Utop¨ªa ¡®hippy¡¯
En Glastonbury funciona la conexi¨®n transatl¨¢ntica que engrandeci¨® el rock. Y la magia
Dec¨ªan que el rock estaba moribundo, que ya lo hemos o¨ªdo todo, que las nuevas generaciones no son fieles a las bandas porque picotean canciones de aqu¨ª y de all¨¢ sin escuchar un disco entero. Dec¨ªan que la m¨²sica se disgrega en el mundo digital en infinidad de propuestas minoritarias, de nichos para entendidos. Pero no. Una gran multitud ¡ª120.000 elegidos por sorteo entre un mill¨®n de peticiones¡ª desborda cada a?o una granja del sur ingl¨¦s, y otra a¨²n mayor atasca el ciberespacio para seguir durante tres d¨ªas Glastonbury, el gran festival del rock anglosaj¨®n, que es lo mismo que decir global, cada a?o a final de junio.
Canal + repasa el festival tambi¨¦n este verano a partir de la cuidada producci¨®n de la BBC. Lo hace en dos formatos: uno que resume todo en una hora y una serie de seis cap¨ªtulos id¨®nea para un atrac¨®n musical que permite imaginar el que se dan los asistentes. Vemos desfilar a lo mejor del rock del nuevo siglo ¡ªKasabian, The Black Keys, Arcade Fire o Jack White¡ª y a veteranos consagrados, como Metallica, Dolly Parton, Brian Ferry o Robert Plant. Nombres siempre discutidos por quienes denuncian las concesiones a lo comercial en el pretendido faro de lo alternativo.
Da igual. En Glastonbury funciona esa conexi¨®n transatl¨¢ntica que ha tenido a la m¨²sica popular dando idas y vueltas entre las islas brit¨¢nicas y Norteam¨¦rica desde hace medio siglo. A finales de los 60, Monterey y Woodstock estrenaban la f¨®rmula del festival de masas y la r¨¦plica inglesa llegaba desde la isla de Wright. Algo del esp¨ªritu hippy de esos a?os de inocencia queda en esta marea humana que aguanta las penalidades con m¨¢s sonrisas que peleas, que se disfraza o se desnuda, y que sostiene alt¨ªsimas banderas ante el escenario para hacerse presente.
Para entender el fen¨®meno, busque la pel¨ªcula documental Glastonbury, de Julien Temple (2006), que se detiene en la diversidad que atrae este lugar que guarda leyendas, al que los chalados de la new age atribuyen propiedades m¨¢gicas, donde se repite el rito del ba?o en el barro y donde los asistentes juegan a ser otros. Aqu¨ª el p¨²blico no es espectador. Aunque todos sepan, en el fondo, que est¨¢n viviendo el sue?o de una utop¨ªa propia de otro tiempo. Aunque despu¨¦s toque aterrizar, otra vez, en la dura realidad.
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