Duelo de gigantes al aire libre
Una exposici¨®n itinerante de Henry Moore por cinco ciudades espa?olas celebra el 40? aniversario de la hist¨®rica muestra en Tenerife de escultura en la calle
La vida siempre ha fluido entre gigantes en la elegante Santa Cruz de Tenerife. Est¨¢ La estatua,as¨ª llamada a secas en conmemoraci¨®n de los logros de nadie recuerda muy bien qui¨¦n; esa espiral de Mart¨ªn Chirino que un mal d¨ªa amaneci¨® vandalizada por la autoridad (in)competente; y hasta el monumento a Franco, que permanece erguido en bronce contra la l¨®gica de la historia. Pero m¨¢s que nada, est¨¢ la majestuosa sucesi¨®n de esculturas abstractas de la Rambla y el parque Garc¨ªa Sanabria, que un grupo de entusiastas arquitectos, intelectuales y amantes del arte se trajeron de un pa¨ªs extranjero llamado modernidad aquel heroico 1973. De modo que no sorprende que la ciudad haya convivido el ¨²ltimo mes sin grandes sobresaltos con la exposici¨®n, comisariada por Anita Feldman, de siete enormes piezas de bronc¨ªneo azabache de Henry Moore (1898-1986), revolucionario de la escultura del siglo XX y poeta del espacio p¨²blico.
Si la fundaci¨®n que vela por el legado del artista brit¨¢nico y la Obra Social La Caixa escogieron Santa Cruz como primera parada de la tourn¨¦e espa?ola de Moore, que continuar¨¢ en diciembre en las Palmas de Gran Canaria para despu¨¦s recalar en Sevilla, Bilbao y Valencia, lo hicieron como un tributo a aquella iniciativa, de la que ahora se cumplen 40 a?os, y que dej¨® en Santa Cruz obras importantes de escultores como Paolozzi, Jos¨¦ Abad, Remigio Mendiburu o Guinovart. Entre los 43 artistas que aceptaron participar, la mayor parte sin cobrar por ello, hubo algunos, tambi¨¦n Moore, que lo hicieron con la condici¨®n del regreso del pr¨¦stamo. Entre las piezas que se pudieron contemplar all¨ª entonces, y solo entonces, hab¨ªa un gargallo, un julio gonz¨¢lez, un marino marini y hasta un calder.
Que Santa Cruz recobrase el privilegio de lucir permanentemente un bronce de Moore se debe al empe?o del arquitecto y fot¨®grafo Carlos Schwartz, que trab¨® a mediados de los setenta en Inglaterra cierta amistad con el genio y logr¨® convencerlo de que la ciudad hab¨ªa quedado ¡°desconsolada y triste¡±, ante la p¨¦rdida de Figura recostada (1963), aportaci¨®n del escultor a la muestra del a?o 1973. Para ocupar su vac¨ªo llegar¨ªa para quedarse en 1977 Guerrero de Goslar, obra cumbre de Moore, a cambio del coste de la fundici¨®n. Desde entonces, el mercenario tumbado ha servido, entre otros usos c¨ªvicos, para que los ni?os de varias generaciones trepasen por ¨¦l.
La muestra al aire libre re¨²ne siete monumentales bronces del escultor
Schwartz y el arquitecto Vicente Saavedra rememoraron recientemente aquellas circunstancias bajo los flamboyanes y laureles de indias de la Rambla en un paseo en direcci¨®n contraria al tiempo y la memoria y con rumbo al Colegio de Arquitectos, el lugar donde arranca esta historia. Como parte de ese proyecto modernizador de refinadas geometr¨ªas se construy¨® a finales de 1972 una plaza de acceso en la que fue colocada la pieza de Mart¨ªn Chirino Lady Tenerife contra la naturaleza escarpada de la isla. Aquella fantas¨ªa curva de intenso color rojo supuso, como recuerda Saavedra, coautor del edificio junto a Javier D¨ªaz-Llanos, el bautismo de la ciudad en la ¡°escultura abstracta y no conmemorativa¡±.
La Comisi¨®n de Cultura del Colegio, que hoy asiste a la demolici¨®n sorda que le ten¨ªa guardada el tsunami de la crisis, estaba formada entonces por un heterog¨¦neo grupo, mezcla de j¨®venes entusiastas y personalidades de la cultura espa?ola, como el arquitecto Josep Llu¨ªs Sert y el pintor Eduardo Westerdahl, m¨ªtico editor entre 1932 y 1936 de los 38 n¨²meros de la Gaceta del Arte, caldo de cultivo indispensable de la Exposici¨®n Surrealista del Ateneo, que cont¨® en 1935 con la presencia de Andr¨¦ Breton. En la estela de la refinada ambici¨®n isle?a de Westerdahl y con la colaboraci¨®n del cr¨ªtico Roland Penrose, que escribi¨® una elogiosa rese?a en The Times, surgi¨® el proyecto de la I Exposici¨®n Internacional de Escultura en la Calle.
Entre los que respondieron a la llamada del remoto archipi¨¦lago al final de la noche del a¨²n m¨¢s remoto franquismo, hubo quienes se limitaron a mandar las piezas. Pero otros, muchos, viajaron a Santa Cruz para supervisar la colocaci¨®n de sus obras. Durante meses, la ciudad se convirti¨® con la complicidad y la sorpresa de sus habitantes en un ¡°enorme taller de artistas¡±, como recuerdan a d¨²o Schwartz y Saavedra. La ocasi¨®n lo merec¨ªa: entonces, la idea de la escultura p¨²blica era solo una quimera ensayada con timidez en el museo madrile?o a la intemperie de la Castellana; a¨²n no se hab¨ªa celebrado el concurso de escultura al aire libre de la Autopista del Mediterr¨¢neo y las efigies de Botero o Vald¨¦s todav¨ªa no eran moneda com¨²n en el paisaje urbano de nuestras ciudades.
Mucho han cambiado las cosas en el g¨¦nero del arte p¨²blico. Casi cuatro d¨¦cadas de democracia han dejado tras de s¨ª cad¨¢veres en rotondas y plazas de media Espa?a en nombre de la especulaci¨®n urban¨ªstica y la ansiedad de las autoridades por cortar la cinta inaugural a tiempo de salir en la foto oficial. Los retos de conservaci¨®n, con todo, siguen intactos. En el mismo ideario ut¨®pico de la escultura al aire libre (alterar con modales de museo la cotidianidad de un p¨²blico poco inclinado a visitar los templos del arte) se encierra su propia condena: el vandalismo y el incivismo a¨²n se antojan, tantos milenios de civilizaci¨®n despu¨¦s, irradicables.
La oportunidad de la efem¨¦ride ha permitido al menos a los impulsores de aquel sue?o arrancar de las autoridades tinerfe?as un mayor compromiso con la restauraci¨®n de las piezas. Y eso incluye la puesta al d¨ªa de la que Plensa, acaso el escultor espa?ol m¨¢s internacional y ¨²ltimo premio Vel¨¢zquez, instal¨® donde la rambla se precipita hacia el oc¨¦ano para conmemorar en 1994 el 20? aniversario de aquella haza?a.
Entretanto, y como testimonio de lo que pudo ser y en cierto modo fue, ah¨ª sigue el guerrero de Moore, que parece contento de haber estado acompa?ado este mes en una exposici¨®n ¨²nica por siete de sus hermanos de bronce.
Babelia
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