En casa de Mr. Wolfe
Tom Wolfe vuelve a la carga con una novela que radiograf¨ªa la ciudad de Miami
El tweed de seda blanco que hab¨ªa elegido result¨® ser demasiado caluroso para el verano de 1962, pero en lugar de aparcar el nuevo traje en el armario, Tom Wolfe (Virginia, 1931) opt¨® por usarlo en invierno. Aquello tuvo un efecto no calculado que deleit¨® al inquieto reportero: a la gente le molestaba. Descubri¨® que esa indumentaria era una ¡°maravillosa e inofensiva forma de agresi¨®n¡± y de repente vestirse por las ma?anas pas¨® a ser algo divertido. Medio siglo despu¨¦s cabr¨ªa pensar que quiz¨¢ ya no lo sea tanto, pero fiel a su sello, una tarde de finales de octubre, al abrirse las puertas del ascensor que comunica directamente con su apartamento, Wolfe recibe con amplia sonrisa, vestido con un ic¨®nico sastre claro ¡ªen esta ocasi¨®n blanco perla, a juego con su cabellera, camisa azul con gemelos blancos, corbata del mismo tono, estampada con peque?as raquetas de tenis, calcetines de algod¨®n de rombos y zapatos de cordones blancos y negros¡ª. Un peque?o peine de pl¨¢stico asoma por el bolsillo interior de la chaqueta. Hay un inconfundible aire humor¨ªstico, llamativo y juguet¨®n, inherente a este autor y a su obra. A Wolfe le gusta subvertir las reglas, siempre, claro, a su manera.
Fue tambi¨¦n en 1962 cuando se encontr¨® un reportaje sobre el boxeador Joe Loie de Gay Talese en Esquire y se convenci¨® de que hab¨ªa otra forma mucho m¨¢s atractiva de contar la realidad, que ¨¦l no se quer¨ªa perder. El desarrollo de personajes, la descripci¨®n detallada de escenas o el empleo de la tercera persona eran f¨®rmulas tan v¨¢lidas para un art¨ªculo como para una novela. Wolfe logr¨® un encargo de esa misma publicaci¨®n y viaj¨® al sur para preparar una historia sobre coches tuneados. Cuando ya ten¨ªa todo el material, estaba bloqueado. Finalmente, el editor le pidi¨® que mandara simplemente un memorando de sus notas, y otra persona escribir¨ªa la pieza. Result¨® que aquellos mordaces y desenfadados apuntes acabaron por constituir el primer art¨ªculo del nuevo Wolfe, una vez tachado el encabezamiento epistolar de ¡°Querido Byron¡±. En su libro El Nuevo Periodismo sent¨® las bases del g¨¦nero, identific¨® a sus protagonistas y emancip¨® de una vez las noticias.
Hay muchos libros sobre c¨®mo llegan los inmigrantes, pero muy pocos sobre lo que pasa cuando est¨¢n asentados
Si en los sesenta se adentr¨® en la cultura juvenil con ojos de un antrop¨®logo que disecciona las modas contraculturales y lo popular, en los setenta us¨® su sard¨®nica mirada para analizar el delirante y pretencioso mundo del arte y la arquitectura, o simplemente reflejar el absurdo delirio de autorreferencia que guiaba las terapias psicol¨®gicas experimentales, de pronto convertidas en un fen¨®meno de masas. Wolfe, brillante observador, sacaba un jugo inesperado a su doctorado en Estudios Americanos de la Universidad de Yale, alzaba el espejo ante la farsa y se convert¨ªa en el rey del pop. ¡°Me molestaba que me calificaran de periodista pop, soci¨®logo pop, experto en arte pop, y esto b¨¢sicamente significa que lo que dices no tiene importancia¡±, recuerda sentado en un sof¨¢ en el piso 14 de un edificio del Upper East Side, con una espectacular vista sobre Central Park. Su elegante sal¨®n cl¨¢sico tiene tres sof¨¢s, una chimenea de m¨¢rmol negro, un piano de cola y un arco que se abre a un despacho pintado de azul. Estatus sigue siendo una de sus palabras favoritas, y los detalles han sido la piedra rosetta de Wolfe. Se muestra cr¨ªtico con la falta de adrenalina y competitividad entre los reporteros hoy en d¨ªa, c¨ªnico ante las nuevas tecnolog¨ªas que ayudan a matar el tiempo, pero nunca producen una bufanda como anta?o cuando la gente hac¨ªa punto para no aburrirse, y esc¨¦ptico ante la pol¨ªtica. ¡°Mucha gente me considera conservador porque determinados aspectos como el mundo del arte, la superioridad moral de la izquierda o lo pol¨ªticamente correcto me hacen re¨ªr¡±, cuenta.
En los ochenta, Wolfe dio un giro inesperado y se lanz¨® directamente a la ficci¨®n, eso s¨ª, cuidadosamente reportajeada y publicada por entregas, algo que fue fundamental para terminar las m¨¢s de 700 p¨¢ginas de La hoguera de las vanidades, la novela de la que vendi¨® en EE UU m¨¢s de dos millones de ejemplares y lo consagr¨®. Y de aquel tapiz neoyorquino pas¨® a los campus universitarios en Yo soy Charlotte Simons. Ahora ha vuelto su mirada a la ciudad m¨¢s latina de EE UU con Bloody Miami y para ello cuenta con un potente reparto, que incluye desde al musculoso polic¨ªa cubano N¨¦stor Camacho hasta al doctor Norman que trata a obsesos sexuales, pasando por un pretencioso profesor haitiano, y tambi¨¦n, claro est¨¢, un joven periodista, John Smith.
La idea de la novela surgi¨® mientras preparaba su anterior libro. Quer¨ªa escribir sobre el tema de la inmigraci¨®n y aunque en principio se fij¨® en California y la comunidad vietnamita, r¨¢pidamente comprendi¨® que aquello no iba a funcionar. ¡°Hay muchos libros sobre c¨®mo llegan los inmigrantes, pero muy pocos sobre lo que pasa cuando est¨¢n aqu¨ª asentados. Empec¨¦ a o¨ªr historias sobre Miami, la ¨²nica ciudad que est¨¢ dominada pol¨ªticamente por gente de otro pa¨ªs que habla otro idioma que no es el ingl¨¦s y tiene una cultura distinta, algo que lograron en las urnas no mediante un ataque¡±, explica. Describe su novela como una fotograf¨ªa que retrata c¨®mo Am¨¦rica cambia las vidas y ambiciones de los inmigrantes. ¡°Hay algo ¨²nico en toda persona, pero esto, que yo imagino como una l¨ªnea vertical, intersecciona con la sociedad, porque nunca puedes ser solo t¨² mismo¡±, explica.
Apariencias manidas
Tom Wolfe vuelve a la carga con una novela "racial", otra radiograf¨ªa del melting pot americano, y para ello escoge la ciudad de Estados Unidos que tiene m¨¢s inmigraci¨®n reciente. Sudamericanos, haitianos, rusos, pero sobre todo cubanos asedian en Miami al wasp, el ciudadano blanco, anglosaj¨®n y protestante. Al principio parece que Wolfe quiere hacer un an¨¢lisis sociol¨®gico de la ciudad tomando como referentes la polic¨ªa, la prensa y la oligarqu¨ªa del capital (como hizo antes con Nueva York y Atlanta), pero luego, una vez puestas las fichas en el tablero, el sat¨ªrico cronista se relaja y deja que sus personajes le diviertan. Wolfe sabe bien que se trata de eso, de un divertimento. No va a escribir a estas alturas de su carrera la "gran novela americana" ni una obra maestra de la literatura posmoderna, que no le interesa nada. Y el pacto con el lector est¨¢ claro: levantar¨¦ para ti una ciudad con una prosa musculosa y chispeante, y te dir¨¦ que es Miami, te trasmitir¨¦ ciertas emociones y cerrar¨¢s el libro sin asomo de dolor de cabeza.
Y lo cumple, a su manera, llenando su prosa de exclamaciones, con un estilo brioso y directo. El protagonista de Bloody Miami (cuyo t¨ªtulo original es Back to blood, "vuelta a la sangre", que subraya el car¨¢cter "racial" del conflicto que pretende ilustrar la novela), N¨¦stor Camacho, un joven agente de polic¨ªa, integrado y musculoso, v¨¢stago de balseros, es un personaje impecable para los prop¨®sitos de Wolfe. Vive en el barrio cubano aunque apenas habla espa?ol, tiene una novia de bandera, Magdalena, y su jefe le pide que suba por el alto m¨¢stil de un velero para arrestar a un pobre cubano mojado que ans¨ªa la libertad. El Herald, el peri¨®dico de la minor¨ªa "blanca", lo convierte en el h¨¦roe que toda la comunidad habanera denigra y margina. Un wasp, el reportero Smith, adopta a Camacho, mientras su familia le rechaza, su novia le abandona y empieza a tener problemas con sus compa?eros y jefes. Metidos ya en harina, el narrador nos presenta al jefe y nuevo novio de Magdalena, un psiquiatra wasp adicto al porno y a esquilmar a sus pacientes con el pretexto de curar su afici¨®n malsana al sexo virtual. Este desencajado personaje, as¨ª como un millonario al que trata, sirven a Wolfe para mostrar de manera hist¨¦rica, al modo de alguien que fuese incapaz de dejar de re¨ªr de la ridiculez ajena (eso que se llama schadenfreude), la insania de un mundo inmoral y decadente, el de los blancos. De hecho, todos los personajes de ese mundo, desde el director del Herald hasta los magnates rusos Flebetnikov y Korolyov, excepto quiz¨¢ el reportero Smith, son se?alados como pat¨¦ticos peleles de una herencia maldita. ?Pero acaso los "otros" son diferentes?
La novela, que tiene un buen ritmo en su primera parte, languidece en la segunda. Lo mejor es la manera directa que tiene Wolfe de hacer entrar al lector en situaci¨®n, sea en una regata sexual o en la casa art d¨¦co de un profesor haitiano, quintaesencia de la "energ¨ªa funcional" a la que aspira Wolfe al narrar. Cuando nos pasea por la redacci¨®n del Herald, parece que estamos en una pel¨ªcula de Billy Wilder. Tambi¨¦n en una cena de rusos hay un maestro de ajedrez que resulta desternillante. Pero a la hora de mostrarnos la verdadera individualidad de Camacho o Magdalena, el escritor de Richmond se pierde en las manidas apariencias y los estereotipos, como ese Sergei que recuerda a Putin. ?l, el campe¨®n del "realismo", se empe?a en crear un hiperactivo, artificioso Miami donde "todo el mundo odia a todo el mundo", donde el dinero, el poder y la lascivia aparecen como el ¨²nico norte de los desarticulados personajes. Personajes, la mayor¨ªa, acerca de los cuales apenas vamos a descubrir nada m¨¢s all¨¢ de sus c¨®micos acentos y sus vidas intercambiables, impostadas. Al final, tras tantos m¨²sculos y exclamaciones, la supuesta "energ¨ªa funcional" de la "blanca" prosa narcisista de Wolfe acaba por dejarnos fatigados.
Bloody Miami. Tom Wolfe. Traducci¨®n de Benito G¨®mez Ib¨¢?ez. Anagrama. Barcelona, 2013. 617 p¨¢ginas. 16,99 euros
Su punto de partida esta vez fueron precisamente unos periodistas que conoc¨ªa. ¡°Siempre empiezo con una persona, en este caso, ?scar Corral, que me present¨® a su suegra, y ella, una agente inmobiliaria, me llev¨® a Hialeah, un lugar famoso por sus flamencos y por un hip¨®dromo. Hoy hay all¨ª miles de casitas, es el coraz¨®n de la comunidad cubana, aunque los turistas sigan yendo a la Peque?a Habana para ver a los ancianos jugar al domin¨® en el Caf¨¦ Versalles¡±, dice Wolfe. En total hizo 13 viajes a Miami, recorri¨® las calles y se subi¨® a las lanchas policiales. Para ello cont¨® con la inestimable ayuda del jefe de polic¨ªa, viejo amigo de sus tiempos de reportero en Nueva York. ¡°Coincidimos una vez en una cena. ?l ten¨ªa esta cara de irland¨¦s y le pregunt¨¦ si segu¨ªan contratando a muchos agentes de origen irland¨¦s. Dijo que s¨ª, aunque los irlandeses se hab¨ªan mudado a los suburbios y ya no conoc¨ªan las calles. Concluy¨® afirmando que lo cierto es que si quer¨ªas un polic¨ªa irland¨¦s lo mejor era contratar a un puertorrique?o. Tan pronto como escuch¨¦ eso comprend¨ª que ser¨ªamos amigos. Es un tipo literalmente duro y bastante inteligente, que llam¨® mucho la atenci¨®n al formar un club de lectura entre agentes policiales que le¨ªan a Zola y Balzac. Ahora est¨¢ en Bar¨¦in. Un destino que me parece imposible¡±, comenta.
Aunque su escritura viene cargada de gestos, la conversaci¨®n del autor est¨¢ desprovista de su caracter¨ªstica histri¨®nica puntuaci¨®n. Wolfe tiene un suave tono de voz y las exclamaciones se traducen en un alzamiento de cejas, a modo de carcajada. Tiene una querencia narrativa sure?a, esa que le lleva a enlazar una historia con otra en sus respuestas, salpicadas de an¨¦cdotas y coloristas detalles. As¨ª, habla de su viaje a Cuba como reportero de The Washington Post. ¡°Estaba muy celoso de Castro, que era solo tres a?os mayor que yo y a quien todo el mundo ya conoc¨ªa. Fue un viaje maravilloso, en EEUU tardaron casi un a?o en comprender que el l¨ªder revolucionario no era Jos¨¦ Mart¨ª y en la redacci¨®n buscaron a un chaval que hablara espa?ol. Yo lo hab¨ªa estudiado en la universidad y, aunque pod¨ªa leerlo, no lo hablaba. No fue un problema porque muchos cubanos hablaban ingl¨¦s y adem¨¢s mi mejor fuente eran los peri¨®dicos comunistas donde informaban puntualmente de las manifestaciones. Esa prensa fue un regalo¡±, afirma. Un colega ingl¨¦s lleg¨® a la isla con un telegrama en el que le ped¨ªan que investigara una historia sobre la vida sexual de Castro, puesto que el p¨²blico estaba aburrido de tanta pol¨ªtica. Acab¨® por ser expulsado y Wolfe termin¨® con tres polic¨ªas en la habitaci¨®n de su hotel. ¡°Mientras uno me hac¨ªa preguntas los otros dos estaban fascinados con un bid¨¦ y las puertas correderas de la habitaci¨®n¡±, cuenta.
Wolfe vuelve en Bloody Miami a mofarse del mundo del coleccionismo del arte, esta vez v¨ªa un millonario ruso y un acaudalado americano adicto al onanismo. ¡°Podr¨ªa volver a escribir mi libro sobre el arte La palabra pintada. Est¨¢ el arte sin manos, ese que hace Jeff Koons y que se vende por m¨¢s de un mill¨®n de d¨®lares, y luego est¨¢ el arte de las plazas universitarias, esas que acaban ocupando artistas que hacen trucos inteligentes que llaman la atenci¨®n de la prensa y los museos y que les garantiza un puesto acad¨¦mico¡±, comenta.
Siempre ha dicho que aterrizaba ante los sujetos de sus historias como un marciano, no comprend¨ªa lo que hac¨ªan, pero les dec¨ªa que le resultaba interesante. ¡°Esa es una aproximaci¨®n maravillosa porque lo cierto es que la gente tiene una aut¨¦ntica compulsi¨®n de dar informaci¨®n, una idea que creo que es mi mayor contribuci¨®n al campo de la psicolog¨ªa¡±, se?ala. ¡°Empiezan a hablar y ya no hay quien les calle, te cuentan lo que sea porque a todos nos encanta hablar de cosas que los otros no conocen y esto es una ventaja para detectives y periodistas¡±.
Lo cierto es que m¨¢s que de otro planeta, este irreverente cr¨ªtico es un caballero del sur. ¡°El sur est¨¢ subestimado, all¨ª la gente tiene una maravillosa t¨¦cnica para ocultar lo que realmente quieren decir bajo una felicidad aparente. Es terrible decirle a la gente lo que realmente piensas¡±, dice. ?Qu¨¦ conserva de esa cultura? ¡°A¨²n tengo la compulsi¨®n de levantarme para ceder el asiento a una se?ora y soy absolutamente incapaz de regatear, es algo tan poco educado¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.