primer cap¨ªtulo se titula ¡®Ese se?or que era mi pap¨¢¡¯. Su madre y su padre se hab¨ªan casado en 1935 y hab¨ªan marchado a vivir a Lima, donde el hombre devel¨® unas formas violentas. Dora qued¨® embarazada y, a los cinco meses, su marido sugiri¨® que regresara a Arequipa para tener al beb¨¦. Ella parti¨® sin sospechar y ¨¦l no volvi¨® a dar se?ales de vida. El ni?o, a quien bautizaron Mario, naci¨® en 1936 y la desaparici¨®n de su padre le fue ocultada bajo la forma de una historia brutal que, aun as¨ª, parec¨ªa m¨¢s suave que el abandono: le dijeron que estaba muerto. Se cri¨® con una madre y unos t¨ªos y unos abuelos amorosos, y la familia se traslad¨® a Cochabamba cuando ¨¦l ten¨ªa un a?o. Ten¨ªa diez cuando regresaron a Per¨², a Piura, donde nada cambi¨® ¡ªsalvo que, cuarenta d¨ªas despu¨¦s de haber llegado, naci¨® su nueva prima, una ni?a llamada Patricia, hija de su t¨ªo Lucho y de su t¨ªa Olga que ya ten¨ªan otra apenas mayor, Wanda¡ª hasta aquella tarde de verano en que su madre le dijo ¡°t¨² ya lo sabes¡±, ¨¦l respondi¨® ¡°por supuesto¡±, y ella le present¨® al hombre que ser¨ªa su azote y a quien ¡ªquiz¨¢s¡ª le debe todo. Ese mismo d¨ªa lo llevaron a Lima con enga?os y sigui¨® una vida horrorosa. Su padre le prohib¨ªa visitar a la familia, ver amigos, escribir, y lo mol¨ªa a golpes con cualquier excusa.
¡ªMi madre sufr¨ªa pero al mismo tiempo lo amaba. En cambio yo era la pura v¨ªctima. Pero he pensado que si mi padre no hubiera tenido tanto disgusto ante la idea de que yo me dedicara a escribir, yo no hubiera tenido el car¨¢cter para perseverar en esa vocaci¨®n. Vivir de ser escritor era inconcebible en el Per¨² de los a?os cincuenta. Por eso mi sue?o era salir, escapar, irme a Par¨ªs.
Un resumen burdo de aquellos a?os en los que le¨ªa, trabajaba, escrib¨ªa y so?aba con ser escritor sin saber c¨®mo, dir¨ªa que en 1950 ingres¨® en el liceo militar Leoncio Prado, en 1951 consigui¨® sus primeros trabajos como periodista en diarios locales, en 1952 regres¨® a Piura para terminar el secundario y, al a?o siguiente, a Lima para estudiar Derecho en la Universidad de San Marcos, donde se uni¨® al partido comunista. En 1955, cuando lleg¨® de visita una hermana de su t¨ªa Olga, Julia Urquidi, que ten¨ªa 32 cuando ¨¦l ten¨ªa 19, quiso que esa mujer, su t¨ªa pol¨ªtica, fuera su esposa y lo fue (aunque su padre amenaz¨® con matarlo como a un perro). Poco despu¨¦s, gan¨® una beca que le permiti¨® hacer lo que siempre hab¨ªa querido: irse.
¡°Salimos a caminar juntos, pero ¨¦l trabaja cuando camina. Cuando le cuentas cosas crees que te escucha y no¡±, dice Patricia Llosa
¡ªNos fuimos a Madrid y luego a Par¨ªs en 1959. All¨ª consegu¨ª varios trabajos alimenticios.
Descarg¨® camiones de carne y verdura en el mercado de Les Halles y recogi¨® peri¨®dicos viejos casa por casa para venderlos despu¨¦s, hasta que consigui¨® trabajo como profesor de espa?ol en las escuelas Berlitz y, luego, como periodista en France Press y en la Radio y Televisi¨®n Francesa. Mientras tanto, termin¨® de escribir La ciudad y los perros, una novela que transcurre en el liceo Leoncio Prado y funciona como un enorme sistema de delaciones encastradas en el que, sobre el final, todo se resignifica. La novela fue rechazada por varias editoriales hasta que lleg¨® a manos del editor espa?ol Carlos Barral y, publicada en 1963, transform¨® a Vargas Llosa en un nombre fundamental del boom de la literatura latinoamericana cuando ten¨ªa apenas 26 a?os. Para ese entonces, ya se sent¨ªa profundamente enamorado de su prima hermana, Patricia.
¡ªElla hab¨ªa ido a Par¨ªs a estudiar. Y lo otro¡ a ver si lo escribo alg¨²n d¨ªa.
¡ª?Pero qu¨¦ fue lo que te atrajo?
¡ªNo, no. No te voy a contar. Porque es un tema que podr¨ªa, quiz¨¢s, alg¨²n d¨ªa, escribir.
Si bien ha escrito profusamente acerca de las humillaciones a las que lo someti¨® su padre, o de la relaci¨®n con Julia Urquidi, hay temas sobre los que mantiene el m¨¢s flem¨¢tico de los blindajes. Jam¨¢s, por ejemplo, habla de los motivos que lo distanciaron de su alguna vez amigo Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez (a quien golpe¨® famosamente en M¨¦xico, en 1976), y las l¨ªneas que mencionan a Patricia, su mujer actual, son discretas, apenas escanciadas.
¡ªNo, no te cuento porque si alg¨²n d¨ªa contin¨²o las memorias escribir¨¦ esa historia, que tiene que ver con los a?os tan bonitos de Par¨ªs.
¡ª?Por qu¨¦ tan bonitos?
¡ªPorque ah¨ª me hice un escritor.
¡ª?C¨®mo fueron esos a?os en Par¨ªs?
¡ªNo fue f¨¢cil. Fue duro.
Patricia Llosa est¨¢ en el sof¨¢ de la sala de su casa. Tiene una voz de afon¨ªa morbosa y una risa corta, precisa.
¡ªYo ten¨ªa 16, mi hermana Wanda 17. Era 1960. Llegamos a Par¨ªs para estudiar franc¨¦s y fuimos a vivir con Mario. Era el primo hermano que me llevaba a los museos, me ense?aba a leer. Yo pensaba ¡°qu¨¦ buena persona, me lleva a todas partes¡±. Un d¨ªa me dijo que estaba enamorado, y yo le dije ¡°c¨¢llate, idiota¡±, porque imag¨ªnate el impacto. Pero en ese inter¨ªn, mi hermana muri¨® en un accidente a¨¦reo. Yo regres¨¦ a Lima y fue una etapa monstruosa. Mi madre estaba destruida. Mario me escrib¨ªa. Yo primero dec¨ªa ¡°no, no¡±. Mi padre trataba de disuadirnos. A m¨ª me dec¨ªa que Mario era complicad¨ªsimo. Y a Mario le dec¨ªa que yo era terrible, que lo iba a destruir. Y no nos convenci¨®. Nos casamos, empezamos a vivir en Par¨ªs. Pero no fue f¨¢cil. Para m¨ª era el recuerdo de haber vivido all¨ª con mi hermana. Luego qued¨¦ embarazada de ?lvaro. Mario ten¨ªa mucho temor a ser padre, y por eso fue un padre tan suave. La parte m¨¢s terrible me la dejaba a m¨ª.
¡ªTe dejaron el papel de¡
¡ªEl monstruo. Yo comprend¨ª que era por la relaci¨®n que tuvo con su padre, pero pesa. T¨² dices ¡°bueno, m¨¢s adelante la figura del pap¨¢ va a ser perfecta y la mam¨¢ la pesada¡±. Yo ten¨ªa 19 a?os y ten¨ªa que llevar adelante una casa y una econom¨ªa nada floreciente. Supongo que tuvo mucho que ver el reto. No te olvides que trataron de disuadirnos de que lo que ¨ªbamos a hacer era una locura. Entonces, supongo que tambi¨¦n hab¨ªa algo de ¡°hay que demostrar que esto es perfecto¡±. Despu¨¦s fuimos a Londres. Y t¨ªpico de Mario, fue a conseguir casa y terminamos en el medio del campo, porque no pregunt¨® d¨®nde quedaba. Fueron meses de una inmensa soledad. Cuando Mario viajaba era peor. ?Sabes cu¨¢l era mi entretenimiento? Me sub¨ªa a un autob¨²s con ?lvaro y hac¨ªa todo el recorrido hasta la terminal.
¡°Vivir de ser escritor era inconcebible en el Per¨² de los a?os cincuenta. Por eso mi sue?o era escapar, salir, irme a Par¨ªs
A La ciudad y los perros siguieron La casa verde (1966), Los cachorros (1967), y Conversaci¨®n en La Catedral, cuyo manuscrito hizo que la agente literaria Carmen Balcells fuera a buscarlo a Londres, donde ¨¦l daba clases, para decirle que deb¨ªa mudarse a Barcelona y dedicarse a escribir, cosa que hizo. Ya en Barcelona public¨® Pantale¨®n y las visitadoras (1973) y, en 1977, La t¨ªa Julia y el escribidor, la historia de su relaci¨®n con Julia Urquidi entrelazada con la de Pedro Camacho, un hombrecito estrafalario, autor de radioteatros exitosos. Cuando su padre la ley¨®, lo acus¨® de resentido y le advirti¨® que har¨ªa circular una carta entre la familia, denost¨¢ndolo.
¡ªMi padre muri¨® en 1979. Est¨¢bamos enemistados por esa carta. En los ¨²ltimos a?os hizo varios intentos de acercarse, pero nunca pude mentir un cari?o que no sent¨ªa.
La muerte de Ernesto Vargas ocurri¨® por infarto, en 1979, y est¨¢ narrada en El pez en el agua a lo largo de tres p¨¢ginas. Entre par¨¦ntesis.
¡ª?De verdad lo escrib¨ª en un par¨¦ntesis?
¡ªS¨ª.
¡ªNo me acordaba.
Desde los a?os sesenta, ha escrito m¨¢s de veinte libros de no ficci¨®n, nueve obras de teatro, un volumen de cuentos (Los jefes), y dieciocho novelas. En 1981, cuando ya llevaba dos d¨¦cadas siendo un autor consagrado, public¨® la que muchos consideran su obra maestra, La guerra del fin del mundo. Siguieron novelas que la cr¨ªtica trat¨® de manera dispar, como Historia de Mayta (1987), que no tuvo demasiada fortuna, y La Fiesta del Chivo (2000), que fue muy elogiada. Sus ensayos recorren la obra de Onetti, de Flaubert, de Victor Hugo. Sus columnas period¨ªsticas, que publica desde 1977 bajo el t¨ªtulo Piedra de toque, versan sobre todas las cosas (desde un elogio a Margaret Thatcher hasta la celebraci¨®n del proyecto de legalizaci¨®n de la marihuana que impulsa el presidente de Uruguay). Es escritor, periodista, actor (particip¨® de la puesta de Odiseo y Pen¨¦lope, y en una versi¨®n de Las mil y una noches) y fue candidato a presidente de su pa¨ªs en 1990. Tiene casa en Lima, en Par¨ªs, en Madrid y, en todas, amplias bibliotecas repletas de vol¨²menes en cuya p¨¢gina final anota comentarios. No sabe la direcci¨®n de su departamento, ni el n¨²mero de su pasaporte, pero conoce con detalle la historia del abuelo de su yerno o el funcionamiento del sistema de salud de los pa¨ªses escandinavos. Es puntual, impaciente con la impuntualidad ajena, y mezcla un nomadismo t¨®xico ¡ªvive entre Madrid, Lima y decenas de aviones¡ª con una rutina de monje: est¨¦ donde est¨¦, camina una hora todas las ma?anas, desayuna, trabaja hasta el almuerzo y, despu¨¦s, vuelve a su estudio hasta las seis, cuando sale al teatro, a comer o al cine. En 1967 gan¨® el premio R¨®mulo Gallegos, en 1986 el Pr¨ªncipe de Asturias, en 1994 el Cervantes. En 2010, cuando le dieron el Nobel, alguien le pregunt¨®: ¡°?Tiene ¨¢nimo para seguir escribiendo o el Nobel es un punto final?¡±, y ¨¦l salt¨® como un alambre: ¡°No me voy a dejar enterrar por este premio¡±.
¡ªEsta f¨¢brica que se llama Vargas Llosa fue creciendo ¡ªdice Patricia Llosa¡ª. Somos cinco personas trabajando y me siento desbordada. Me ocupo de todo: de la correspondencia, de las invitaciones.
¡ª?Te gusta hacer esto?
¡ªYo dec¨ªa ¡°creo que si no me hubiera casado con Mario hubiera estudiado medicina¡±. Pero son cosas que dices de joven. No digo ¡°qu¨¦ horror esto que me ha tocado¡±. Es un poco complicado cuando ¨¦l quiere salir en las tardes y yo estoy con lo contrario, quiero quedarme porque estoy cansada o tengo trabajo. Ahora empec¨¦ a llevarle el celular a la cama. Me tapo la cabeza con la frazada y me pongo a ver todas las tragedias juntas.
¡°Nos ense?¨® la lecci¨®n de la impopularidad. Nunca hizo concesi¨®n. Y eso entra?a una actitud arriesgada¡±, dice ?lvaro
En 2011, el escritor peruano Fernando Iwasaki coordin¨® un n¨²mero especial de la revista toledana Turia dedicada a Vargas Llosa y all¨ª el espa?ol Javier Cercas escribi¨®: ¡°Si se hubiera muerto o hubiera dejado de escribir con 33 a?os, cuando s¨®lo hab¨ªa publicado La ciudad y los perros, La casa verde, Los cachorros y Conversaci¨®n en La Catedral, lo habr¨ªamos considerado uno de los mejores novelistas en espa?ol de cualquier ¨¦poca (¡) Pero es que despu¨¦s escribi¨® cosas como La t¨ªa Julia, como Historia de Mayta, como La guerra del fin del mundo, como La Fiesta del Chivo (¡) Es natural que muchos escritores nos sintamos humillados por Vargas Llosa. Cosa esta ¨²ltima que, junto con su incapacidad para callarse lo que piensa, explica que tenga tantos detractores en el gremio (¡)¡±. Si hasta 1971 fue un escritor de izquierdas, ese a?o empez¨® a ser muy cr¨ªtico con la revoluci¨®n cubana y m¨¢s tarde se reconoci¨® liberal. El cambio de postura result¨® una afrenta dif¨ªcil (¡°afortunadamente, la obra de Vargas Llosa est¨¢ netamente situada a la izquierda de su autor¡±, escribi¨® el uruguayo Mario Benedetti) y ha tenido efectos concretos (como cuando en 2010, en Chile y durante la inauguraci¨®n del Museo de la Memoria en honor a las v¨ªctimas de Pinochet, lo abuchearon en p¨²blico).
¡ª?l siempre nos ense?¨® la lecci¨®n de la impopularidad ¡ªdice ?lvaro Vargas Llosa¡ª. Nunca hizo concesi¨®n. Y eso entra?a una actitud muy arriesgada: es como decir ¡°no me importa quedarme solo¡±.
¡ª?Cu¨¢l es la direcci¨®n, Patricia?
Son las nueve y cuarto de la noche. Patricia Llosa se sube a un taxi, saca un papel de la cartera y lee.
¡ªHenri Dunant¡ ¡ªpronuncia en franc¨¦s, pero hace un gesto de fastidio y se corrige¡ª. Enrique Dunant, esquina a padre Dami¨¢n.
¡ªLo de Enrique no me suena ¡ªdice el taxista¡ª, pero lo del Padre Dami¨¢n, s¨ª.
¡ªBueno ¡ªdice Mario Vargas Llosa¡ª, eso, Enrique Dami¨¢n, vamos.
Mario Vargas Llosa no tiene idea de d¨®nde queda al restaurante en el que se reunir¨¢ para cenar con su familia, pero tampoco sabe a qu¨¦ hora sale el avi¨®n que dos d¨ªas m¨¢s tarde los llevar¨¢ a todos a Italia, ni cu¨¢l es el sitio de destino. En el restaurante han dispuesto una mesa para veinte y, entre los saludos a la multitud, Patricia indica el orden de los comensales.
¡ª?D¨®nde me siento yo, Patricia? ¡ªpregunta Vargas Llosa¡ª.
¡ªAll¨ª ¡ªdice Patricia, se?alando una silla, y su marido se sienta¡ª.
En uno de los extremos se habla de pol¨ªtica, en el otro de alb¨®ndigas. Cuando llegan los platos, todos empiezan a preguntarse unos a otros: ¡°?Qu¨¦ pediste, qu¨¦ tiene tu salsa?¡±.
¡ªComo ver¨¢s, el registro familiar es alto ¡ªdice Morgana, gritando sobre la bulla, sentada junto a Ver¨®nica Ram¨ªrez, a la vez su amiga ¨ªntima y asistente de su padre¡ª. Mi padre es capaz de hacer cosas inconcebibles por la comida. Una vez regres¨¢bamos ¨¦l, Ver¨®nica y yo, desde Par¨ªs. Conduc¨ªa Ver¨®nica y llov¨ªa much¨ªsimo. Hay un sitio en Burgos donde ¨¦l quer¨ªa parar a comer huevos con morcilla. Era de noche. Casi no ten¨ªamos combustible. Y mi padre empieza a hablar de los huevos con morcilla. Que no existe otro sitio igual en el mundo, que la morcilla es s¨®lo de Burgos.
Quiz¨¢s mi odio a los dictadores viene de la autoridad que impon¨ªa por la fuerza mi padre y de esa relaci¨®n tan mala
¡ªY mientras ¡ªdice Ver¨®nica¡ª, iba recitando: ¡°Ahora estamos por Guernica¡±. Y recitaba la historia de cada pueblo.
¡ªY cuando llegamos al sitio le dijimos: ¡°Vamos a echar gasolina y luego a comer¡±. Y ¨¦l: ¡°De ninguna manera, primero las morcillas con huevo, y luego vemos si echamos gasolina¡±. La sola idea de demorar diez minutos los huevos con morcilla le resultaba insoportable. As¨ª que tuvimos que parar a comer. Yo me com¨ª esos huevos enferma.
¡ª?Mentira! ¡ªdice Vargas Llosa, falsamente indignado¡ª. Se los comi¨® con un placer infinito. Mira, mis hijos no me tienen ning¨²n respeto. Ni mi secretaria. Se burlan en mi cara. Y mi mujer tambi¨¦n. Nunca se ha acostumbrado a ser mi mujer. Todav¨ªa sigue siendo mi prima y no me respeta nada. Todo el mundo llor¨® en el discurso del Nobel, menos la beneficiaria de mi llanto, que era ella.
El 7 de diciembre de 2010, cuando pronunci¨® el discurso de aceptaci¨®n del Nobel, Vargas Llosa, con la voz quebrada, ley¨® aquello que dio la vuelta al mundo: ¡°El Per¨² es Patricia, la prima de naricita respingada y car¨¢cter indomable (¡) Ella hace todo y todo lo hace bien (¡) y es tan generosa que, hasta cuando cree que me ri?e, me hace el mejor de los elogios: ¡®Mario, para lo ¨²nico que t¨² sirves es para escribir¡±.
¡ªNo llor¨® nada. S¨®lo hizo el gesto. Nunca ha llorado por cosas emotivas, sentimentales. ?Sabes qu¨¦ me dijo cuando le dije que me hab¨ªa enamorado de ella? ¡°C¨¢llate, idiota¡±. Qu¨¦ cosa tan desmoralizadora.
Al otro lado de la mesa, Patricia se r¨ªe y hace el gesto de secarse l¨¢grimas falsas.
En los a?os noventa, cuando ya hab¨ªa hecho notorios cambios de rumbo en su vida (de comunista a liberal, de hijo sometido a var¨®n casado con su prima, de escritor de prestigio a candidato a presidente), y en su obra (de novelas densas a la hojaldrada levedad de Pantale¨®n y las visitadoras y, de all¨ª, al artefacto hist¨®rico y barroco de La guerra del fin del mundo), dijo, en una entrevista con Paris Review: ¡°Me reh¨²so a admitir la posibilidad de que mis mejores a?os quedaron atr¨¢s, y no lo admitir¨ªa incluso si me enfrentaran con la evidencia¡±. Ahora, despu¨¦s de una etapa marcada por novelas con personajes hist¨®ricos ¡ªTrujillo, en La Fiesta del Chivo (2000); Flora Trist¨¢n, la abuela de Paul Gauguin, en El para¨ªso en la otra esquina (2003), y Roger Casement, el dublin¨¦s que denunci¨® los abusos de la colonia en el Congo Belga, en El sue?o del celta (2012)¡ª, El h¨¦roe discreto marca un regreso a las historias que transcurren en Per¨² y la reaparici¨®n de personajes como Lituma (de Lituma en los Andes, 1993), y Rigoberto y Fonchito (de Los cuadernos de don Rigoberto, 1997). El argumento gira en torno a dos familias, una piurana, la de Fel¨ªcito Yanaqu¨¦, y otra lime?a, la de Rigoberto. Fel¨ªcito es due?o de una empresa de transportes y recibe una carta en la que una organizaci¨®n mafiosa le comunica que deber¨¢ pagar soborno a cambio de protecci¨®n. ?l se niega y, a partir de ese momento, su vida se transforma en un infierno: le incendian la oficina, secuestran a su amante. Mientras, en Lima, Rigoberto se mete en problemas por salir de testigo del casamiento de Ismael, su amigo del alma, mientras lidia con su propio hijo, Fonchito, a quien se le aparece un hombre inquietante. Ambas historias confluyen en un final en el que ni los hijos son tan v¨ªctimas como se podr¨ªa pensar, ni las mujeres tan sumisas como aparentaban, ni los padres son tan buenos como parec¨ªan.
¡ªEsta novela empez¨® por una informaci¨®n que le¨ª en la que se hablaba de un hombre que ten¨ªa una empresa de transportes peque?ita en Trujillo y dec¨ªa que ¨¦l no iba a pagar sobornos, e informaba de eso a los mafiosos. Y entonces me empez¨® a dar vueltas el personaje. Por otra parte, desde que termin¨¦ Los cuadernos de don Rigoberto ten¨ªa idea de hacer una nueva novela con don Rigoberto, pero no pens¨¦ en fundir esas dos ideas. Cuando se me ocurri¨® fundir al transportista y a don Rigoberto, empec¨¦ a imaginarme la novela. Hice lo que hago siempre con los proyectos. Fichas, trayectorias de los personajes. Y trabajo de campo. Voy a los lugares que quiero inventar.
¡ª?Volviste a Piura para escribirla?
¡ªDos veces. Pero la Piura que yo guardaba en la memoria es una ciudad que ha desaparecido. S¨®lo la recuerdan los viejos.
Esta novela empez¨® por una informaci¨®n en la que se hablaba de un empresario que dec¨ªa que no iba a pagar sobornos
¡ªEn una entrevista con Paris Review dijiste: ¡°Si no escribiera no dudar¨ªa un instante en volarme la tapa de los sesos (¡) escribir es una forma de combatir la infelicidad¡±. Pero lo que se ve a tu alrededor es una vida agradable.
¡ªT¨² puedes tener una vida muy rica y al mismo tiempo siempre va a estar por debajo de tus expectativas. Uno de los mecanismos que hemos inventado para poder llenar ese vac¨ªo es la literatura, que te permite vivir la vida que no puedes vivir. No hay vidas colmadas. Me hubiera gustado ser un escritor aventurero. Tener una vida intensa, rica, y al mismo tiempo volcada a la literatura. Pero bueno, al menos nunca he estado en la torre de marfil.
¡ªMira, si¨¦ntate, y dime si puedes escribir algo all¨ª.
Ver¨®nica Ram¨ªrez indica la silla del estudio de Mario Vargas Llosa, separada del teclado de la computadora por una distancia tan amplia que obliga a escribir en una postura tiesa.
¡ªNadie puede escribir ah¨ª. S¨®lo ¨¦l.
El estudio tiene un entrepiso en el que hay un televisor donde cada tarde Vargas Llosa mira el noticiero, algunas series. Por todas partes ¡ªsobre el escritorio, en el piso, en los estantes¡ª hay hipop¨®tamos: de acero, de pl¨¢stico, de peluche.
¡ªUn d¨ªa dijo que le gustaban los hipop¨®tamos y le empezaron a regalar toneladas. ?ste lo compr¨® el otro d¨ªa en un aeropuerto.
¡ªPero esto es una vaca.
¡ªS¨ª. Pero cuando le dijimos: ¡°Mario, es una vaca¡±, se puso tan triste que dijimos: ¡°Bueno, mira, es que parece un hipop¨®tamo¡±.
¡ªPor las ma?anas salimos a caminar juntos ¡ªdice Patricia Llosa¡ª, pero ¨¦l trabaja cuando camina. Cuando t¨² le cuentas cosas crees que te est¨¢ escuchando y no. Es un poco deprimente. Pero yo ya me acostumbr¨¦.
¡ª?C¨®mo cre¨¦s que te ve la gente?
¡ªYo creo que como me han visto mis hijos de chicos. Que era un poquito el monstruo. ¡°Hay que pasar por la mujer para llegar a ¨¦l¡±. En el fondo deben pensar: ¡°Qu¨¦ pesada la se?ora¡±.
¡ªHola, ?lvaro.
?lvaro saluda, se sienta, comenta el berrinche de Anah¨ªs.
¡ªT¨² tambi¨¦n llorabas cuando eras peque?o ¡ªdice su padre¡ª.
¡ªNo me acuerdo ¡ªdice ?lvaro, sent¨¢ndose en un sof¨¢¡ª.
¡ªClaro, si ten¨ªas un a?o. Cuando est¨¢bamos en Londres y ten¨ªa que darte esa cosa espantosa, los productos Herbal o Hierbal. Patricia se iba a clases de ingl¨¦s, y yo estaba escribiendo Conversaci¨®n en La Catedral y ten¨ªa que parar para darte los productos esos. Entonces cerrabas la boca.
?lvaro lo mira con curiosidad mientras su padre empieza a sacudirse de risa.
¡ªY yo le abr¨ªa la boca. Y cuando lograba embutirle todo el frasquito, ¨¦l lo vomitaba entero. Entonces lo met¨ªa en el cuarto del fondo, cerraba esa puerta, cerraba otra puerta y me pon¨ªa a trabajar. Y los chillidos de la criatura atravesaban las tres puertas y llegaban a mi m¨¢quina de escribir. Cuando llegaba Patricia me preguntaba: ¡°?Le diste la cosa?¡±, y yo ¡°s¨ª, s¨ª¡±. Y la impresionaba porque el chico estaba empapado de llanto y de sudor, de la c¨®lera que le produc¨ªa que nadie le hiciera caso con sus chillidos. Seguramente son los momentos m¨¢s escabrosos de Conversaci¨®n en La Catedral.
¡ªAl menos sirvi¨® para algo ¡ªdice ?lvaro¡ª.
Las carcajadas del padre y el hijo se entremezclan con el llanto majestuoso de Anah¨ªs.
¡ªMira qu¨¦ pataleta. ?Morgana, tr¨¢ela, que la calmamos!
¡ª?No se puede, pap¨¢! ¡ªgrita Morgana¡ª.
Mario Vargas Llosa se r¨ªe y dice que ser abuelo es fenomenal.
¡ªCuando los ni?os chillan o pasa algo, s¨®lo tienes que devolv¨¦rselos a los padres.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.