Apoteosis de la nostalgia
Pl¨¢cido Domingo protagoniza un decepcionante recital en el Teatro Real bajo el t¨ªtulo 'A mi Espa?a'
Con Pl¨¢cido Domingo las fronteras entre lo racional y lo irracional son imprecisas. La relaci¨®n, el mi¨¦rcoles en el Real entre lo que sucedi¨® en escena y la reacci¨®n en sala es una prueba de ello y va m¨¢s all¨¢ de criterios art¨ªsticos, entrando en una categor¨ªa compartida por la cultura del espect¨¢culo, la componente afectiva y la a?oranza de otros tiempos. Que Pl¨¢cido Domingo es una figura hist¨®rica excepcional en el mundo del canto est¨¢ fuera de discusi¨®n. Que su recital del Real dej¨® art¨ªstica y musicalmente mucho que desear es m¨¢s que evidente. Pero nadie que hubiese tenido acceso ¨²nicamente al delirio del p¨²blico en cada una de sus intervenciones lo dir¨ªa. El car¨¢cter de homenaje, de admiraci¨®n y estima que suscita el tenor, sepult¨® por completo las deficiencias de su actuaci¨®n. El programa llevaba por t¨ªtulo?A mi Espa?a. Era toda una declaraci¨®n de intenciones que arropaba una habilidosa selecci¨®n de fragmentos de zarzuela y ¨®peras de temas espa?oles como Don Carlo, Il trovatore, Ernani, Don Giovanni (un t¨ªtulo del XVIII y no del XIX, como est¨¢ escrito en la austera cuartilla que se reparte a modo de programa de mano), Le nozze di Figaro o Carmen. La predisposici¨®n al triunfalismo nacional estaba servida en bandeja. Ello, claro, sin negar la coherencia de la propuesta.
La cultura oper¨ªstica de los divos sigue teniendo una gran fascinaci¨®n en determinados p¨²blicos. Se a?oran, a veces, a aquellos cantantes que marcaban con su presencia la vitalidad de un g¨¦nero volcado en las emociones. Domingo ha sido siempre uno de esos divos indiscutibles. Durante un cuarto de siglo he agotado todo mi vocabulario de calificativos elogiosos para ensalzar sus actuaciones. Me habr¨ªa encantado continuar en esa l¨ªnea, pero su concierto en el Real ha sido decepcionante, una caricatura de lo que el propio tenor ha mostrado una y otra vez. Ya su comienzo con un aria de Don Carlo encendi¨® las alarmas. Daba la sensaci¨®n de encontrarse cansado y nervioso, ten¨ªa problemas en delimitar de forma convincente un estilo bien de corte tenoril o bien baritonal, y hasta se percib¨ªan ligeras dificultades respiratorias. Su faceta de actor estaba m¨¢s forzada que en otras ocasiones, sin esa naturalidad intuitiva que le ha acompa?ado all¨¢ donde ha actuado. Pens¨¢bamos algunos que se redimir¨ªa en la segunda parte del programa dedicada a la zarzuela. No fue as¨ª. Con la romanza de La del soto del parral, que abr¨ªa este bloque, continu¨® en la misma l¨ªnea de vacilaci¨®n. De cuando en cuando proyectaba alguna de esas frases que encandilan por pura energ¨ªa vocal, pero otras veces bajaba de tonalidad las romanzas e incluso surg¨ªan problemas de afinaci¨®n. A su lado la soprano puertorrique?a Ana Mar¨ªa Mart¨ªnez se mostr¨® correcta y sosa. Un ejemplo: De Espa?a vengo fue impecablemente cantada pero sin ninguna chispa, sin gracia. La Sinf¨®nica de Madrid acompa?¨® con eficacia y se mostr¨® titubeante en alg¨²n intermedio, a las ¨®rdenes del joven argentino Alejo P¨¦rez.
?Pesa la edad en Domingo o es simplemente un mal d¨ªa?. Quiero creer lo segundo. El pasado fin de semana actu¨® en Madrid, en los teatros del Canal, una de las figuras hist¨®ricas europeas de la canci¨®n popular, el fadista Carlos do Carmo, de la edad de Domingo o algo mayor. Su actuaci¨®n fue exultante. Estaba cada detalle cuidado al m¨¢ximo y todo funcion¨® a las mil maravillas provocando un ¨¦xito excepcional. Ya s¨¦ que no es lo mismo el fado que la l¨ªrica teatral, pero lo saco a relucir porque a partir de cierta edad, en cantantes de leyenda, hay que cuidar cada intervenci¨®n p¨²blica con un mimo exquisito. Carlos do Carmo lo hizo y tengo la sensaci¨®n de que Domingo ha abusado de la improvisaci¨®n, algo que siempre se le ha dado de perlas, pero que en esta ocasi¨®n ha resultado insuficiente. ?Lo que se conoce por un bolo? Pues m¨¢s o menos.
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