El tiempo de la redenci¨®n

Seg¨²n ha quedado fijado en la memoria colectiva, la promesa de un nuevo Hollywood adulto qued¨® truncada por el efecto combinado del aparatoso fracaso comercial de La puerta del cielo (1980) y el triunfo del blockbuster como modelo. A?os m¨¢s tarde, otra posibilidad ut¨®pica ¨Cla del indie americano- acab¨® siendo reducida a etiqueta de mercado instrumentalizada por las majors. Pero las ganas de levantar el acta de defunci¨®n del cine americano parecen estar pasando por alto, entre tanta celebraci¨®n de la excelencia de la ficci¨®n televisiva, un movimiento interesante, quiz¨¢ a¨²n sutil en lo cuantitativo: en pel¨ªculas como The Master (2012) de Paul Thomas Anderson, Mud (2012) de Jeff Nichols y este tercer largometraje de Derek Cianfrance parece detectarse el impulso de cerrar un c¨ªrculo, reconectar con la posibilidad de ese nuevo Hollywood adulto partiendo de lo que queda del indie, fundamentando ese relevo en una matizada nostalgia por la gran tradici¨®n del cine cl¨¢sico americano.

Si en su anterior Blue Valentine (2010), Cianfrance alternaba en su montaje la formaci¨®n y la desintegraci¨®n de una pareja, en Cruce de caminos el tiempo vuelve a condicionar la ambici¨®n estructural de su relato. Aqu¨ª su inter¨¦s parece estar en la idea de la herencia (gen¨¦tica y moral) y de la transferencia (de culpa y responsabilidad): su pel¨ªcula se divide en tres partes, separadas por dos radicales fracturas que no conviene desvelar. Un esp¨ªritu errante incapaz de lidiar con su voluntad de redenci¨®n (y de exorcizar el vac¨ªo del padre), un polic¨ªa cuyo acto heroico convierte en gestor de la corrupci¨®n institucional y los hijos de ambos ocupan sucesivamente el foco central de un relato con aliento de gran novela. En el reparto, Ryan Gosling da un recital de elocuencia y fragilidad emocional a trav¨¦s de la aparente opacidad expresiva, Bradley Cooper compone con matices dos registros separados por el tiempo y el rostro doliente de Eva Mendes funciona como unidad de medida para la erosi¨®n emocional, pero a Ray Liotta parece costarle menos esfuerzo que al resto bordar su lecci¨®n magistral de amenaza a partir de la mera presencia. El conjunto, que se abre con un plano secuencia quiz¨¢ algo arrogante e innecesario pese a su rotundo virtuosismo, no encuentra un f¨¢cil equilibrio entre sus tres partes, pero Cruce de caminos refuta ese socorrido lugar com¨²n que insiste en que el cine americano ha dejado de atender las exigencias del espectador adulto.