Versos de barro y muerte
Muchos j¨®venes que combatieron en la I Guerra Mundial legaron la poes¨ªa antib¨¦lica moderna En las trincheras, los escritores pasan del j¨²bilo del idealismo a la angustia y la decepci¨®n.
Cualquier ma?ana de un 11 de noviembre en Londres es inolvidable. La mayor¨ªa de las personas, sin importar su edad, credo, nacionalidad o color de piel, salen a la calle con una flor roja en la solapa. Si alguno no la tiene o se le ha olvidado, ya habr¨¢ alguna organizaci¨®n caritativa que le d¨¦ una a cambio de donar unos pocos peniques o una libra. La peque?a amapola conmemora el armisticio de la I Guerra Mundial y la sangre derramada por muchos j¨®venes brit¨¢nicos y de otras partes del mundo, cuya prematura muerte priv¨® a la humanidad de talentos en las artes y las ciencias. Tambi¨¦n simboliza la vida que emerge en medio de la devastaci¨®n de una guerra, la belleza que se impone al horror. As¨ª lo vieron los soldados en la primavera de 1915 en los campos de batalla de B¨¦lgica y as¨ª lo retrat¨® una generaci¨®n de imberbes poetas que pereci¨® en las trincheras o sobrevivi¨® solo para recordar el horror.
La idea de usar la bella amapola roja como s¨ªmbolo de los ca¨ªdos fue de Moina Belle Michael, una secretaria de la oficina central de la Asociaci¨®n Cristiana de J¨®venes (YMCA) en Nueva York. Unos d¨ªas antes del armisticio del 11 de noviembre de 1918, Moina ley¨® en una revista el poema We shall no sleep (No podremos dormir), m¨¢s conocido por el t¨ªtulo In Flanders fields (En los campos de Flandes), del oficial m¨¦dico canadiense John McCrae, fallecido a principios de ese ¨²ltimo a?o de contienda a causa de una neumon¨ªa. Ten¨ªa 45 a?os. Ese d¨ªa, el 9 de noviembre, se celebr¨® una conferencia en el YMCA, y Moina, inspirada por el poema, corri¨® a una tienda a comprar amapolas para repartir entre los asistentes y consigui¨® una veintena de flores artificiales hechas de seda en una gran tienda llamada Wanamaker¡¯s (hoy Macy¡¯s). En su autobiograf¨ªa, titulada The miracle flower (La flor milagrosa), Moina Michael relata todos sus esfuerzos para convertir la amapola en el s¨ªmbolo de los ca¨ªdos. Su campa?a en EE?UU fue secundada en Europa por la francesa Anna Gu¨¦rin, tambi¨¦n secretaria del YMCA, que organiz¨® las primeras ventas de flores para recaudar fondos para las viudas y hu¨¦rfanos de los muertos en los m¨¢s de cuatro a?os de guerra.
In Flanders fields, escrito en los primeros d¨ªas de mayo de 1915, en medio de la segunda batalla de Ypres, tiene hoy la misma fuerza desgarradora que hace casi un siglo. Sus versos est¨¢n entre los m¨¢s representativos de un conjunto de poemas escritos por los j¨®venes soldados que perdieron lo que les quedaba de inocencia y la vida entre el barro, el ruido, las ratas, los piojos y el hambre en los campos de batalla de Europa. Muchos se hab¨ªan enrolado en la poes¨ªa georgiana antes de la contienda, otros eclosionaron y se apagaron en las trincheras. La mayor¨ªa escribe unos primeros versos henchidos de patriotismo e idealismo para luego reflejar el dolor y la podredumbre de la guerra de la forma m¨¢s descarnada, desde la primera l¨ªnea del frente y tras presenciar las espantosas muertes de sus camaradas y amigos a manos de las nuevas m¨¢quinas de guerra nacidas al albor de la revoluci¨®n industrial y de las armas qu¨ªmicas. Hab¨ªa nacido la poes¨ªa antib¨¦lica moderna.
El poeta m¨¢s significativo de todo este grupo por su ritmo, su profundidad y su t¨¦cnica es Wilfred Owen. Se enrola en octubre de 1915 y muere en batalla apenas una semana antes de la firma del armisticio. Su poes¨ªa comienza a tratar los mismos temas que los dem¨¢s: el horror, la agon¨ªa, la muerte con dolor. Pero muy pronto pasa de la descripci¨®n de la violencia a meditar sobre ella, a denunciar que una valiosa juventud estaba siendo sacrificada in¨²tilmente. Tengo una cita con la muerte (Linteo, 2011), una antolog¨ªa biling¨¹e de poetas que perdieron la vida en la I Guerra Mundial, arranca con una cita de Owen: ¡°Sobre todo no estoy preocupado por la poes¨ªa. Me ocupo de la guerra, y de la pena de la guerra. La poes¨ªa est¨¢ en la pena¡±.
Owen escribi¨® la mayor¨ªa de sus mejores poemas en un plazo de apenas dos meses en 1917 en un peque?o cuarto alquilado de una casita de campo pr¨®xima a un campo de entrenamiento militar en Ripon, en North Yorkshire. Fue despu¨¦s de pasar unos meses en el hospital Claiglockhart, cerca de Edimburgo, donde se recuper¨® de las heridas sufridas en el frente. All¨ª conoci¨® a Sigfried Sassoon, y ese encuentro, seg¨²n los estudiosos, fue clave en el cambio de rumbo que tom¨® la poes¨ªa de Owen. Hasta ese agosto de 1917, Owen hab¨ªa acumulado no pocas experiencias traum¨¢ticas en el frente franc¨¦s, pero sus textos hasta entonces indican que cre¨ªa que la guerra deb¨ªa seguir libr¨¢ndose. Sassoon, en cambio, estaba ya comprometido con el pacifismo y asqueado con el cinismo de los pol¨ªticos. En julio de 1917, en un comunicado muy subido de tono para un oficial brit¨¢nico, Sassoon critica abiertamente la ¡°prolongaci¨®n injustificada de la guerra¡± y opina que la contienda ya no era para ¡°defender ni liberar nada¡±, sino un acto ¡°de agresi¨®n y conquista¡±. En vez de ser sometido a un consejo de guerra por insubordinaci¨®n, Sassoon fue internado en Claiglockhart y retenido all¨ª para acallarlo con la excusa de interminables tratamientos contra los traumas del frente b¨¦lico.
Sassoon nunca fue m¨¢s all¨¢ de los versos de protesta y, en cierto modo, lo reconoci¨® en un poema llamado Testament (Testamento): ¡°Oh mi coraz¨®n, c¨¢lmate; has agotado el llanto; has hecho tu papel¡±. Owen, aunque descarnado en sus versos, no lleg¨® a comulgar con el pacifismo como Sassoon. El poeta de Oswestry (Shropshire) es profundamente patri¨®tico y cristiano, y en sus versos no s¨®lo describe el horror del combate, sino que reflexiona sobre el atropello de los valores que representan al h¨¦roe y el hero¨ªsmo. La I Guerra Mundial desfigura el concepto de h¨¦roe tradicional del que se nutre la literatura ¨¦pica durante siglos. La fe en el ideal noble y la causa justa, la generosidad hacia el vencido, el reconocimiento de la superioridad del adversario; todo se derrumba ante la frialdad de las m¨¢quinas de guerra y el asesinato calculado y en masa. Owen da cuenta de la falta de espiritualidad en los campos de batalla en su poema Anthem for doomed youth (Himno a la juventud condenada): ¡°?Qu¨¦ toque de difuntos para los que se mueren como reses?¡±.
El poema ¡®En los campos de Flandes¡¯, de 1915, inspir¨® el uso universal de la amapola para recordar a los ca¨ªdos
Owen no solo es ¨²nico porque relaciona como nadie la poes¨ªa y la guerra, sino porque s¨®lo ¨¦l fue capaz de escribir unos versos que describen el ¡°encuentro¡± en el inframundo de un soldado con el enemigo al que hab¨ªa dado muerte la jornada anterior. En Strange meeting (Extra?o encuentro), el poeta habla, escucha y aprende del militar alem¨¢n, que se convierte en un ¡°amigo¡± en la muerte. Es uno de los poemas m¨¢s inquietantes y complejos de Owen y uno de los m¨¢s profundamente humanos de los redactados en la peque?a casa de Ripon, cuando el poeta ya sabe que en breve volver¨¢ a Francia con su regimiento de Manchester.
El 4 de noviembre de 1918, Owen muere abatido por los alemanes al intentar cruzar un canal en la localidad de Ors. Seis meses antes, a unos cien kil¨®metros de all¨ª, el Frente Occidental se hab¨ªa cobrado la vida de otro gran poeta, Isaac Rosenberg. Nacido en el seno de una familia jud¨ªa humilde de Bristol, fue uno de los pocos poetas que eran soldados rasos. No goz¨® de los privilegios de los oficiales y permaneci¨® en el frente durante 21 meses con un breve periodo de permiso. El cr¨ªtico y poeta Jon Silkin fue un ferviente defensor de Rosenberg como el verdadero gran juglar de la I Guerra Mundial. Break of day in the trenches (El romper del d¨ªa en las trincheras), compuesto en plena batalla del Somme, es un ejemplo de la v¨ªvida e imaginativa poes¨ªa de Rosenberg, que aunque describe el horror de la trinchera como Owen, lo hace de una forma m¨¢s impersonal y hasta con cierto desd¨¦n.
Quienes elogian el arte de Rosenberg por encima del de los dem¨¢s poetas suelen arg¨¹ir que ¨¦l representa mejor que nadie el cambio que supuso el reclutamiento masivo del hombre corriente para librar una guerra. Hasta 1914, las grandes potencias de la ¨¦poca, y sobre todo Reino Unido, contaban con un ej¨¦rcito profesional para defender sus intereses lejos de sus fronteras. A lo sumo echaban mano de milicias locales afines, que sol¨ªan ser la carne de ca?¨®n en las batallas. En la I Guerra Mundial, este desgraciado lugar en la primera l¨ªnea de fuego fue ocupado por una tropa de obreros, comerciantes, oficinistas, desempleados y estudiantes impresionados por un esp¨ªritu patri¨®tico avasallador. La mayor¨ªa de ellos no hab¨ªan empu?ado un arma en su vida y en poco tiempo fueron enviados al frente.
Para los editores de la colecci¨®n de poemas Tengo una cita con la muerte, Borja Aguil¨® y Ben Clark, la ¡°verdadera poes¨ªa fruto de la Gran Guerra¡± es posterior a la batalla del Somme, una de las m¨¢s largas de la contienda, que arranca el 1 de julio de 1916 y se prolonga hasta noviembre de ese mismo a?o. Es la m¨¢s sangrienta en la historia del Ej¨¦rcito brit¨¢nico: s¨®lo en el primer d¨ªa de batalla mueren 20.000 brit¨¢nicos y al final de la misma son m¨¢s de 400.000, incluyendo los soldados de otros pa¨ªses de la Commonwealth. ¡°Es fascinante comprobar¡±, dicen los editores, ¡°el cambio de tono y estilo que sufrieron algunos poetas¡±. Aguil¨® y Clark citan el ejemplo de William Hogson, que en agosto de 1914 escribe los heroicos versos de England to her sons (Inglaterra a sus hijos) y que durante la ofensiva del Somme, dos d¨ªas antes de morir, compone Before action (Antes de entrar en la batalla): ¡°Por todos los placeres que voy a perderme, ay¨²dame, Se?or, ay¨²dame a morir¡±.
Catherine Reilly, una reconocida bibli¨®grafa brit¨¢nica, registr¨® 2.225 escritores brit¨¢nicos que vivieron la experiencia de la I Guerra Mundial y escribieron sobre ella. Un cuarto de esa cifra eran mujeres: Vera Brittain, Eleanor Farjeon, Margaret Postgate Cole, Rose Macaulay, Charlotte Mew, May Sinclair, Edith Sitwell o Mary Webb, entre otras. Reilly las reuni¨® en una c¨¦lebre antolog¨ªa publicada en 1984: Scars upon my heart: Women¡¯s poetry and verse of the First World War. Memorable es el poema Perhaps (Tal vez), que Brittain escribi¨® para su novio Roland Leighton, muerto en el Frente Occidental en 1915. Leighton era el amigo de la ni?ez del hermano favorito de Vera, Edward, que fue abatido en el frente austro-h¨²ngaro en junio de 1918. M¨¢s o menos por la ¨¦poca en que Brittain escribi¨® Perhaps, Postgate Cole redact¨® su c¨¦lebre The falling leaves (Las hojas muertas). Postgate Cole era una convencida pacifista, feminista y socialista; y critic¨® la guerra y a los Gobiernos que la justificaron desde el estallido. En cambio, Brittain, como muchas de las poetisas de la Gran Guerra, empez¨® la guerra con la idea de que la contienda era necesaria y acab¨® como una ferviente opositora. Los trabajos m¨¢s reconocidos de las mujeres aparecieron tras el armisticio de 1918 y reflejaron sobre todo el dolor de las vidas perdidas y la soledad de los que a su regreso no lograron rehacer sus vidas.
La poes¨ªa de la I Guerra Mundial, pese a su intensidad y calidad literaria, tard¨® a?os en ser debidamente reconocida por la cr¨ªtica. La primera gran antolog¨ªa de poetas-soldados que vivieron la guerra de primera mano no lleg¨® hasta 1964, cuando Brian Gardner public¨® Up the line to death (Avanzando en el frente hasta la muerte), un hito de este g¨¦nero. Desde Brooke, Sassoon u Owen hasta otros escritores casi olvidados hasta ese momento, la obra incluye a 72 poetas, de los que m¨¢s de 20 hab¨ªan muerto en los campos de batalla. El trabajo de Gardner es el primero en transportar al lector desde el j¨²bilo de los primeros d¨ªas de la contienda hasta la amarga decepci¨®n antes del suspiro final.
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