Pacheco: Abrir caminos en la selva
La poes¨ªa de Jos¨¦ Emilio Pacheco es impecable, tallada con la materia de las palabras duraderas
Quienes contemplamos la escritura desde la atalaya de la edad sabemos muy bien que una cosa es la creaci¨®n literaria y otra el mundo literario. Sin embargo, a veces, como un milagro que da alegr¨ªa, ambas visiones se funden intensamente y entonces nuestro gozo es mucho, abandonamos el pesimismo y damos por bien utilizada la vida que plenamente hemos dedicado a la literatura. ?sta es la primera idea que me viene a la cabeza cuando me comunican la muerte del poeta mexicano Jos¨¦ Emilio Pacheco, pues esa fusi¨®n ideal entre obra y vida se dio durante mi ¨²ltimo encuentro con este poeta en la Feria del Libro de Guadalajara de 2011, en M¨¦xico, cuando ¨¦l present¨® la edici¨®n de mi Obra po¨¦tica completa.
Confluyeron muchas sinton¨ªas vivenciales en aquel acto, pero sobre todo la de ver la gran sala llena de p¨²blico, que yo pensaba que se deb¨ªa, claro, a la presencia de Jos¨¦ Emilio y no a mi libro. Nada nuevo, por otra parte, si tenemos en cuenta el respeto y el fervor que en Am¨¦rica se tienen hacia la poes¨ªa y los poetas. Poes¨ªa y vida, por tanto, en plenitud, fundidas, como debe ser, y aunque ¨¦l hubiese llegado a la sala sentado en una silla de ruedas, se?al de que su salud no iba bien. Pero enseguida se puso de pie y la presencia de su esposa Cristina, muy popular periodista y escritora, y de su hija Laura Emilia afervoraron el ambiente.
La segunda idea que viene a mi cabeza, tras su muerte, es m¨¢s sustancial y menos personal. Me refiero a que a la poes¨ªa de Jos¨¦ Emilio Pacheco le estuvo destinada la dif¨ªcil tarea (y el don) de abrir nuevos caminos en la rica ¡°selva¡± de la poes¨ªa latinoamericana del siglo XX, repleta de grandes maestros, y no pocos de ellos de M¨¦xico (L¨®pez Velarde, Gorostiza, Efra¨ªn Huerta, Paz, Sabines, por citar s¨®lo las corrientes m¨¢s f¨¦rtiles). ?C¨®mo abrir, pues, nuevos caminos despu¨¦s de ellos?
Lo cierto es que la poes¨ªa en espa?ol que nos llega de Am¨¦rica sigue siendo llamativa y de un alto ¡°voltaje¡± expresivo, incluso la de los m¨¢s j¨®venes; pero a Pacheco le toc¨® abordar el reto de vivificarla en la encrucijada de la d¨¦cada de los 50, en un libro como Los elementos de la noche o, luego, con El reposo del fuego. Su arte po¨¦tica descrita ya en aquel tiempo en solo dos versos (¡°Tenemos una sola cosa que describir:/este mundo)¡± recuerda la sentencia del poeta suf¨ª, aquella de que el mundo es una realidad absoluta y no local o sectaria.
De ah¨ª la carga intelectual, culta, que ya entonces aport¨® a sus poemas, el anecdotario universalista de ¨¦stos, pero tambi¨¦n ese lenguaje enriquecido, tan propio de aquellos pa¨ªses, que tiene siempre presente a la naturaleza como maestra (en su caso con la presencia notable y sabia de los animales). La suya es, sobre todo, una poes¨ªa burilada, de ejemplar concisi¨®n, pero no hay que olvidar esa riqueza verbal, nacida del ingenio no de la mera ret¨®rica, que al final expresar¨¢ incluso mediante el poema en prosa (La arena errante).
¡°Escribir es tarea de S¨ªsifo. No hay obras acabadas, s¨®lo obras abandonadas¡±, escribi¨® en una nota que ¨¦l puso a uno de sus libros (Tarde o temprano, Fondo de Cultura Econ¨®mica, 2004); volumen que ¨¦l me regal¨® durante una de sus varias estancias en Salamanca, ciudad donde era y es muy querido. Su poes¨ªa, pues, como un gran reto superado. Impecable, concreta, tallada con la materia de las palabras duraderas. Esas que nunca se olvidan, pues nos hacen sentir y pensar. Y siempre con la emoci¨®n contenida, inteligente.
Cuatro poemas:
- Tacubaya, 1949, (de Ir¨¢s y no volver¨¢s).
- Fin de siglo (de Desde entonces, II).
- Las dos primeras estrofas y la ¨²ltima del poema 'Ca¨ªn', (de Miro la tierra).
- Rub¨¦n Dar¨ªo en el burdel (de La arena errante).
Antonio Colinas es poeta.
Babelia
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