Mataderos
Se aplica con generosidad en el cine la calificaci¨®n de po¨¦tico cuando provoca sensaciones muy ¨ªntimas en el receptor. Y no hay patrones ni racionalizaci¨®n para explicar por qu¨¦ algo te resulta l¨ªrico. A lo peor, se esfuma la poes¨ªa en el intento de definirla o etiquetarla. Que la sensibilidad o el capricho de cada uno decida lo que es prosaico o l¨ªrico.
Por ejemplo, hay un director franc¨¦s llamado Georges Franju cuyas im¨¢genes, la atm¨®sfera y el aroma que crea, hacen que lo relacione con las turbadoras, luminosas o sombr¨ªas sensaciones que asocio con determinados poemas. Volv¨ª a ver hace poco Los ojos sin rostro (esa inquietante y perversa pel¨ªcula que Almod¨®var intent¨® plagiar en vano en la grotesca La piel que habito) y su poder de conmoci¨®n se manten¨ªa intacto. Tambi¨¦n he revisado con renovado horror su documental La sangre de las bestias. Lo rod¨® en 1949 en un matadero de los suburbios de Par¨ªs. No hay ficci¨®n, filma el sacrificio cotidiano de las bestias. Y durante unos d¨ªas me abstengo irracionalmente de comer carne. Tambi¨¦n me hace recordar el miedo y la grima que sent¨ªa en la infancia cada vez que pasaba al lado de un matadero cercano a mi casa, lo que imaginaba que ocurr¨ªa en ese templo del espanto. En fin..., el psicoan¨¢lisis, el silencio de los corderos, esas intrascendentes cosas.
Y por primera vez coincido en algo con el ministro del Interior respecto al escalofr¨ªo que le provoca algo tan inocuo y literario como que los etarras beneficiados por la suspensi¨®n de la doctrina Parot decidan juntarse para una comida solidaria y presumo que entra?able en un antiguo matadero. Dudo que los que administraron con tanto celo la muerte ajena, fr¨ªamente, sin motivos personales, sientan alguna vibraci¨®n relacionada con lo macabro en el escenario de su fest¨ªn. Y seguro que ya no volver¨¢n a ser matarifes en serie para salvar a la patria, que buscar¨¢n soluciones para que salgan cuanto antes sus entrullados colegas y para que purguen lo m¨ªnimo los cuatro indocumentados que siguen sueltos.
Me enter¨¦ de la matanza de Hipercor al encender la radio en el aparcamiento de esos grandes almacenes en Madrid. La muerte me conced¨ªa su suerte. Repito, no hab¨ªa razones personales en la barbarie. Y los coros vocean: ¡°?Los nuestros a casa, los vuestros al hoyo!¡±.
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