Historia m¨ªtica de las Am¨¦ricas
Como la Atl¨¢ntida o la ciudad de Oz, la ciudad de Macondo existe desde siempre

Ten¨ªa yo 15 o 16 a?os cuando mi padre me trajo de regreso del Uruguay un librito de un tal Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, El Coronel no tiene quien le escriba. Yo y mis amigos, pretenciosos intelectuales adolescentes, nos hab¨ªamos dispuesto a explorar la literatura latinoamericana despu¨¦s de leer en clase a Germ¨¢n Arciniegas y a Rivera, pero nada de lo que hab¨ªamos le¨ªdo se parec¨ªa a este extra?o relato colombiano que dec¨ªa tanto sobre la violencia de esas tierras que para nosotros, porte?os, nos parec¨ªan m¨¢s ex¨®ticas que la China y, al mismo tiempo, no dec¨ªa nada sobre ella misma.
Quiero decir, no hab¨ªa en las apenas cien p¨¢ginas de la novelita ni una sola acci¨®n sangrienta, ni una sola masacre: ¨²nicamente una memorable atm¨®sfera agobiante de espera sin esperanza, de peligro invisible e innombrado, de agobio y ahogamiento que se reflejaba, por una parte, en el hambre y la ansiedad constantes de los protagonistas y en el implacable asma de la mujer del Coronel, y por otra, en la desoladora escenograf¨ªa del pueblo colombiano de polvo y de lluvia.
Contempor¨¢neo de los bufones de Beckett, de El extranjero de Camus, del hombre ante las puertas de la ley de Kafka, y a pesar de las advertencias de sus conciudadanos (¡°Ya nosotros estamos muy grandes para esperar al Mes¨ªas¡±), el coronel a quien nadie escribe, espera.
En el trasfondo del cuento, se alza la misteriosa ciudad de Macondo cuya historia y geograf¨ªa yo ir¨ªa descubriendo despu¨¦s en los otros libros de Garc¨ªa M¨¢rquez, pero que en este, mi primero, cobraba ya una realidad literaria absoluta. Cuenta Garc¨ªa M¨¢rquez que imagin¨® la cr¨®nica de Macondo a principios de los a?os cincuenta, cuando visit¨® Aracataca con su madre, y que escribi¨® el nombre por primera vez en el cuento Un d¨ªa despu¨¦s del s¨¢bado, publicado en 1954.
La verdad es otra. Macondo fue una invenci¨®n necesaria, parte de esa cosmograf¨ªa invisible que nuestra imaginaci¨®n se empe?a constantemente en rescatar para nuestro testarudo mundo consciente. Como la Atl¨¢ntida o las Islas Bienaventuradas, como la ciudad de Oz o el monasterio de Shangri La, Macondo existe desde siempre, aunque su singular cronista haya rese?ado para nosotros, sus lectores, tan solo un solitario siglo. Junto con Eldorado y la Ciudad de los C¨¦sares, Macondo forma parte de la historia m¨ªtica de las Am¨¦ricas. Cuando los primeros conquistadores anclaron sus barcas en el Nuevo Mundo y quisieron aprehender el vasto y pavoroso territorio, intentaron descubrir en los r¨ªos y bosques desconocidos y en las flores y bestias extra?as, rasgos de una geograf¨ªa, una flora y una fauna ocultas en sus propias mitolog¨ªas. As¨ª reconocieron en los habitantes del sur del continente los gigantes contra los cuales lucharon los antepasados del Quijote y en las tribus matriarcales de la selva las Amazonas enemigas de H¨¦rcules. Crist¨®bal Col¨®n, en la cr¨®nica de su primer viaje, cuenta que al descubrir unos manat¨ªs cerca de la costa de Guinea, entendi¨® ver ¡°tres sirenas que salieron bien alto de la mar, pero¡±, agrega fielmente el Almirante, ¡°no eran tan hermosas como las pintan¡±. A esa fe pertenece Macondo. Thomas More imagin¨® Utop¨ªa para entender mejor la pol¨ªtica de su siglo. Macondo existe para entender (o al menos tratar de entender) la sangrienta historia de Colombia y tambi¨¦n, por analog¨ªa, de todo el resto del continente americano.
En 1969, tuve la fortuna de conocer a Garc¨ªa M¨¢rquez en persona. Por entonces, ¨¦l estaba viviendo en Barcelona y hab¨ªa empezado a escribir El oto?o del patriarca, novela que publicar¨ªa seis a?os m¨¢s tarde. Seducido por su amabilidad hacia un presuntuoso veintea?ero, me atrev¨ª a preguntarle por esa violencia encubierta en sus novelas, tan distinta de la violencia obvia, ostentosa, de un Vargas Llosa, por ejemplo.
Me dijo que, como hombre de ciudad, no hab¨ªa tenido, en su juventud, una experiencia directa de la violencia, tragedia sobre todo del Norte colombiano, y que por eso decidi¨® que sus novelas transcurriesen en el Sur. As¨ª podr¨ªa explorar los motivos y ra¨ªces de la violencia, y las consecuencias en quienes la sobreviven. Tambi¨¦n, no hab¨ªa querido caer en la descripci¨®n obscena de actos violentos, como hac¨ªan algunos de sus contempor¨¢neos. ¡°No me interesa el acto mismo¡±, me dijo, ¡°si no la amenaza del acto¡±. Esa amenaza es la que siente el lector, desde el pat¨¦tico primer p¨¢rrafo del El coronel no tiene quien le escriba en torno a media cucharada de caf¨¦, hasta la enaltecida y desafiante palabra final: ¡°Mierda¡±.
Alberto Manguel es escritor argentino.
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