Aquella madrugada eterna
El ensayista Simon Reynolds apunta al ¡®big bang¡¯ de la cultura 'rave' en el 25? aniversario del Segundo Verano del Amor
Durante unos a?os, muchos pensaron que el ¨¦xtasis era un man¨¢ qu¨ªmico que pod¨ªa convertir a un ¡°v¨¢ndalo¡± en un ¡°hombre nuevo¡±. As¨ª lo planteaba Irvine Welsh, autor de Trainspotting, en algunos relatos y ese discurso cal¨® en la sociedad brit¨¢nica a finales de los ochenta y principios de la siguiente d¨¦cada, m¨¢s o menos cuando el Segundo Verano del Amor ¡ªsi se da por bueno que el primero acaeci¨® en 1967, en plena era hippie¡ª tocaba a su fin en agosto de 1989, hace ahora 25 a?os. The Sun, emp¨¢tico con estos nuevos rituales, edit¨® una gu¨ªa con su argot y lanz¨® ofertas de camisetas con su s¨ªmbolo (el Smiley) por 5,5 libras, mientras la banda New Order colaba el verso E is for England (en referencia a la sustancia) en el himno de su selecci¨®n para el Mundial de 1990. Cuando se mostr¨® el alcance real del fen¨®meno, los medios cambiaron radicalmente su discurso: ese mismo diario retir¨® las camisetas y regal¨® chapas con la leyenda Di no a las drogas sobre un Smiley, ahora con el ce?o fruncido.
Aunque hace dos a?os se festejaba su vig¨¦simo aniversario en el marco de los actos de los Juegos Ol¨ªmpicos celebrados en Londres, fue una fiesta multitudinaria al aire libre, esa rave de Castlemorton que congreg¨® a 40.000 personas, la que acab¨® por desatar la alarma. En 1994, se aprobar¨ªa la Criminal Justice & Public Order Act, ideada espec¨ªficamente para silenciar esta nueva subcultura, vetando cualquier concentraci¨®n masiva de gente que danzara a la ¡°emisi¨®n de una sucesi¨®n de beats repetitivos¡±.
Simon Reynolds, uno de los cr¨ªticos culturales con m¨¢s prestigio de las ¨²ltimas d¨¦cadas, estuvo en aquella reuni¨®n m¨¢gica, dibujando espirales en el aire al ritmo de la m¨²sica con un bol¨ªgrafo en una mano y una libreta en la otra. Nacido en 1963 en Londres, hab¨ªa montado su primer fanzine musical mientras estudiaba historia en Oxford. Y, a partir de entonces, conjug¨® la erudici¨®n acad¨¦mica con la cultura pop, sin renunciar a la vivencia en primera persona de nuevos brotes musicales, calibrando su impacto social y teorizando sobre su pasado, futuro y presente. Hoy, cuando ya s¨®lo va a fiestas de ese tipo con su sobrina, traza esos mismos patrones jerogl¨ªficos a¨¦reos con los dos palillos con los que est¨¢ a punto de atacar su plato de yakimeshi en un restaurante japon¨¦s de la barcelonesa Pla?a Espa?a. Visit¨® esta ciudad por primera vez en 1998, justo el a?o que public¨® la primera versi¨®n del libro tit¨¢nico (algo as¨ª como la biblia de la m¨²sica electr¨®nica) que hoy viene a presentar: Energy flash. Un viaje a trav¨¦s de la m¨²sica rave y la cultura de baile (Contra).
Este ensayista fundamental, con polo holgado y gafas de pasta cautas, acu?¨® el t¨¦rmino ¡°Retroman¨ªa¡± para hablar de una cultura popular, la nuestra, varada en el reciclaje continuo e inane de su propio pasado: ¡°As¨ª termina el pop, no con un bang sino con una caja recopilatoria cuyo cuarto disco nunca llegamos a escuchar¡±. ¡°Bailaba con el bol¨ªgrafo y la libreta en la mano y se me ocurri¨® la idea de hacer una cr¨®nica colectiva: todos mis amigos explicar¨ªan sus visiones¡¡±, explica. As¨ª se cocinaron algunos de sus mejores textos, con la t¨¦cnica del observador-participante aplicada a la fiesta como campo de estudio.
Energy flash no arranca en ese periodo, si bien los pasajes sobre aquellas juergas multitudinarias e ilegales (amparadas en la fisura legal de hacerse pasar por fiestas privadas¡. de miles de personas) son los m¨¢s personales del libro. Antes analiza c¨®mo los j¨®venes de clase media de Detroit, hijos del bienestar que entonces generaba la industria del motor, se quisieron alejar del gueto embarc¨¢ndose en una fantas¨ªa eur¨®fila de elegancia y refinamiento, copiando los looks de la pel¨ªcula American Gigol¨® e intentando entender aquella m¨²sica motorizada que sal¨ªa de D¨¹sseldorf: el techno prefigurado por Kraftwerk. O de ese otro fen¨®meno en Chicago, cuando un colectivo doblemente excluido (por negro y por gay) se fij¨® en canciones pornot¨®picas surgidas en Munich como I feel love (con Donna Summer como diva suprema) y explor¨® una m¨²sica house con cada vez m¨¢s qu¨ªmica y, por tanto, con cada vez m¨¢s bombo. Incluso aquella otra ¨¦poca, ya poco antes de que el autor de Rip it up (traducido por Caja Negra Editores como Postpunk: Romper Todo y Empezar De Nuevo) bailara en su primera rave, cuando la cultura balearic, que se cocin¨® en Ibiza en un clima de neojipismo desbocado, se acomod¨® en otras islas mucho m¨¢s fr¨ªas, las suyas.
Reynolds, que no quer¨ªa que Energy flash fuera ¡°ni un ensayo acad¨¦mico ni unas memorias de la Generaci¨®n del ?xtasis¡±, vivi¨® esa noche varias revelaciones (o ravelaciones, como le gusta matizar). En primer lugar, el p¨²blico, y no el artista, era la estrella: ¡°Antes exist¨ªan comunidades como las de los sindicatos mineros, pero m¨¢s avanzada la d¨¦cada de los ochenta lo ¨²nico que manten¨ªa unidas a determinadas comunidades, y a veces desde la violencia, era el f¨²tbol¡±.
¡°Bailaba con el bol¨ªgrafo y la libreta en la mano¡±, explica el escritor
En el tramo final de los gobiernos de Margaret Thatcher, esa especie de elogio de la comunidad por la v¨ªa del baile ext¨¢tico colectivo parec¨ªa una respuesta a sentencias de la Primer Ministro como la de ¡°Ya no existe la sociedad, s¨®lo los individuos y las familias¡±. Por otro lado, esa m¨²sica, esos ¡°paisajes ps¨ªquicos de exilio y utop¨ªa¡±, le permitieron analizar cuestiones de clase, raza, g¨¦nero y tecnolog¨ªa: ¡°Lo importante en este tipo de m¨²sica no es tanto qu¨¦ significa, sino c¨®mo funciona¡±. Si bandas como The Smiths se quejaban por la debacle de una sociedad posindustrial, la cultura rave ocupaba esas f¨¢bricas abandonadas con sus fiestas. Un ejemplo: en raves multitudinarias como las celebradas en la M25 londinense entraron en contacto por primera vez y sin conflicto alguno los chicos rudos de clase trabajadora y la cultura gay: ¡°Quiz¨¢s en el sur de Europa se abrazan o saludan con besos en las mejillas. Pero eso era impensable en Gran Breta?a. De repente, en ese entorno y con pastillas de por medio, empezaron a abrazarse y adoptaron gestos, por ejemplo bailando, m¨¢s femeninos. Quiz¨¢s eso luego no comportaba que en su vida cotidiana fueran menos sexistas, pero s¨ª abri¨® algunas mentes¡±.
Han pasado dos d¨¦cadas desde esa ¨¦poca. Veinte a?os, por ejemplo, desde esa ley de 1994, que sirvi¨® como pistoletazo de salida para nuevos n¨®madas como el fot¨®grafo Tom Hunter, que mont¨® un autob¨²s-cafeter¨ªa vegana para recorrer esas mismas fiestas pero por el resto de Europa, inmortalizando este nuevo jipismo qu¨ªmico en series como Le Crowbar 1994-1996: Tom Hunter¡¯s European rave scene photographs.
El libro de Reynolds llega hasta la actual fiebre por la EDM de Skrillex o Steve Aoki
Desde aquella ¨¦poca, Reynolds ha cambiado Gran Breta?a por Estados Unidos, mudanza en la que tambi¨¦n se ha enrolado el fen¨®meno rave: el libro alcanza la actual fiebre de la Electronic Dance Music (EDM), con eventos como el Electric Daisy Carnival (en Las Vegas), donde unas 320.000 personas pueden bailar durante los d¨ªas del festival (¡°porque se le llama festival y no rave, para ahuyentar ciertos estigmas¡±) con tut¨²s fl¨²or, calentadores peludos o dedos ensortijados de LEDS luminosos. Madonna hace gui?os a este tipo de fiestas en sus conciertos y Dj Skrillex, por poner un ejemplo, es uno de los m¨²sicos m¨¢s cotizados del momento. No es el ¨²nico, hay decenas de dj, de Steve Aoki (tristemente conocido en Espa?a por la tragedia del Madrid Arena) a David Guetta, que gozan de la adoraci¨®n masiva de sus fans a la manera de las estrellas del pop. Tanto, que la revista Forbes desde hace dos a?os, ha a?adido a sus c¨¦lebres listas la de los pinchadiscos mejor pagados del mundo.
Sin embargo, el nuevo disfraz de las raves no las libera de las cr¨ªticas ni de las tragedias. Hace un mes, un joven falleci¨® en la ¨²ltima edici¨®n del citado Electric Daisy Carnival por una sobredosis de ¨¦xtasis, y otro sufri¨® el mismo destino hace tan solo dos semanas en Columbia en el Mad Decent Block Party, un enorme festival electr¨®nico que gira por 22 ciudades de EE UU.
Justo en este mismo periodo, Chicago se ha colocado en la primera fila de la lucha contra la EDM. De ah¨ª que el teatro Congress haya firmado un acuerdo con la ciudad que proh¨ªbe toda actuaci¨®n de ese estilo en su interior. El texto se refiere a la EDM como ¡°musica creada por uno o varios dj empleando sobre todo softwares y equipos especializados en lugar de instrumentos¡±.
El teatro fue cerrado en 2013, tras perder su licencia para vender bebidas alcoh¨®licas. Y Gregory Steadman, el comisario de Chicago para el control del alcohol, declar¨® a la prensa local que la revocaci¨®n ten¨ªa que ver con los ¡°eventos EDM¡± que el Congress acog¨ªa. ¡°La comunidad no quiere esas celebraciones¡±, remataba Steadman.
Tal vez tenga raz¨®n. Aunque hay cientos de miles de j¨®venes y menos j¨®venes que opinan precisamente lo contrario. Y se empe?an en demostrar que, de alg¨²n modo, ese Segundo Verano del Amor no ha acabado, ni tampoco ha finalizado esa madrugada eterna que promulgaban algunos.
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