Ver o no ver, esa es la cuesti¨®n
No diferenciamos entre la obra que creemos conocer y aquella que realmente nos ha conmovido, en el sentido que sea
Hacer visible lo que no vemos, escribi¨® Paul Klee en uno de sus cuadernos-idearios el mismo a?o en el que Walter Benjamin anunciaba la p¨¦rdida del aura en la obra de arte que entraba en el universo de la reproducci¨®n mec¨¢nica. Una paradoja dram¨¢tica en la cultura postindustrial.
Porque lo propio de la creaci¨®n art¨ªstica en el siglo XXI es precisamente que se produce para ser reproducida. Miles, millones de espectadores que ven las mismas im¨¢genes, escuchan la misma m¨²sica. La misma quiere decir id¨¦ntica, porque se crea y es recibida en tiempo real. El ¨²ltimo reducto, la ¨®pera, en la que especialmente los aficionados sabemos que cada aria es ¨²nica en cada representaci¨®n, se transmite ahora en directo, audio y v¨ªdeo, en teatros y cines de todo el planeta.
Sin embargo, para la creaci¨®n pl¨¢stica la afirmaci¨®n de Klee es una intuici¨®n exacta. Porque lo visible es mucho m¨¢s profundo que lo que vemos. Lo visible se nutre de la certeza y el enga?o que arrastra el registro visual, y se fragua no en el ojo, sino en zonas todav¨ªa misteriosas de la memoria. Solo as¨ª se provoca la emoci¨®n, sin la cual la gran obra de creaci¨®n no existe.
Para la pintura no hay atajos posibles. Libros, cat¨¢logos, carteles, postales, reproducciones en revistas y peri¨®dicos, tabletas, aplicaciones muse¨ªsticas... estamos tan acostumbrados a la convivencia con la reproducci¨®n de cuadros que no diferenciamos entre la obra que creemos conocer y aquella que realmente nos ha conmovido, en el sentido que sea. La cantidad de personas que creen conocer razonablemente bien la obra de T¨¤pies o de Barcel¨®, por ejemplo, y que sin embargo han convivido escasos momentos con unos t¨¤pies o unos barcel¨®s, es abrumadoramente mayoritaria. Pero disc¨²lpenme, es como confundir silbar con tocar al piano la misma melod¨ªa.
Claro que el aura envuelve a la verdadera obra de creaci¨®n. Nada puede sustituir su contemplaci¨®n directa. Esa exigencia es lo que la aleja del consumo generalizado. Y la que hace tan espec¨ªfica y fr¨¢gil su situaci¨®n en la industria cultural. La condici¨®n de obra ¨²nica reduce su contemplaci¨®n a unos pocos espacios p¨²blicos. La galer¨ªa, y sobre todo el museo, asumen esa responsabilidad.
Alberto Coraz¨®n es artista, dise?ador y autor de libros de teor¨ªa del arte como Im¨¢genes / Signos: una experiencia transversal o Una mirada en palabras.
Babelia
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