U?as en las cuerdas y la madera
Conoci¨® el desasosiego y la angustia que produce la creaci¨®n. Se sent¨ªa libre cuanto m¨¢s lejos tocaba de su pa¨ªs
Llevaba el nombre de su madre, Luzia, portuguesa de Castro Mar¨ªn, aunque casi todo se lo deb¨ªa a su padre. Antonio le dec¨ªa con mirada imperativa ¡°coge la guitarra¡± y oblig¨® al quinto de sus hijos a estudiar: de los seis a?os hasta los catorce, diez horas todos los d¨ªas, sentado en una silla dej¨¢ndose las u?as y las yemas en las cuerdas y la madera.
Tuvo suerte de oir m¨²sica desde que naci¨®, con los vecinos y los amigos artistas que el padre llevaba a casa de madrugada tras el trabajo. Pas¨® su ni?ez en Algeciras rodeado de flamencos. Y uno es lo que es su ni?ez. Vivi¨® en su piel la desaz¨®n de su padre, que se iba de noche a tocar para se?oritos por los pocos duros que cayeran. Aunque nunca falt¨® de comer en casa, ni en la calle de San Francisco, con su patio y el ¨¢rbol con rosales, ni en la de Barcelona, en el mismo barrio de la Bajadilla.
Al cumplir los 12 andaba ya ganando sus primeros dineros para la familia. Hab¨ªa que ser hombre pronto. Los hermanos iban al colegio hasta los once a?os, luego hab¨ªa que ayudar. Pero ten¨ªa el recuerdo de una infancia feliz.
Con Camar¨®n sac¨® al flamenco de aquellas juergas que no eran de vino y alegr¨ªa para todos. Un gitano y un payo, venerando las ra¨ªces y mirando ¡®pa?lante¡¯, con conocimiento, sensibilidad e intuici¨®n. Cre¨® ese toque r¨¢pido, r¨ªtmico, poderoso... de gran sentido mel¨®dico. Tocaba con rabia por inseguridad: lo que le gustaba a ¨¦l era cantar. Y eso hac¨ªa con su guitarra.
Conoci¨® el desasosiego y la angustia que produce la creaci¨®n. Y le ten¨ªa p¨¢nico a repetirse. Si no le abrum¨® que le concedieran el Pr¨ªncipe de Asturias, a ¨¦l que se confesaba ¡®muy met¨ªo pa?dentro¡¯, fue por el reconocimiento oficial a un arte maltratado. Malito de perfeccionismo, sufri¨® cada vez que tuvo que someterse al juicio de sus compatriotas: se sent¨ªa libre cuanto m¨¢s lejos tocaba de su pa¨ªs. Grabados estaban los surcos en el rostro. Porque a veces Francisco S¨¢nchez G¨®mez se cansaba de Paco de Luc¨ªa. Si no del m¨²sico, s¨ª del personaje al que han puesto en un pedestal.
Hace unos a?os se refugi¨® en Playa del Carmen: para escapar del instrumento de dolor y placer. Con Gabriela, su compa?era mexicana, y Antonia, su hija peque?a. Un equipo de televisi¨®n rod¨® un documental en aquella casa de la costa del Yucat¨¢n. La c¨¢mara mostraba a un hombre relajado, yendo a comprar al mercado, disfrutando de la pesca submarina... Que se pon¨ªa melanc¨®lico al pensar en la vuelta a la rutina de maletas, hoteles y aeropuertos.
Se convirti¨® en uno de esos m¨²sicos que se lo ponen muy dif¨ªcil a los que vienen detr¨¢s. Para una mayor¨ªa ser¨¢ siempre el guitarrista de ¡®Entre dos aguas¡¯; para la gente de la cl¨¢sica, el flamenco que se atrevi¨® a grabar a Falla y Joaqu¨ªn Rodrigo; para los viejos aficionados el jovencillo imberbe que tocaba al estilo del Ni?o Ricardo y sigui¨® el consejo de Sabicas de crear cosas propias.
El Mambr¨² que en Madrid se dejaba caer por los billares de la plaza de Callao, con su hermano Pepe y con Camar¨®n ¡ªque s¨®lo se sinti¨® Paco tras la muerte del cantaor¡ª, aquel ni?o, que en el fondo nunca sali¨® de Algeciras, posiblemente estaba a¨²n tratando de encontrarse. Un genio irrepetible este Francisco S¨¢nchez G¨®mez, al que los flamencos llaman Paco.
Del libro 'Viol?o Ib¨¦rico', de Carlos Galilea (Trem Mineiro, RJ 2012).?
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