El rey de los cotillas
Solo un fajador como Bowie puede aguantar las sucesivas impertinencias de Morrissey
En el fondo, sospecho, todos somos cotillas. Ansiamos conocer los tratos profesionales, los comportamientos ¨ªntimos de los dem¨¢s. Especialmente, si figuran entre nuestros ¨ªdolos. De ah¨ª el boomde las autobiograf¨ªas de famosos. Particularmente, los musicales, a los que atribuimos vivencias salvajes, despilfarros de jeques, experiencias ¨²nicas.
Perd¨®n, debo corregir la primera frase: ?no ¡°todos¡±! Hay ascetas estilitas que juran que no les interesa la vida de sus artistas favoritos. ¡°Cr¨®nica rosa¡±, escupen desde lo alto de su columna. Benditos sean, no saben lo que se pierden. Una an¨¦cdota, una revelaci¨®n, finalmente un cotilleo, puede ser la pieza que falta para completar un puzle, al menos en nuestras mentes calenturientas.
As¨ª que comprender¨¢n la fascinaci¨®n provocada por la Autobiography de Morrissey. ?l era como nosotros: un fan fatal, que incluso escrib¨ªa cartas a sus adorados. Luego estuvo al frente de The Smiths, en la ¨¦poca gloriosa de los semanarios musicales brit¨¢nicos, que exig¨ªan a los artistas la pr¨¢ctica de la esgrima verbal. Y Morrissey era un espadach¨ªn de categor¨ªa ol¨ªmpica.
Del modelo tramposo, adem¨¢s. Impenetrable para su vida personal, que tapa bajo varias capas de mentiras y camuflajes, pero perfectamente preparado para dejar en pelotas a los dem¨¢s. Retrata a sus venerados New York Dolls como criaturas imposibles. No solo al correoso David Johansen, tambi¨¦n al desdichado Arthur Kane, una m¨¢quina de lamentarse: ¡°Venden camisetas m¨ªas por 45 d¨®lares; por ese dinero, podr¨ªan acostarse conmigo¡±. Morrissey se calla, pero lo escribe: ¡°Tal como est¨¢s ahora, una camiseta es la mejor opci¨®n¡±.
Solo un fajador como Bowie puede aguantar las sucesivas impertinencias de Morrissey
No se salvan sus iconos femeninos. Todav¨ªa le duele que Sandie Shaw se llevara el 40% de los royalties del Hand in glove que grab¨® con The Smiths, y que no fuera capaz de ¡°invitar a la banda a cenar¡±. De la colaboraci¨®n con Siouxsie, surgieron disgustos. Pero termina disculp¨¢ndola: ¡°Parece odiar incluso a la gente que la aprecia¡±.
No hay piedad con los enemigos medi¨¢ticos. De Julie Burchill, estrella del New Musical Express y ahora polemista de alquiler, hace un retrato cruel. A Nick Kent, del mismo semanario, le tritura reproduciendo la carta en que el periodista, m¨²sico a tiempo parcial, se ofrec¨ªa para reemplazar a Johnny Marr en unos nuevos Smiths.
Ni siquiera se libra el beatificado John Peel, supuesto palad¨ªn de su grupo: ¡°Nunca fue a vernos, ni siquiera acudi¨® a las sesiones que grabamos para su programa¡±. Peor fue cuando Peel le trat¨® como a un apestado: se neg¨® a locutar el anuncio para un disco de Morrissey, por ¡°la cuesti¨®n del racismo¡±, para no implicarse en las batallas judiciales entre la prensa y el cantante (que gan¨® Morrissey).
?Se salva alguien?, oigo preguntar. S¨ª, David Bowie, por su capacidad para encajar golpes. Hab¨ªa un pacto impl¨ªcito para que cada uno grabara un tema del otro; Bowie cumple con I know is gonna happen someday, mientras que Morrissey decide que no le encaja Goodbye Mr. Ed, una olvidada canci¨®n de Tin Machine. M¨¢s a¨²n, Morrissey abandon¨® a David a mitad de una gira conjunta por Reino Unido, llev¨¢ndose el autob¨²s que ambos usaban para los desplazamientos.
Entre las alabanzas, Bowie ahora leer¨¢ que Morrissey hasta le reprocha los ¨¢lbumes millonarios que hizo para EMI: ¡°El ¨¦xito en el mainstream es lo peor que le puede ocurrir a un artista aut¨¦ntico¡±. Un tanto hip¨®crita, viniendo de un cantante que apunta los puestos que ha logrado en las listas de ventas y, espec¨ªficamente, se queja de falta de apoyo promocional de EMI.
Solo hay alguien que se le escurre a Morrissey. Le noquea que, en un encuentro casual en Nueva York, el odiado Mick Jagger le salude cordialmente, como colega: ¡°Me cost¨® a?os entender el secreto genial de los Rolling Stones¡±. Por si acaso, no explica en qu¨¦ consiste ese ¡°secreto genial¡±.
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