Museos: nuevas catedrales
La sed de infinito inherente al ser humano resurge indiscreta en los espacios de los museos
Hace ahora casi un a?o, en medio de la ¡°pasi¨®n Klee¡± que experiment¨® la Tate Modern, una de las instituciones m¨¢s visitadas del mundo ¡ªdonde se pone en evidencia el inter¨¦s actual por el arte contempor¨¢neo¡ª, el p¨²blico que llegara al museo londinense con la ilusi¨®n de visitar la famosa Sala de Turbinas ve¨ªa sus expectativas frustradas: estaba cerrada por obras. Sin embargo, desde el ¨²ltimo piso era posible asomarse y admirar el espacio incre¨ªble por el cual han pasado muestras memorables como las famosas pipas de Ai Weiwei o la grieta de Doris Salcedo. Se trata, claro, de un espacio pensado y usado para exposiciones espec¨ªficas que establecen con la impresionante sala un juego radical, aquel que permite al artista abordar sus ideas all¨ª y s¨®lo all¨ª, en ese espacio poderoso y bello: una nueva catedral.
As¨ª se ve¨ªa desde arriba, vac¨ªa, aquella ma?ana de la visita frustrada. Y el paseante pens¨® entonces c¨®mo los museos, los que recuperan espacios industriales ¡ªen el caso de la Tate Modern, una antigua central el¨¦ctrica¡ª, tienen algo de reverencial y m¨¢gico; de poderoso y sagrado. En un mundo gobernado por lo profano por antonomasia, el consumo ¡ªcultural tambi¨¦n¡ª, y en el cual incluso los lugares de culto hist¨®rico se vuelven a menudo territorios para la visita tur¨ªstica, la sed de infinito inherente al ser humano resurge indiscreta en los espacios de los museos.
Son cuestiones sobre las que reflexiona Julian Barnes en Nada que temer cuando cita a Edith Wharton, quien comprendi¨® los problemas de admirar iglesias y catedrales cuando ya no se cree en lo que representan ¡ªo que no representan nada para muchos de los que las visitan¡ª. La escritora se esforz¨® por tratar de reproducir el sentimiento que debieron sentir aquellos primeros cristianos, una meta, dice Barnes, imposible de alcanzar, ya que no se puede reproducir la emoci¨®n de aquellos primeros encuentros frente a las vidrieras reci¨¦n terminadas o al escuchar el estreno de una obra de Bach en una iglesia. Ahora la vida ha perdido su esencia trascendente, porque no hay tiempo y porque reina el exceso. En las catedrales casi nadie reza fuera de las horas preestablecidas y pocos se abandonan al recogimiento durante el paseo tur¨ªstico, y tal vez por eso vamos persiguiendo la espiritualidad en ciertas arquitecturas imponentes de museos, incluso en las nuevas construcciones.
Es el caso de la reci¨¦n estrenada sede de la colecci¨®n Jumex, dise?ada por David Chipperfield y flanqueada por Saks Fifth Avenue en uno de los nuevos barrios de M¨¦xico DF, el Nuevo Polanco, que se est¨¢ convirtiendo en la nueva zona exclusiva de la ciudad. El espacio interior del museo, a ratos incluso enorme en sus dimensiones, como una catedral, es perfecto para la exposici¨®n de Cy Twombly ¡ªque a¨²n puede verse¡ª, pero la pregunta surge indiscreta e irremediable: ?qu¨¦ puede pasar con otras propuestas m¨¢s modestas? Ocurre en menor medida con la parte antigua del Museo Reina Sof¨ªa, cuyos espacios funcionaron perfectos, en mi opini¨®n, s¨®lo con la muestra de la Colecci¨®n Panza, hace muchos a?os, cuando era a¨²n Centro Nacional de Exposiciones. Y es aqu¨ª donde aparece el dilema de los museos-catedrales, rehabilitados o de nueva planta, y su sed de infinito: ?qu¨¦ pasa con las obras que no son Twombly, minimalistas o grandes obras de artistas contempor¨¢neos? ?No se corre el riesgo de que las arquitecturas de los museos cambien la idiosincrasia de la producci¨®n de arte actual? No obstante, vale la pena la belleza de los espacios, aunque un museo deba quiz¨¢ plantearse de manera m¨¢s d¨²ctil, m¨¢s apropiada para otro tipo de obras, incluso las m¨¢s modestas. Algunos dir¨¢n que siempre quedan los paneles, claro¡ pero ?c¨®mo perturbar la belleza de las dimensiones?
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