La hora de la mudanza
Fue una casualidad: no suelo visitar compa?¨ªas discogr¨¢ficas pero, la pasada semana, acud¨ª a una entrevista con un artista y me choqu¨¦ con la escenificaci¨®n del fin de ciclo, la evidencia del encogimiento creciente de la industria musical. Un trist¨ªsimo panorama de despachos vac¨ªos, cajas empaquetadas, monta?as de material desechado. Se mudaba la ¨²ltima discogr¨¢fica que todav¨ªa ten¨ªa un edificio propio. El plan de los nuevos propietarios, me susurran, es derribarlo para construir pisos caros: estamos en la colonia madrile?a de Parque Conde de Orgaz.
En los ¨²ltimos treinta a?os, ese inmueble ha acogido multinacionales musicales: primero la germana BMG Ariola, luego absorbida por la japonesa Sony. Pero antes fue la joya de la corona de Discos Columbia S. A., lo que nos lleva a los albores del negocio discogr¨¢fico espa?ol: comenz¨® en 1923, en San Sebasti¨¢n. Su fundador, Juan Inurrieta, deb¨ªa ser audaz: se hizo con los derechos para Espa?a del nombre Columbia, para consternaci¨®n de EMI y CBS, propietarios de la marca en el resto del mundo.
Aqu¨ª no se suele considerar a las discogr¨¢ficas como agentes culturales, tratamiento que s¨ª se otorga a editoriales de libros o productoras de cine. No conozco ning¨²n estudio sobre Discos Columbia, a pesar de que nos hallamos ante la m¨¢s duradera de las empresas del ramo nacidas en Espa?a. Duradera y fecunda: gener¨® un impresionante cat¨¢logo de zarzuela, cl¨¢sica y folclore, desde la primera grabaci¨®n del Concierto de Aranjuez al cancionero castellano del represaliado Agapito Marazuela.
Los archivos sonoros espa?oles
Y mucho pop, de Los Bravos a Julio Iglesias. De hecho, algunos disqueros denominaban la sede de Columbia como ¡°la casa que construy¨® Julio Iglesias¡±: se supone que Columbia nadaba en dinero, tras el traspaso del contrato del autor de Gwendolyne a la transnacional CBS. La paradoja: a finales de los 70, invirti¨® en una edificaci¨®n luminosa y moderna para alojar una firma muy tradicional. El director ten¨ªa un amplio sal¨®n para relajarse, decorado como un british club. Tambi¨¦n contaba con un ascensor que le llevaba desde el aparcamiento subterr¨¢neo a la zona noble: mejor no mezclarse con los trabajadores.
Semejante estilo de management inclinaba la balanza hacia el desastre. La p¨¦rdida del cat¨¢logo Decca no pudo compensarse con apuestas como el irreverente sello Stiff. La ca¨ªda fue vertiginosa: en 1984, Discos Columbia era adquirida por BMG Ariola, que aprovech¨® tan esplendoroso edificio para instalar all¨ª su central espa?ola: tres inmensas plantas, terraza, un s¨®tano (con estudio de grabaci¨®n para maquetas, donde trabaj¨® gente como Radio Futura).
Entre la gloriosa embriaguez de los 80, se nos escap¨® la historia principal: el sintagma ¡°industria discogr¨¢fica nacional¡± dej¨® de tener sentido. Quiz¨¢s result¨® inevitable pero no fue bueno: dependemos de un oligopolio global, ahora reducido a tres gigantes. Y no s¨¦ si deber¨ªa inquietarnos o tranquilizarnos: los archivos sonoros, todo un siglo de m¨²sica grabada en Espa?a, se van trasladando a lejanos pa¨ªses.
Cierto: no era previsible otro desenlace. Si Columbia, Hispavox, Zafiro, Belter y compa?¨ªa no aguantaron en a?os de vacas gordas, dif¨ªcilmente hubieran sobrevivido al actual tsunami. Dir¨¢n que no se ha perdido nada, que eran empresas torpes y tramposas. Pero ocasionalmente desarrollaron asombrosas iniciativas ¡ªlas colecciones de m¨²sica antigua, las antolog¨ªas de flamenco, los sellos especializados¡ª que nunca entraron en los designios de las multis.
Nadie se lo plante¨®: los gobiernos del PP y el PSOE carec¨ªan de una pol¨ªtica cultural de amplio espectro. Prefirieron los grandes eventos, las infraestructuras emblem¨¢ticas, las golosinas en forma de premios. Al capricho del mercado quedaron asuntos como la globalizaci¨®n, la modernizaci¨®n, la identidad nacional, el soft power, el impacto de las nuevas tecnolog¨ªas¡
Son asuntos que ahora agobian al cine, las editoriales, los medios de comunicaci¨®n. ?Podr¨ªan aprender algo de la cat¨¢strofe que ha asolado al mundo de la m¨²sica? Desde luego. Pero, qu¨¦ demonios, nunca mostraron aut¨¦ntica empat¨ªa por la cuesti¨®n musical.
Babelia
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