Gerard Mortier, pasi¨®n y revoluci¨®n
El exdirector art¨ªstico del Teatro Real de Madrid, una de las figuras m¨¢s importantes del mundo de la ¨®pera, padec¨ªa un c¨¢ncer
¡°No pido vivir muchos a?os, solo un tiempo m¨¢s con lucidez para seguir trabajando¡±. Gerard Mortier (Gante, 1943), el hijo de un panadero de Gante que revolucion¨® la escena oper¨ªstica de las ¨²ltimas d¨¦cadas a trav¨¦s de sus distintos proyectos, pertenec¨ªa a una especie en extinci¨®n. La de los hombres que entregan su vida, literalmente, a una gran pasi¨®n, a su trabajo. Enfermo de un c¨¢ncer de p¨¢ncreas diagnosticado el pasado mes de mayo y que le ha fulminado en menos de un a?o, ha continuado trabajando, leyendo y escribiendo art¨ªculos hasta su ¨²ltimo suspiro. El hombre que sustituy¨® a Herbert von Karajan al frente del Festival de Salzburgo, que transform¨® un peque?o teatro de tercera fila como la Monnaie de Bruselas en foco de innovaci¨®n internacional, o que dio un portazo en la ?pera de Nueva York antes de empezar a dirigirla al sentirse enga?ado, muri¨® ayer a los 70 a?os en su apartamento de Bruselas rodeado de su familia y amigos ¨ªntimos. Acababa de volver de Mosc¨², donde se hab¨ªa sometido a un nuevo tratamiento que le concedi¨® esperanza, pero tambi¨¦n un profundo agotamiento del que ya no pudo reponerse.
Todas sus etapas se cimentaron en el conflicto intelectual y la dial¨¦ctica. En la demolici¨®n de las convenciones cl¨¢sicas y los t¨®picos que rodean al, a veces, est¨¢tico mundo de la ¨®pera. Su carrera fue una apuesta por el repertorio contempor¨¢neo, por la apertura de par en par de las puertas del teatro al p¨²blico m¨¢s joven y por la promiscuidad con otras disciplinas art¨ªsticas como el videoarte, el cine o el pop. Se rode¨® de artistas como Michael Haneke, Anselm Kiefer, Peter Sellars, Bob Wilson o Bill Viola. Le acompa?¨® siempre la pol¨¦mica. Y casi siempre, tambi¨¦n el ¨¦xito.
Pero los ¨²ltimos tiempos fueron quiz¨¢ los m¨¢s dif¨ªciles de su vida. El Teatro Real, donde fue director art¨ªstico hasta septiembre del a?o pasado, decidi¨® relevarle tras una entrevista que concedi¨® a EL PA?S en la que anunciaba su enfermedad y amenazaba con abandonar su cargo si no pod¨ªa participar en la elecci¨®n de su sucesor. Demasiado ¨®rdago. Al final acept¨® un simb¨®lico cargo de consejero art¨ªstico, con tal de poder gestionar hasta su ¨²ltimo aliento una temporada en la que ansiaba ver el resultado de estrenos como Brokeback Mountain o poder lidiar con la pol¨¦mica que cre¨ªa iban a despertar Los cuentos de Hoffman (que se estrenar¨¢ el 17 de mayo).
El Madrid de Mortier fue un tiempo solitario, de incomprensi¨®n mutua ¡ªmerecida o no¡ª con el sector m¨¢s conservador del patio de butacas. Tambi¨¦n de escasos amigos. La vida era el trabajo. Polemiz¨® con Esperanza Aguirre, con Ana Botella o Ignacio Gonz¨¢lez. Nunca rehuy¨® el intercambio de golpes. Si no encontraba a sus monstruos, los creaba. Cre¨ªa que esa agitaci¨®n permanente mantendr¨ªa viva a la ¨®pera. Tambi¨¦n la apuesta por la vertiente m¨¢s intelectual del teatro y el rechazo a lo que consideraba las ¡°obviedades¡± del bel canto y su entorno de estancados defensores.
Joan Matabosch, director art¨ªstico del Liceo de Barcelona, recibi¨® el dif¨ªcil encargo de sustituirle. Pero la transici¨®n, en palabras del propio Mortier, fue exquisita y el gestor catal¨¢n tuvo toda la mano izquierda del mundo para aprovechar al m¨¢ximo el legado de su antecesor. ¡°Ha sido una de las grandes figuras de la ¨®pera a nivel internacional y del que debemos enorgullecernos de haber disfrutado¡±, se?alaba.
Como recordaba ayer el presidente del Patronato del Real, Gregorio Mara?¨®n, Mortier ¡°era puro fuego¡±. Y, a veces, su falta de mano izquierda y, quiz¨¢, la imposici¨®n de unas ideas con las que estaba dispuesto a morir ¡ª¡°convicciones¡±, correg¨ªa ¨¦l¡ª, le granjearon toda suerte de enemigos. Se le atribuy¨® un supuesto desprecio a lo espa?ol debido a la ausencia de voces de este pa¨ªs en sus programaciones. Su argumento era claro: no adjudicaba papeles en funci¨®n del pasaporte. Permanecer¨¢, sin embargo, su apuesta por artistas como Eduardo Arroyo, La Fura dels Baus, Mar¨ªa Bayo, Carlos ?lvarez o Agust¨ªn Ibarrola. Tambi¨¦n el encargo de tres nuevas ¨®peras a compositores espa?oles como Mauricio Sotelo, Elena Mendoza y Alberto Posadas.
Demoli¨® todas las convenciones cl¨¢sicas y los t¨®picos en torno al mundo de la ¨®pera
Mortier quer¨ªa un patio de butacas rejuvenecido, agresivo y reflexivo. Despreciaba sin disimulo la concepci¨®n de la ¨®pera como mero entretenimiento. Aborrec¨ªa la celebraci¨®n social. ¡°Aqu¨ª no se viene a hacer la digesti¨®n o a bostezar¡±, sosten¨ªa a menudo. Lo mismo buscaba en sus colaboradores. Conoc¨ªa al detalle la tradici¨®n, pero exig¨ªa frescura.
Tambi¨¦n llev¨® a gala un cierto desprecio al star system de la escena y a los caprichos de los grandes divos en el ocaso de su carrera. Todos los focos le apuntaban a ¨¦l. Sus ruedas de prensa eran un claro reflejo de esa pasi¨®n, a veces puede que un tanto narcisista. Siempre profundamente reveladoras. Le encantaba ese momento. Reci¨¦n salido de un hospital de Alemania, viaj¨® a finales de enero a Madrid para presentar Brokeback Mountain. Recluido en casa de una amiga ¡ª¨²ltimamente prefiri¨® gastar todo su dinero en el tratamiento y renunci¨® a su apartamento en la capital¡ª sali¨® de la cama con 40 de fiebre para ponerse delante de la prensa y explicar la importancia de aquel estreno mundial. Su osad¨ªa lo mand¨® de nuevo al hospital.
Siempre reivindic¨® su educaci¨®n jesu¨ªtica. De ah¨ª sali¨®, contaba, parte de esa perseverancia y rigor en el estudio y el trabajo. Su tozudez intelectual. A veces, rozando lo quijotesco. Hijo de una familia humilde, estudi¨® derecho y pronto forj¨® una cultura musical a bordo de un viejo coche con el que recorr¨ªa a los 27 a?os los 300 kil¨®metros que hab¨ªa entre Gante y las ¨®peras de D¨¹sseldorf o Colonia. Aprendi¨® la meticulosa planificaci¨®n de los ensayos de su maestro Christoph von Dohn¨¢nyi y, poco a poco, fue convirti¨¦ndose en el legendario gestor oper¨ªstico que ha sido. Especialmente tras su paso por Salzburgo.
Como en la mayor¨ªa de sus etapas, la violenta renovaci¨®n que emprendi¨® comenz¨® con el rechazo p¨²blico de algunos c¨ªrculos de su predecesor, Herbert von Karajan, y termin¨® con una oferta de renovaci¨®n despu¨¦s de diez a?os por cinco m¨¢s (que rechaz¨®). Ah¨ª la revoluci¨®n, como en sucesivas etapas, se fragu¨® desde la programaci¨®n y los artistas ¡ªrepertorio moderno como un San Francisco de As¨ªs de Peter Sellars o Desde la casa de los muertos, con escena de Eduardo Arroyo y la batuta de Claudio Abbado¡ª hasta la bajada de precios y cambio del sistema de abonos para atraer al p¨²blico m¨¢s joven. Se enfrent¨® al ultraderechista J?rg Haider. Desat¨® la pol¨¦mica. Todav¨ªa le a?oran.
Algo parecido sucedi¨® en Bruselas, donde convirti¨® La Monnaie ¡ªentonces un teatro de quinta divisi¨®n¡ª en un faro cultural europeo. O incluso en Par¨ªs, donde acab¨® enfrentado a un amplio sector de los c¨ªrculos oper¨ªsticos, los mismos que hoy reconocen que nada ha vuelto a ser igual desde entonces. Su paso por la Trienal de la Cuenca del Ruhr, un festival que parec¨ªa creado a su medida, fue el periodo m¨¢s pl¨¢cido de su carrera. Quiz¨¢ demasiado.
Mortier ha sido un hombre de clan. Protector y extremandamente generoso con sus colaboradores, teji¨® a lo largo de su carrera una red social (directores de escena, batutas y ayudantes) que variaron levemente en cada etapa. Uno de ellos, desde su primer encuentro en el Festival de Salzburgo, fue el director de escena Robert Wilson. ¡°Ten¨ªa un compromiso incre¨ªble son su trabajo. Estaba interesado en la literatura, el drama, las artes pl¨¢sticas, la m¨²sica. Hizo lo que nadie hac¨ªa ni hab¨ªa hecho antes. Asum¨ªa riesgos. Apost¨® por Vida y Muerte de Marina Abramovic. No se hab¨ªa visto nada as¨ª en un teatro de ¨®pera en Madrid. Era un gran altavoz de la juventud, siempre atento a lo que suced¨ªa. Igualmente en el teatro, donde solucionaba los problemas de los artistas al instante. Era un visionario inigualable¡±, explicaba ayer el director de escena estadounidense. Fue, como explicaba Haneke, ¡°un amigo de los artistas¡±. Uno de de los suyos.
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