Regreso a la cuna del biquini
La piscina que vio nacer el biquini vuelve a abrir sus puertas 25 a?os despu¨¦s como hotel de lujo
A quien ignore su historia, su valor patrimonial y el apego con el que los aut¨®ctonos la tienen grabada en su memoria, Molitor puede parecerle una piscina cualquiera. Pero los parisinos con pedigr¨ª no tienen reparos a la hora de corregir el error de los incautos. Y no es para menos, ya que el lugar tiene una historia de excepci¨®n. Fue el mism¨ªsimo Johnny Weissm¨¹ller quien inaugur¨® la piscina en 1929, poco antes de convertirse en Tarz¨¢n. En la posguerra, este recinto acogi¨® el primer desfile de biquinis, protagonizado por Micheline Bernardini, una bailarina del Casino de Par¨ªs.
Durante seis d¨¦cadas, en el per¨ªmetro de esta piscina se celebraron fiestas, matrimonios y desfiles de alta costura. En los setenta y ochenta, se convirti¨® en un conocido lugar para flirtear y dejarse seducir, dentro del concurrido circuito parisino del cortejo. ¡°Se ven¨ªa aqu¨ª para pasar el d¨ªa en familia o para ligar con tu banda de amigos. Los ni?os jugaban en el tobog¨¢n acu¨¢tico mientras los veintea?eros observaban a las chicas en topless¡±, recuerda el fot¨®grafo Gilles Rigoulet, que retrat¨® repetidamente la vida en la piscina durante los ochenta. ¡°El p¨²blico no era homog¨¦neo y el sitio estaba lleno de vida y diversi¨®n. Por eso ocupa un lugar aparte en el imaginario parisino¡±.
As¨ª fue hasta que, en 1989, las autoridades francesas decidieron echar el cierre. Este espectacular conjunto art d¨¦co ¡ªimpagable ejemplo del estilo streamline, que se inspiraba en el dise?o de los transatl¨¢nticos¡ª no solo hab¨ªa perdido el lustre de otros tiempos, sino que se encontraba en un pronunciado estado de insalubridad. Poco despu¨¦s de su clausura, el Gobierno franc¨¦s clasific¨® el conjunto como monumento hist¨®rico, aunque nadie hizo un sobreesfuerzo por salvarlo. Desde entonces, Molitor hab¨ªa pasado 25 a?os inexplicablemente cerrada.
Durante ese tiempo, la piscina se transform¨® en escenario de concurridas raves. En 2001, el colectivo Heretik reuni¨® a m¨¢s de 5.000 personas en un recinto que se ca¨ªa a pedazos y congregaba a decenas de adeptos al street art. En 2007, el Ayuntamiento decidi¨® dejar la restauraci¨®n en manos privadas y abri¨® un concurso p¨²blico para sacar a flote la piscina. Incapaz de asumir una restauraci¨®n que ha terminado costando 80 millones de euros, dej¨® el proyecto en manos del grupo Accor, que se propuso transformarla en hotel de lujo.
Este tortuoso camino termin¨® en mayo, cuando la piscina volvi¨® a abrir sus puertas convertida en un espectacular complejo hotelero. Se accede a ¨¦l a trav¨¦s de un enorme vest¨ªbulo presidido por un Rolls Royce cubierto de pintadas callejeras, que en su d¨ªa perteneci¨® a ?ric Cantona. Es agosto, pero la ma?ana se ha levantado lluviosa. Solo un par de ba?istas se atreven a meter el pie en la pileta casi ol¨ªmpica de la piscina descubierta (46 metros). Un poco m¨¢s all¨¢, otra piscina cubierta y algo m¨¢s peque?a (33 metros) completa la oferta. La sorpresa llega al descubrir que nada de lo que se ve es una restauraci¨®n de la arquitectura original. El edificio estaba tan da?ado que no qued¨® otro remedio que demoler y volver a empezar. Cinco arquitectos han participado en esta r¨¦plica perfecta del conjunto que proyect¨® el arquitecto Lucien Pollet, de estilo emparentado con el m¨¢s conocido Robert Mallet-Stevens.
El resultado conjuga elementos decorativos restaurados, como vidrieras, muebles y rebordes, con el ¨²ltimo dise?o escandinavo y un pu?ado de toques de est¨¦tica urbana. En el subterr¨¢neo, la galerista Magda Danysz, especializada en street art, ha encargado la decoraci¨®n de salas y pasillos a algunos de los grandes del g¨¦nero, del veterano Blek Le Rat al joven portugu¨¦s Whils. En total, el hotel contiene 124 habitaciones (por ellas se pagan entre 300 y 800 euros), un lujoso spa y cinco espacios destinados a la restauraci¨®n. Sin olvidar una terraza panor¨¢mica en la azotea, desde la que se observa el privilegiado entorno de este enclave situado en la frontera oeste de la ciudad. A un lado, el nuevo estadio de rugby Jean Bouin. Al otro, el recinto donde se celebra Roland Garros y los espectaculares invernaderos de Auteuil. De lejos, la silueta del hip¨®dromo decimon¨®nico de este antiguo municipio anexionado a Par¨ªs. Y, un poco m¨¢s all¨¢, coronando el conjunto, nada menos que la Torre Eiffel.
Hasta aqu¨ª, todo parece relucir. Los problemas empiezan al leer la letra peque?a. Las dos piscinas s¨®lo son accesibles para clientes del hotel e integrantes de un club privado que s¨®lo aceptar¨¢ a mil miembros. Para acceder a dicho club, se deben desembolsar 3.300 euros anuales, a los que hay que sumar 1.200 m¨¢s durante el primer a?o. Si un ba?ista an¨®nimo desea adquirir una entrada de d¨ªa, tendr¨¢ que pagar entre 120 y 180 euros, en funci¨®n de la temporada. ¡°Est¨¢ pensado como algo excepcional. Nadie en su sano juicio va a pagar eso por ba?arse un rato¡±, reconoce un miembro del equipo.
Ante dicha pol¨ªtica tarifaria, la pol¨¦mica estaba servida. Muchos parisinos sienten que se les ha expropiado un lugar profundamente anclado en el imaginario colectivo. Dos asociaciones de vecinos exigen al Ayuntamiento que vuelve a adquirir el recinto o, en su defecto, obligue a sus nuevos inquilinos a bajar estos precios prohibitivos. Ministro de Cultura en los tiempos de Mitterrand, Jack Lang fue quien clasific¨® el edificio como monumento hist¨®rico en 1990. ¡°Es chocante que esta piscina, perteneciente a la memoria colectiva, sea transformada en un club privado, reservado a una minor¨ªa de happy few¡±, ha dicho. ¡°La ciudad podr¨ªa haber puesto la mano en el bolsillo¡±. Los Verdes, aliados de la alcaldesa socialista Anne Hidalgo en el consistorio, la incitaron recientemente a terminar con este ¡°gueto para ricos¡±. No es exagerado llamarlo as¨ª. Nos encontramos en Auteuil, uno de los barrios m¨¢s caros de Par¨ªs (cerca de 10.000 euros por m2), donde viven el futbolista Zlatan Ibrahimovic, el empresario Arnaud Lagard¨¨re o la misma Carla Bruni. De hecho, Nicolas Sarkozy fue invitado a la inauguraci¨®n.
De regreso al vest¨ªbulo, aparece un hombre joven vestido de traje y corbata. ¡°Hace mal d¨ªa, pero incluso as¨ª Molitor conserva su charme¡±, afirma. Vincent M¨¦zard tiene 30 a?os y es el nuevo director del lugar. No es parisino, pero descubri¨® la piscina hace unos a?os gracias a dos vecinos de despacho que supervisaban su reconstrucci¨®n. Se enamor¨® de esos muros desgastados y cubiertos de tags. ¡°Muchos parisinos se sienten propietarios del lugar y entiendo sus reacciones¡±, responde. ¡°Pero, a partir del momento en que el Ayuntamiento decidi¨® que este ser¨ªa un proyecto privado, somos libres de fijar nuestro posicionamiento y nuestras tarifas¡±. El director asegura que, pese a lo que sostiene la leyenda, Molitor nunca fue una piscina proletaria: ¡°Siempre fue un lugar lujoso y de gama alta, con condiciones de acceso m¨¢s caras que en las piscinas municipales¡±. Durante los a?os sesenta, ba?arse en Molitor costaba casi 20 veces lo que un ba?o en un establecimiento p¨²blico. Ahora cuesta hasta 60 veces m¨¢s. La alcaldesa Hidalgo no se ha pronunciado, pero desde el Ayuntamiento se desestima tomar cartas en el asunto. ¡°Hemos firmado un contrato de 54 a?os. Es inimaginable que Par¨ªs se reapropie de la piscina a corto t¨¦rmino¡±, explica un portavoz de la alcald¨ªa.
?A qu¨¦ se debe esta pasi¨®n repentina por una simple piscina? Tal vez a que, para los parisinos, el nombre de Molitor remite a una ¨¦poca recordada con nostalgia. ¡°La piscina cerr¨® a finales de los ochenta, una d¨¦cada especialmente viva. Molitor recuerda aquella libertad de jugar, de mirar y de exhibirse¡±, explica Rigoulet. ¡°Era un espacio abierto y sensual, donde uno pod¨ªa ba?arse sin gorro y sentarse junto a la piscina. Hoy eso es imposible. Todo se ha vuelto mucho m¨¢s restrictivo¡±. Las piscinas parisinas proscriben incluso el ba?ador largo ¡°por motivos higi¨¦nicos¡± y el Ayuntamiento tambi¨¦n ha prohibido el topless en la playa artificial del Sena. En ese contexto, ese Molitor de anta?o parece el recordatorio de un Par¨ªs que desaparece, si es que no lo ha hecho ya.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.