Batiendo todas las marcas
Leer el viaje de otro es adoptar su mirada, aceptar el mundo a trav¨¦s de ella
Vuelve el Guinness World Records (Planeta), uno de los m¨¢s conspicuos cl¨¢sicos navide?os desde mediados del siglo XX. Claro que menos bestia que antes y con un enfermizo sentido de la correcci¨®n pol¨ªtica. As¨ª, la gente gorda ¡ªcomo Pauline Potter, 293,6 kilos¡ª ya no es gorda, sino ¡°m¨¢s pesada¡±, no sea que alguien con ¡ªdigamos¡ª talla corporal alternativa se ponga de los nervios y denuncie a los editores; y a los adultos que miden menos de 60 cent¨ªmetros ya no se les llama ¡°enanos¡±, de modo que no me extra?ar¨ªa ver impreso un d¨ªa de estos el cuento de Blancanieves y los siete m¨¢s bajitos. El Guinness clasifica los r¨¦cords por tem¨¢tica, as¨ª que, despu¨¦s de enterarme de que hay gente que dedica su vida a batir marcas para salir en el libro (como el estadounidense Ashrita Furman, que ostenta el r¨¦cord de batir r¨¦cords, con 155 reconocidos), me puse a averiguar si en la secci¨®n ¡°haza?as en grupo¡± figura el actual Gobierno del Reino de Espa?a: al fin y al cabo sus miembros (y miembras: como dice una amiga, tener ovarios no hace a nadie m¨¢s competente en el trabajo) no solo han logrado la haza?a de acabar con buena parte de lo logrado en el terreno de los derechos laborales y sociales, sino que, henchidos de nostalgia, ahora apuntan a ¡°regular¡± los dem¨¢s: huelga, manifestaci¨®n y ojito con lo que dices cuando expreses tu santa indignaci¨®n, que la polic¨ªa no es tonta. Pero no, el Guinness todav¨ªa no incluye las haza?as de esos recordmen and recordwomen y, de hecho, la palma de las ¡°haza?as en grupo¡± se la llevan este a?o los siete individuos que consiguieron meterse juntos en una cabina de fotomat¨®n de la estaci¨®n de King¡¯s Cross; deber¨ªan haber investigado m¨¢s en Espa?a, donde la crisis ha propiciado que la vuelta de muchos j¨®venes sin trabajo a los hogares familiares haya dejado la aglomeraci¨®n del camarote de los Marx en pura broma. En cuanto al libro y la edici¨®n, aparte del consabido ¡°libro m¨¢s grande del mundo¡±, el ¨²nico r¨¦cord que se consigna es otro del ya mencionado se?or Furman, que recorri¨® 32 kil¨®metros a pie llevando un tomo en equilibrio sobre la cabeza. En ning¨²n momento se aclara si se trataba del propio Guinness World Records o de El mundo como voluntad y representaci¨®n,por poner un ejemplo con menos ilustraciones.
Viajeros
Todos los viajeros mienten o, al menos, embellecen sus recuerdos. Algunos llegan a convertir el relato de su experiencia en libro, para que otros se transporten a los mismos lugares repantigados en un confortable sill¨®n (?de orejas?). Leer el viaje de otro es adoptar su mirada, aceptar el mundo a trav¨¦s de ella. Baudelaire expres¨® ese viajar suced¨¢neo del sedentario en unos versos inolvidables (Le voyage, 1859): ¡°?Anhelamos viajar sin vapor y sin vela!/ Para aliviar el tedio de nuestras prisiones/ pasad por nuestro esp¨ªritu, tenso como una vela/ vuestros recuerdos enmarcados en horizontes¡±. El viaje tiene la edad de la humanidad ¡ªen cierto modo, fue lo que nos hizo humanos¡ª, y los libros de viajeros son tan antiguos como el primer soporte de la escritura. Los hay de muchas clases: desde las meras descripciones con intenci¨®n pr¨¢ctica (las ¡°gu¨ªas¡±) a los modernos travelogues. Los que m¨¢s me interesan son los que integran todos los aspectos de una cr¨®nica viajera en una narraci¨®n literaria. Pienso, por ejemplo, en esa obra maestra que es En la Patagonia, de Bruce Chatwin (Pen¨ªnsula), o en la soberbia India de Naipaul (Debolsillo), o en ese cl¨¢sico del libro de viajes ficcionalizado (e inacabado) que es el Viaje sentimental por Francia e Italia, cuyo autor, Laurence Stern, naci¨® un 24 de noviembre de hace trescientos a?os. Y, m¨¢s cerca, pienso en los viajes de Cela, de Pla, de Llamazares. Y en Dionisio Ridruejo, de quien conservo los dos vol¨²menes de la primera edici¨®n de su magn¨ªfica Castilla la Vieja ¡ªla ¨²ltima obra que su autor vio impresa¡ª, publicada por Destino (1973 y 1974) en una colecci¨®n de referencia. El a?o pasado, con motivo del centenario de Ridruejo, Javier Santill¨¢n, el editor de Gadir, tuvo la estupenda idea de recuperar ¡ªdividi¨¦ndola en seis tomitos, uno por cada ¡°provincia¡± de entonces¡ª, ese hito imprescindible de la literatura viajera espa?ola: tras Segovia, se publica ahora Soria, el territorio m¨¢s ¨ªntimo de Ridruejo, a quien Abel Hern¨¢ndez califica en su emocionado pr¨®logo de ¡°mejor escritor soriano de todos los tiempos¡±; el libro, bella y austeramente editado, incluye buenas fotograf¨ªas del propio Javier Santill¨¢n, que no ha pretendido mejorar las antiguas de Catal¨¤ Roca y Ram¨®n Camprub¨ª. M¨¢s cosmopolita resulta Desaf¨ªo a la identidad (Galaxia Gutenberg) que re¨²ne (con pr¨®logo de Paul Theroux) una cuarentena de textos de Paul Bowles sobre lugares m¨¢s o menos ¡°ex¨®ticos¡±. Bowles, que sabe que todo buen relato de viajes ¡°trata del conflicto entre el escritor y el lugar¡±, es un maestro consciente de la proporci¨®n que deben ocupar en la narraci¨®n el color local y el apunte autobiogr¨¢fico, algo que casi siempre consiguen mejor los escritores que viajan que los viajeros que escriben. Por ¨²ltimo, y en el otro extremo de la literatura de viajes (poco apropiada para viajeros de sal¨®n), destaco las dos nuevas gu¨ªas pr¨¢cticas de la serie ¡°36 horas¡±, publicada por The New York Times, en la que se pretende ofrecer todo lo necesario para que el turista-cameo y acelerado recorra en tres apretados d¨ªas todo-lo-que-hay-que-ver, duerma en cama segura y se atragante con alg¨²n platillo de la gastronom¨ªa local. Las dos ¨²ltimas entregas, publicadas por Taschen, son 36 Hours Latin American & The Caribbean y 36 Hours Asia & Oceania.
Thriller
A¨²n no acabo de entender muy bien el motivo de que los editores de Bajo el cielo de Greene Harbor (Salamandra), la primera novela del norteamericano Nick Dybek, no hayan respetado el t¨ªtulo original (traducci¨®n: Cuando el capit¨¢n Flint era a¨²n un buen hombre). Si es por largo, los he visto a¨²n m¨¢s y no pasa nada (El abuelo que salt¨® por la ventana y se larg¨® tiene solo dos caracteres menos). Y si es porque creen que no se iba a entender el gui?o a La isla del Tesoro, a¨²n peor, sobre todo porque la referencia se explica en la p¨¢gina 15. En todo caso, si les gustan los thrillers literarios, este lo es: Dybek es un maestro de la intriga psicol¨®gica con un gran sentido del escenario (isla pesquera y brumosa, atm¨®sfera f¨ªsica y espiritual opresiva), y consigue que el lector se sumerja en el relato. Por ¨²ltimo, si aman las buenas historias con cr¨ªmenes dentro, les cuento un secreto: un topo cin¨¦filo (y, sin embargo, fiable) que vive en mi barrio me ha soplado al o¨ªdo que Agust¨ªn D¨ªaz Yanes ya ha firmado el contrato para rodar su guion Jarabo (productor: Enrique Cerezo), una especie de cr¨®nica del triple asesino que tuvo en vilo a los espa?oles a finales de los cincuenta y aliment¨® el morbo del pa¨ªs hasta que fue sometido al garrote vil. Conociendo los ingredientes de la historia ¡ªun dandy fr¨ªvolo, calavera y derrochador campando a sus anchas en el Madrid fascist¨®n y gris¨¢ceo de 1958¡ª, pienso que D¨ªaz Yanes lo puede hacer a¨²n mejor que el llorado Bardem, que ya lo hab¨ªa intentado (1984) en la serie televisiva La huella del crimen.
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