El escritor como espejo c¨®ncavo
La literatura de G¨®mez de la Serna, hablador inagotable y autor prol¨ªfico, fue un salto en el aire
En cierta ocasi¨®n Josep Pla se encontr¨® con Ram¨®n G¨®mez de la Serna en la puerta del hotel Palace. Llov¨ªa ese d¨ªa en Madrid y Pla, como es natural, llevaba un paraguas. Despu¨¦s del saludo habitual, Ram¨®n no pudo reprimir una greguer¨ªa. "Abrir un paraguas, querido amigo, es como disparar contra la lluvia", dijo, y Josep Pla qued¨® admirado. Tal vez esa met¨¢fora ingeniosa pod¨ªa ser la esencia de la literatura. A continuaci¨®n, sin darle tiempo a reponerse, Ram¨®n exclam¨®: "El paraguas puesto a secar abierto parece una tortuga de luto". Pla comenz¨® a torcer el morro ante semejante ingenio, pero Ram¨®n insisti¨® y antes de llegar a la rotonda del hotel a?adi¨®: ¡°La lluvia cree que el paraguas es su m¨¢quina de escribir". Ante la sensaci¨®n de que Ram¨®n pod¨ªa seguir con veinte greguer¨ªas m¨¢s sobre el paraguas, Pla se plant¨®: "Ah, no, eso no es literatura, eso es virtuosismo, no me interesa", y se dio media vuelta.
De Ram¨®n G¨®mez de la Serna se dec¨ªa que todo lo que se le ocurr¨ªa lo escrib¨ªa, todo lo que escrib¨ªa lo publicaba y todo lo que publicaba lo regalaba, porque sus libros apenas se vend¨ªan. Era un escritor virtuoso disfrazado de escritor, el chaleco, la pajarita y la pipa en la que a veces plantaba un geranio, el flequillo ondulado en la frente como de ni?o con mofletes espesos, su cuerpo en forma de barrilete humano de dise?o, bajo el traje a rayas. Su figura se multiplicaba en la cabecera de todos los banquetes, en homenajes a s¨ª mismo y a otros; daba conferencias vestido de torero, con gorro de Napole¨®n, con medio cuerpo a oscuras, disfrazado de medio ser, con una maleta llena de sortilegios, siempre dispuesto a sacar un nuevo conejo literario de su chistera.
Hijo de una familia ilustre de Cantabria, deseaba sobre todo despertar admiraci¨®n en las casta?eras
Epatar formaba parte de su trabajo. Ram¨®n present¨® su libro El circo subido a un trapecio en el Price de Madrid, oficiaba una misa bohemia al amparo de una botella de An¨ªs del Mono en la tertulia de los s¨¢bados en la cripta de Pombo, y su estudio en un torre¨®n de la calle de Vel¨¢zquez era una abarrotada almoneda llena de bolas de cristal, maniqu¨ªes, l¨¢pidas de cementerio, estampas y retratos pegados al techo, el espejo c¨®ncavo m¨¢s grande del mundo en el que se reflejaban distorsionadamente toda clase de cachivaches sacados del Rastro, pisapapeles, m¨¢scaras, guantes de goma tocando el piano. En medio de este c¨²mulo surrealista, Ram¨®n escrib¨ªa a veces hasta siete art¨ªculos diarios, y, aunque estaba al tanto de las ¨²ltimas vanguardias de Par¨ªs y en el manantial inagotable de sus libros buscaba la literatura por la literatura arroj¨¢ndose al vac¨ªo desde el alero de su propio ingenio, en el fondo era un se?orito castizo madrile?o, hijo de una familia ilustre de Cantabria, que deseaba sobre todo despertar admiraci¨®n en las casta?eras y en los menestrales de la Ribera de Curtidores, de modo que nunca dej¨® de bascular entre el ¨²ltimo jeribeque modernista de Montparnasse y la lata de Cascorro.
Sucede que si uno va por la vida disfrazado de escritor y busca la fama a toda costa, su propia figura se convierte en un espejo c¨®ncavo que refleja siempre una imagen distorsionada de la realidad. Cuando Ram¨®n se acercaba a hablar con una casta?era, esta se?ora contestaba a sus preguntas dispuesta a complacer, agradar y no defraudar al escritor famoso. La casta?era no expresaba sentimientos, sino solo palabras zalameras. En cambio, si se acercaba Baroja, la casta?era ve¨ªa en aquel tipo de boina, barbilla blanca, abrigo medio ra¨ªdo y botas polvorientas a un cliente desconocido que solo quer¨ªa comprar casta?as, y entonces la mujer le hablaba de sus problemas y respond¨ªa a sus preguntas con la verdad de su aperreada vida. De lo que deduce que las casta?eras descritas por G¨®mez de la Serna son falsas y las de Baroja son aut¨¦nticas. Lo mismo sucede con los personajes y el mundo del Rastro: el de Ram¨®n solo es un juego literario; el de Baroja es un traj¨ªn realista de la lucha por la existencia.
Ram¨®n lleg¨® a oficiar
En la ¨¦poca de entreguerras la minor¨ªa m¨¢s elitista se aglutinaba en torno a la Residencia de Estudiantes. All¨ª estaban todos los que deb¨ªan estar, pero no G¨®mez de la Serna. El famoso escen¨®grafo Santiago Onta?¨®n se mov¨ªa en aquel ambiente. Un d¨ªa se le acerc¨® Ram¨®n y le dijo: "Me gustar¨ªa pertenecer a vuestro grupo. Dile a Lorca que quiero ser su amigo". Santiago Onta?¨®n traslad¨® esta cuita a Lorca, quien contest¨® simplemente: "Ese no". Llegar a la amistad con Federico era muy dif¨ªcil, porque la Residencia funcionaba como una sociedad secreta con un aire muy selectivo. Alguien ten¨ªa que darte el espaldarazo; de lo contrario, no entrabas. Me dijo un d¨ªa Santiago Onta?¨®n: "Por ejemplo, Lorca no quiso conocer nunca a Jardiel Poncela, con el que yo me ve¨ªa todos los d¨ªas desde las dos de la madrugada hasta las siete de la ma?ana. Se lo quise presentar varias veces, pero Federico dec¨ªa: 'No, no; ese es un autor festivo'. Es como Taboada o P¨¦rez Z¨²?iga". Federico era un juglar, capaz de pasarse meses sin parar de hablar; pero no pod¨ªa soportar el segundo plano; por ejemplo, estaba en la pe?a de la Granja de El Henar o en el caf¨¦ Lyon y siempre se o¨ªa su voz entre risotadas. Todo el mundo pendiente de lo que ¨¦l dec¨ªa. Pero si de repente, otro cualquiera, L¨®pez Rubio, Carlos Arniches, empezaba a contar algo que se llevaba la atenci¨®n del auditorio, entonces Lorca dec¨ªa: bueno, tengo que ir a no s¨¦ d¨®nde. Y se marchaba. A la media hora volv¨ªa con tema nuevo y recuperaba la primera posici¨®n en la tertulia. En casa del diplom¨¢tico chileno Carlos Morla cen¨¢bamos todas las noches, sobre todo en invierno. En una ocasi¨®n me dijo Lorca: "Viene ma?ana Ram¨®n G¨®mez de la Serna. No le vamos a dejar hablar. Cuando yo flojee, entras t¨² con lo que sea". Y, efectivamente, no pudo abrir la boca el pobre hombre, f¨ªjate, el sumo pont¨ªfice de Pombo. Pero al salir, ya en la calle, a Federico le dio pena. "Pobrecito, vamos a dejar que se suelte". "Y en la esquina de Vel¨¢zquez con Alcal¨¢ le dimos cuerda. Y Ram¨®n cogi¨® carrerilla y nos tuvo tres horas de pie largando por la lengua a borbotones. Entonces las ¨²nicas diversiones consist¨ªan en hablar y en comer".
Es l¨®gico que Lorca y G¨®mez de la Serna fueran excluyentes. Ambos eran predicadores de s¨ª mismos y cada uno celebraba sus misterios gloriosos o sus oficios de tinieblas desde su propio altar. Ram¨®n escribi¨® m¨¢s de cien libros en todas las editoriales posibles, miles de art¨ªculos a borbotones en todos los peri¨®dicos de la ¨¦poca, sin un momento de sosiego para la reflexi¨®n. Apenas cobraba. A un director que no lo pagaba le dijo: "Para no pagarme tengo m¨¢s importantes publicaciones". Mord¨ªa m¨¢s de lo que pod¨ªa masticar, pero en medio de su dise?o de escritor-atracci¨®n circense dej¨® una obra maestra, Automoribundia, sin el brillo del vanguardismo. Ram¨®n apart¨® a un lado su propio espejo c¨®ncavo y decidi¨® desangrarse contando c¨®mo vivir es una forma de ir muriendo al dejar atr¨¢s todos los sue?os y contar las cosas como son. Era l¨®gico que su autobiograf¨ªa descabalgada de todo af¨¢n de epatar comenzara diciendo la verdad. "Nac¨ª el d¨ªa 3 de julio de 1888, en Madrid, a las siete y veinte minutos de la tarde, en la calle de las Rejas, n¨²mero 5, piso segundo. En otros conatos de autobiograf¨ªa he mentido, pero ahora no voy a comenzar mintiendo porque no quiero que se dude alg¨²n d¨ªa de todo lo que he dicho. Quede desmentido que nac¨ª en 1891 resultando equivocados todos los hor¨®scopos que me han hecho". Tambi¨¦n es verdad que muri¨® en Buenos Aires el 12 de enero de 1963. El resto es literatura pura, saltos en el aire, reflejos de cada esquirla del propio espejo roto.
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