Celebrando la mediocridad
Los ¡®homemade records¡¯ suelen ser obra de artistas no contaminados por la industria musical
Asombroso mundo el del coleccionismo discogr¨¢fico. En su faceta m¨¢s puntera, consiste en buscar nuevas islas, continentes desconocidos, planetas olvidados. Como los descubridores, deben bautizar la terra incognita; como los conquistadores, algunos pasan a explotarla. Tiene sentido econ¨®mico: discos anteriormente despreciados se revalorizan si se encajan en una etiqueta pegajosa (?freakbeat!) o si cuentan detr¨¢s con un relato fascinante.
En tiempos recientes, el gran campo de exploraci¨®n son los homemade records, nombre un tanto equ¨ªvoco: hab¨ªa, efectivamente, discos ¡°hechos en casa¡± pero lo habitual era usar estudios ¡ªy m¨²sicos¡ª profesionales. Les caracterizaba su marginalidad industrial. No sol¨ªan llegar al mercado: los creadores se quedaban con la tirada total para satisfacer su vanidad o como elemento de autopromoci¨®n.
En 2007, ya hablamos aqu¨ª sobre Working man's soul, recopilaciones que picoteaban entre los artistas que trabajaban en cabarets, que en la Inglaterra industrial eran locales para el esparcimiento de los trabajadores. La tercera divisi¨®n del show business pero un circuito altamente profesionalizado, donde los discos se usaban como carta de presentaci¨®n y se vend¨ªan tras el bolo. Es decir, poco friker¨ªo. Y el coleccionista prefiere las vidas disparatadas, las historias dram¨¢ticas; los m¨¢s perversos celebran incluso la m¨²sica tan-mala-que-resulta-buena. En los ochenta, se relanzaron las grabaciones de The Shaggs, hermanas de New Hampshire que, obligadas por un padre visionario, editaron un elep¨¦ en 1969, Philosophy of the world. Inevitablemente, se form¨® un culto alrededor, que inspir¨® una obra teatral y el obligado disco homenaje, Better than The Beatles (2001).
Obviamente, en todos los pa¨ªses sal¨ªan discos similares. Pero en EE UU, con sus self-made men y su fe en la reinvenci¨®n personal, proliferaron. Tiene sentido que el autor de la primera visi¨®n panor¨¢mica del fen¨®meno sea Johan Kugelberg, un sueco que anteriormente trabaj¨® en discogr¨¢ficas. Estadounidense de primera generaci¨®n, Kugelberg admira la capacidad de los nativos para vivir sus sue?os. Son creyentes en sus poderes personales: funkateros arrebatados, so?adores psicod¨¦licos, cristianos apocal¨ªpticos, sofisticados a lo Steely Dan, discotequeros que tocaban todos los instrumentos en plan Prince, la serie B del mundo musical. Hab¨ªa precedentes: Songs in the key of Z buscaba encajar sus hallazgos en la peliaguda categor¨ªa de outsider art (y hermanaba francotiradores con figuras tipo Joe Meek, Captain Beefheart o Daniel Johnston).
Kugelberg ha recurrido a la secta de expertos rastreadores de discos hu¨¦rfanos para recopilar un monumental libro, Enjoy the experience: homemade records 1958-1992, que junta las portadas de 1.200 lanzamientos con textos eruditos. En la tradici¨®n de los propios artistas, Kugelberg ha fundado una editorial independiente, Sinecure Books, para editar el tomo. Con el mismo t¨ªtulo se ha editado un disco-libro, que en Espa?a distribuye Resistencia: un doble CD/LP, con 24 piezas de otros tantos artistas desconocidos. En otras manos, esto se hubiera convertido en una colecci¨®n de esperpentos. Pero Kugelberg tiene un enfoque m¨¢s generoso. Se trata, insiste, de artistas en estado puro, que generalmente no pasaron por los filtros de managers, disqueros o productores.
No est¨¢ agotada semejante cantera, pero la vanguardia del coleccionismo ya est¨¢ investigando otro extra?o fil¨®n. Son los tax scam records y obedecen a una tradici¨®n tan estadounidense como las anteriores: defraudar a Hacienda. A finales de los setenta, funcionaban sellos pensados para dar p¨¦rdidas y permitir desgravar a la empresa matriz: declaraban prensar 20.000 copias de tal t¨ªtulo, cuando eran 500 o cantidades menores. La mayor¨ªa de los ejemplares iban a tiendas de vinilos rebajados.
Con todo, hab¨ªa que llenarlos de m¨²sica y all¨ª sal¨ªan maquetas, masters rechazados, cintas de ensayos, incluso grabaciones ya editadas con otro nombre; generalmente, ni se avisaba a los artistas. Al investigador del lado obscuro del negocio no le sorprender¨¢ saber que detr¨¢s pod¨ªan estar mafiosos como Morris Levy, de Roulette. Pero ya hay connoisseurs que aseguran que han encontrado maravillas. Si alg¨²n d¨ªa se resuelven los complicados problemas legales, veremos recopilaciones similares a Enjoy the experience.
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