Mujeres clave de la posguerra
Con perfiles que a veces convergen, Matute y autoras como Laforet o Medio irrumpieron con fuerza en nuestro panorama
En noviembre de 1969, desde las p¨¢ginas de La Estafeta Literaria, Carmen Mart¨ªn Gaite, a ra¨ªz de la temprana muerte de su amigo el escritor Ignacio Aldecoa, nos avisaba: ¡°Los a?os cuarenta y cincuenta, lo queramos o no, empiezan a ser historia¡±. La historia de la novela espa?ola contempor¨¢nea de esas d¨¦cadas y siguientes no se podr¨ªa escribir en toda su pluralidad y riqueza sin incluir en ella los nombres de Carmen Laforet, Ana Mar¨ªa Matute, Dolores Medio, Carmen Mart¨ªn Gaite o Josefina Aldecoa, todas ellas nacidas en fechas muy pr¨®ximas. Con perfiles literarios que a veces convergen pero tambi¨¦n divergen, estas escritoras irrumpen con fuerza y pulso firme en nuestro panorama, e imprimen a las diversas corrientes realistas del momento un sello muy peculiar. Renovaron la novela de formaci¨®n y llevaron sus historias a territorios interiores e intimistas, al fondo personal de donde brota la autoficci¨®n que m¨¢s de una practic¨® avant la lettre, sin renunciar a proyectar su lente narrativa sobre la circunstancia inmediata o el pasado reciente ¨Cla ni?ez en tiempo de guerra-, y asimismo atentas a la gran renovaci¨®n estructural y t¨¦cnica de la novela en a?os posteriores.
Fue una mujer, Carmen Laforet, quien en 1944 inauguraba el premio Nadal con Nada, novela que sobrepasaba la condici¨®n hist¨®rico-documental propia de las obras de aquellos a?os, lo que las narraciones realistas tienen de cr¨®nica del vivir y de testimonio veraz de un ambiente concreto, para entregarnos tambi¨¦n la mirada de una muchacha que descubre una ciudad y sus mundos: Barcelona, la universidad, la casa familiar de la calle Aribau, su atm¨®sfera, los personajes que la habitan. Desde la primera p¨¢gina se percibe el filtro subjetivo, la realidad pulsada a trav¨¦s de la mirada de la joven Andrea, que, junto con el relato, transmite sus sensaciones, estados an¨ªmicos, fantas¨ªas¡ al par que se explora y conoce a s¨ª misma, casi siempre a partir de la negaci¨®n y del rechazo de la moral y los valores que encarnan la mayor¨ªa de los personajes. En contra de todos y de todas, Andrea consigue partir, dejando tras de s¨ª la calle Aribau y Barcelona entera: un mundo, una ¨¦poca.
Por entonces, Ana Mar¨ªa Matute ya ten¨ªa acabada su primera novela (Peque?o teatro, escrita en 1943 pero s¨®lo publicada en 1954, obteniendo con ella el Premio Planeta), si bien fue con Los Abel (1947) como se dio a conocer la escritora barcelonesa, apuntando ya en esta obra el aliento narrativo que la llevar¨ªa a forjar una obra literaria extensa y de muy distinto sesgo que para m¨ª tiene su c¨¦nit en Los hijos muertos (1958), verdadera opera magna de la escritora junto con Olvidado rey Gud¨² (1993). Situada y ambientada en Hegroz -un peque?o valle entre monta?as, por el que se extienden los bosques de Neva, Oz y Cuatro Cruces; un escenario literario cuya topograf¨ªa se corresponde con notable precisi¨®n al trazado real del pueblo riojano de Mansilla de la Sierra, y que proporciona a la novela su naturalismo de estirpe faulkneriana-, Los hijos muertos es una de esas obras que, en clave de saga familiar, encierra el signo de una ¨¦poca: avatares hist¨®ricos, conflictos morales y sociales, ideario pol¨ªtico, peripecia existencial, sentimientos. Y aunque la novela est¨¦ protagonizada por personajes masculinos, encontramos en ella una variada gama de figuras femeninas que, si bien al principio resultan casi tan inaccesibles y adustas (lejanas, escondidas) como el paisaje que habitan, poco a poco van emergiendo hasta situarse en un primer plano. Recordemos, adem¨¢s, que es una de las escas¨ªsimas novelas tratan de un tema poco conocido como son los campos de trabajos forzados existentes durante la dictadura franquista. Son imborrables las p¨¢ginas dedicadas a las mujeres de los presos que con los hijos siguen a sus hombres y viven en unas chabolas, mujeres que ¡°cocinaban en hornillos hechos con piedra o con ladrillos viejos¡±, que ¡°dorm¨ªan bajo los techos de ca?izo, latas vac¨ªas y cart¨®n embreado¡±, mujeres que ¡°se tapaban unas a otras como pod¨ªan: con abrigos, con alguna manta, para evacuar sus excrementos. Parec¨ªan avergonzadas y doloridas¡±.
Ya en la d¨¦cada siguiente, Dolores Medio obten¨ªa tambi¨¦n el Premio Nadal 1953 con Nosotros, los Rivero, novela de factura cl¨¢sica, que narra la historia de una familia de clase media en el Oviedo de principios del siglo XX, deteni¨¦ndose el relato en los dram¨¢ticos sucesos del ¡°octubre rojo¡±, que es la fecha en que arranca otra de las obras m¨¢s conocidas de esta escritora asturiana, Diario de una maestra (1961). Fruto de su pasi¨®n por la ense?anza, a la que consagr¨® buena parte de su vida, e inspirada en su propia experiencia como maestra en un pueblecito asturiano, la novela centra en la trayectoria vocacional e ¨ªntima de Irene Gal durante el curso 1935-1936, cuando se incorpor¨® de manera activa y entusiasta al proyecto cultural pol¨ªtico y educativo de la II Rep¨²blica.
Precisamente Josefina Aldecoa, que se incorpora m¨¢s tard¨ªamente a la literatura, alcanzar¨ªa su primer gran ¨¦xito con una novela muy parecida, Historia de una maestra (1990), primera parte de la trilog¨ªa que componen Mujeres de negro (1994) y La fuerza del destino (1997), que cubren respectivamente la guerra civil y el exilio. Y sin embargo, durante mucho tiempo la escritora mantuvo in¨¦dita una novela que a m¨ª me parece realmente ejemplar de aquel neorrealismo de los cincuenta del pasado siglo, escrita a ra¨ªz de una experiencia londinense, que Aldecoa recuerda en su libro de memorias En la distancia (2004). Me refiero a La casa gris (2005), que cuenta el verano que Teresa vivi¨® en Londres, en Crosby Hall, una famosa residencia de mujeres universitarias postgraduadas y profesionales de distintas disciplinas, situada en el aristocr¨¢tico y muy literario barrio de Chelsea. All¨ª trabaj¨® Josefina Aldecoa de mayo a octubre de 1950 y para la joven espa?ola aquel fue un viaje a la libertad y a la cultura.
Laforet, Aldecoa, Matute, Mart¨ªn Gaite y Dolores Medio abrieron un camino
Y en 1957 fue tambi¨¦n otra escritora, Carmen Mart¨ªn Gaite, quien obten¨ªa el Premio Nadal con Entre visillos, novela imborrable que apuntaba ya la indeclinable sugesti¨®n de una obra fecunda que alcanza distintos g¨¦neros literarios. Con un lenguaje eficaz por su naturalidad y transparencia, un lenguaje visual, gr¨¢cil, viv¨ªsimo, permeable a los mil registros de una oralidad callejera (exenta de vulgaridad) a la que la escritora siempre estuvo muy atenta, en Entre visillos apunta ya la magia verbal de Carmi?a, que nos cautiva a sus lectores-interlocutores hasta el punto de anhelar que todos sus relatos e historias fueran un cuento de nunca acabar. Sus personajes nos cautivan especialmente cuando hablan porque son criaturas a las que la voz se les va coloreando l¨ªnea a l¨ªnea. En la seducci¨®n que despierta Entre visillos cuenta mucho la inmediatez verbal, lo instant¨¢neo de una narraci¨®n que se abre precisamente con una carta, la que le escribe Gertru a su amiga Natalia. Y en los fragmentos de interior verbalizados, en los mon¨®logos y los di¨¢logos casi minimalistas a ratos, tenemos el espl¨¦ndido dibujo de una ¨¦poca vista ¡°entre visillos¡±, cuyo transcurrir fijo con palabras Mart¨ªn Gaite, dej¨¢ndonos de ella un murmullo extendido en el tiempo. Una ¨¦poca presidida por la angustia-angostura de la vida provinciana en la que una joven espa?ola caminaba hacia el porvenir rompiendo ataduras. Las literarias tambi¨¦n.
Ella y las dem¨¢s, que con su dilatada obra nos dejaron un valioso legado en herencia, tanto a lectores como a escritores.
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