Un dandi en la trinchera
El escritor y periodista guatemalteco Enrique G¨®mez Carrillo inform¨® del horror b¨¦lico al recorrer Francia en 1914
En marzo de 1915 Enrique G¨®mez Carrillo ya hab¨ªa visto lo que no quer¨ªa ver y contado lo que no quer¨ªa contar. Mientras escrib¨ªa en Nancy ¡ªescenario de una batalla que dur¨® 15 d¨ªas¡ª, evoc¨® una conversaci¨®n que hab¨ªa mantenido en Buenos Aires con un escritor argentino.
¡ªLo que necesitamos para ser un gran pueblo es una gran guerra¡ªsolt¨® el literato.
G¨®mez Carrillo le dio la raz¨®n. En marzo de 1915 se la quit¨®: ¡°Esta simple frase, pronunciada en un caf¨¦, entre el humo de los cigarrillos y los vapores del champagne me persigue desde hace meses a trav¨¦s de los campos de batalla con una persistencia de remordimiento y de obsesi¨®n (¡) Porque la guerra, vista de cerca, no es bella, no. Es horrible¡±.
Desde el 15 de noviembre de 1914 el escritor guatemalteco iba y ven¨ªa entre escenarios de batallas a¨²n humeantes y testimonios escabrosos (el uso de personas como trincheras fue uno de tantos), empotrado en una cuadrilla de periodistas que el Gobierno franc¨¦s desplazaba a su antojo. La delegaci¨®n se libraba de las estrecheces de la guerra, pero no de los sustos. En Reims, una bomba interrumpi¨® el brindis de cronistas y oficiales, que contaban batallitas calentados por el champagne y la chimenea. ¡°?Qu¨¦ pueden proponerse esos singulares artilleros al encarnizarse as¨ª contra una ciudad en la cual no hay sino mujeres y ni?os y santos de piedra y fantasmas de reyes?¡±, se pregunta G¨®mez Carrillo. Sus art¨ªculos, enviados a El Liberal de Madrid y La Naci¨®n de Buenos Aires, se recopilaron en un libro en 1915, que este a?o ha sido rescatado por Ediciones del Viento con el t¨ªtulo original: Campos de batallas y campos de ruinas. ¡°Yo sab¨ªa que ten¨ªa cr¨®nicas de la Primera Guerra Mundial, y me fascin¨® leer sus textos. Tienen una visi¨®n muy moderna y de an¨¢lisis. Da gusto leerlo. No ha envejecido su escritura¡±, ensalza el editor Eduardo Riestra. Sus cr¨®nicas, observa Jorge M. Reverte en el pr¨®logo, ¡°tienen el suficiente toque de frialdad como para hacer cre¨ªble lo que cuentan. Y la dosis necesaria de calentura, de conmoci¨®n ante el sufrimiento humano, para hacerlas cercanas y conmovedoras¡±.
Contribuy¨® a crear el mito de Raquel Meller, con la que se cas¨® en 1919
Enrique G¨®mez Carrillo, que confesaba no entender la guerra moderna cuando escucha prolijos relatos militares, ten¨ªa m¨¢s clarividencia que los estrategas: ¡°Cada vez que los hombres pol¨ªticos de Par¨ªs hablan de la paz futura, dicen que es indispensable concluirla en condiciones tales que una nueva lucha sea imposible (¡) Uno se pregunta cu¨¢ntas veces la misma frase debe de haber sido pronunciada a trav¨¦s de los siglos. Cada lucha de reyes y emperadores fue la ¨²ltima. Cada guerra mat¨® la guerra¡±.
Hasta 1914 la guerra hab¨ªa sido un concepto rom¨¢ntico que G¨®mez Carrillo paseaba con frivolidad por los caf¨¦s. El periodista, nacido en Guatemala en 1873, vivi¨® desde su infancia en ambientes ilustrados: su padre era rector de la Universidad de San Carlos y su primer director en un peri¨®dico fue Rub¨¦n Dar¨ªo. Una beca le permiti¨® viajar a Espa?a, donde colabor¨® con varios medios (Blanco y Negro, La Ilustraci¨®n Espa?ola y Americana¡), y a Francia, donde ejerci¨® como c¨®nsul en 1889.
Su estrecha relaci¨®n con Francia explica la invitaci¨®n del Gobierno para visitar el frente en 1914, posteriores reconocimientos como la Legi¨®n de Honor y el ¨¦xito con el que introdujo en Par¨ªs a su segunda esposa, Raquel Meller, ¡°el m¨¢s armonioso, el m¨¢s inquietante y el m¨¢s divino de los misterios humanos¡±, a su juicio.
Podr¨ªa haber sido otro m¨¢s de los intelectuales rendidos a la cantante, pero G¨®mez Carrillo despunt¨® como el m¨¢s dotado para las relaciones p¨²blicas. A saber si no tendr¨ªa responsabilidad en un rumor que prosper¨® en aquellos d¨ªas, que achac¨® la entrega de Mata-Hari a los franceses a una venganza de Raquel Meller por una supuesta aventura de la esp¨ªa con el escritor. Porque Gom¨¦z Carrillo ten¨ªa tanto ¨¦xito de p¨²blico como su esposa. ¡°Era la cocotte de siempre. De un moreno dorado, de copiosos cabellos y ojos de so?ador, que manejaba una sonrisa caprichosa, con cuyas consecuencias habr¨ªa de cargar yo mismo, pasando el tiempo¡±, confes¨® Rub¨¦n Dar¨ªo. Dicen que en la intimidad presum¨ªa de haber sido amante de Verlaine. M¨¢s constatable fue su tercer matrimonio con Consuelo Sauc¨ªn, que a?os despu¨¦s se casar¨ªa con Antoine de Saint-Exup¨¦ry.
En su libro sobre Jap¨®n reflej¨® su experiencia er¨®tica con una cortesana
El dandismo no choc¨® con su creatividad. Durante sus tres a?os de matrimonio con Meller fund¨® y dirigi¨® una revista de literatura, Cosm¨®polis, que tradujo a Apollinaire, Baudelaire, Gide, Wilde o E?a de Queiroz. A lo largo de su vida ¡ªfalleci¨® en Par¨ªs en 1927¡ª public¨® unos 80 libros de periodismo, novela, ensayo, poes¨ªa y viajes. En El Jap¨®n heroico y galante (1912), recuperado por Ediciones del Viento en 2009, recog¨ªa sus impresiones m¨¢s ¨ªntimas de una estancia de cuatro meses, sin ahorrar su sesi¨®n er¨®tica con una cortesana. De aquel Tokio de 1905 le desagrada la fealdad de las calles, donde se instala todo lo que no cabe en las casas, y la proliferaci¨®n de tel¨¦fonos ¡°La historia del tel¨¦fono en cada habitaci¨®n, a¨²n en la de los mendigos, no es una leyenda. En donde no hay ni cama ni trajes, hay tel¨¦fonos¡±. Benito P¨¦rez Gald¨®s apreciaba su af¨¢n viajero tanto como su esp¨ªritu risue?o: ¡°Para ¨¦l la vida no es un valle de l¨¢grimas, sino un hervidero de goces, dolores, contiendas, de ideas contrapuestas¡±.
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