El trencad¨ªs y los platos rotos
No es noticia que las obras de Santiago Calatrava generen pol¨¦mica. Pero el rechazo, tradicionalmente desactivado como envidia, que buena parte de sus trabajos despierta entre sus colegas arquitectos ¡ªque los tildan de escult¨®ricos o ¡°falleros¡±¡ª adquiere otros tintes ahora que tantos de sus edificios demuestran haber corrido riesgos excesivos para ser asumidos por el bolsillo de la ciudadan¨ªa.
Esos riesgos , que eran interpretados como audacias cuando el arquitecto contaba con el favor de los pol¨ªticos, han desembocado en reclamaciones con frecuencia iniciadas por el propio Calatrava por motivos econ¨®micos (en el caso del Palacio de Congresos de Oviedo) o por razones de autor¨ªa art¨ªstica (como la pasarela Zubizuri en Bilbao). Las quejas delatan, sin embargo, el agravante de la reincidencia. Calatrava tiene problemas una y otra vez con el uso de materiales similares (suelos resbaladizos de elementos v¨ªtreos en los puentes de Bilbao, Murcia o Venecia). O cae y recae en la tentaci¨®n de alardes t¨¦cnicos, como dotar de movimiento el Palacio de Oviedo o la estaci¨®n de Nueva York, para que terminen est¨¢ticos y con un presupuesto desbocado.
As¨ª las cosas, los recurrentes problemas de Calatrava evidencian que el reto en arquitectura ha dejado de ser una cuesti¨®n de experimentaci¨®n formal o t¨¦cnica. El aut¨¦ntico reto es asumir la responsabilidad de utilizar bien el dinero p¨²blico. Y ese desaf¨ªo deben asumirlo por igual las empresas constructoras ¡ªque deber¨ªan conocer lo que es y lo que no es posible construir¡ª, el propio arquitecto ¡ªpor proyectar para el Palau de les Arts un acabado cer¨¢mico sujeto sobre una cubierta met¨¢lica¡ª y los pol¨ªticos que permitieron el desprop¨®sito.
A Gaud¨ª no se le ca¨ªa el trencad¨ªs y ¡ªde la ?pera de J?rn Utzon en Sidney al Mercat de Santa Caterina de Miralles-Tagliabue en Barcelona¡ª el mundo est¨¢ lleno de espl¨¦ndidos ejemplos de edificios cubiertos por piezas cer¨¢micas que soportan sin problemas los cambios de temperatura.
Con todo, en este nuevo percance de Calatrava la mala noticia es tambi¨¦n la buena. Que la Generalitat Valenciana se atreva a denunciar deber¨ªa implicar que se atreve a ser transparente sin temor a que nadie tire de la manta de las comisiones que han caracterizado la burbuja arquitect¨®nica espa?ola. Parad¨®jicamente, es el reclamo de esos derechos lo que puede devolver la credibilidad y la confianza a una profesi¨®n maltrecha por la actuaci¨®n de unos pocos. Puede que t¨¦cnica e incluso art¨ªsticamente solo se avance arriesgando, pero socialmente se avanza asumiendo responsabilidades. El arquitecto, las constructoras y los pol¨ªticos deben solucionar este problema. Y dejar claro qui¨¦n va a pagar los platos rotos.
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