Romance flamenco para piano y contrabajo
Dorantes y Garc¨ªa-Fons dan una lecci¨®n de m¨²sica y virtuosismo en el Lope de Vega

La Bienal de Flamenco de Sevilla reserva la grandiosidad del Teatro Lope de Vega para los recitales que piden a gritos m¨¢s intimidad. Por eso el dueto entre el pianista David Pe?a Dorantes y el contrabajista Arnaud Garc¨ªa-Fons se sinti¨® muy c¨®modo anoche entre el terciopelo y el oro del teatro de la Exposici¨®n de 1929 para estrenar su Flamenco a cordes. Con un paseo por todas las m¨²sicas posibles y un programa en blanco, Dorantes demostr¨® que su piano tiene muchas m¨¢s vertientes que la flamenca.
Vestido con la sencillez que le caracteriza, jersey oscuro ajustado, y con esa cierta timidez con la que sale al escenario como si fuera la primera vez, Dorantes se enzarz¨® en un romance con el contrabajo que mantuvo una emoci¨®n contenida en el p¨²blico. En el concierto, un aut¨¦ntico paseo por todas las m¨²sicas posibles, hab¨ªa algo de aquella Iberia de Alb¨¦niz, y de la Margot de Turina, tambi¨¦n destellos de los impresionistas franceses enamorados de Espa?a como Debussy y un jazz omnipresente que hac¨ªa que todo tuviera sentido.
Tintes de alegr¨ªas para la segunda pieza y el ritmo se vuelve un desaf¨ªo para el contrabajista ¨Cel contrabajo: ese instrumento resignado en la orquesta tantas veces a ser un bajo continuo y mon¨®tono-, y Garc¨ªa-Fons deja al p¨²blico con la boca abierta con pasajes agotadores para la mano mientras en el eco del teatro se oye el sordo golpear de su zapato marcando el ritmo sobre el escenario. Cambio de tercio, y Dorantes se incorpora en su banqueta apoy¨¢ndola solo en dos patas para alcanzar el interior del piano, donde rasguea directamente sobre las cuerdas mientras la pieza toma ritmo de habanera y se torna cadencia de jazz en el contrabajo. Mientras, Garc¨ªa-Fons parece entrar en trance con una multitud de notas hipn¨®ticas de virtuosismo que causa sensaci¨®n y respiraciones entrecortadas en el p¨²blico. Hasta que Dorantes recupera la voz cantante, siempre sin dejar de buscar con la mirada la complicidad de su compa?ero ¨C¡°David, con las manos lo dices todo¡±, dicen desde el p¨²blico-.
Un contrabajo por fandangos juega con los dedos en las pausas de ese cantaor que es ahora el piano, y luego le toma el relevo acometiendo el papel del cante y del toque sin dar tregua al silencio. Como un cantaor caprichoso y sentido, el contrabajo juega con s¨ªncopas y silencios sinti¨¦ndose c¨®modo. Es entonces cuando llega el momento del solo del pianista. Con ritmos que recuerdan a aquellos ya tan lejanos de su Orobroy, tornado himno flamenco por m¨¦ritos propios, bucea Dorantes en sones impresionistas de Preludios de Debussy y en m¨²sicas pausadas con pianos limpios como aquellas de Ludovico Einaudi.
Tras el alegato pian¨ªstico, regresa Garc¨ªa-Fons con la tranquilidad del que sabe a lo que viene, y se arranca de nuevo sobre un piano que suena ahora a arrabal de Buenos Aires, con un ritmo de tangos que no sabemos a que lado del charco corresponde. Aqu¨ª de nuevo un gui?o a otros sones, ya que no es un tango cualquiera, sino que suena a esa complejidad vestida de sencillez que tiene la m¨²sica de Piazzolla.
Cuando le llega el turno en solitario al contrabajista, el p¨²blico est¨¢ totalmente conquistado. El programa en blanco le obliga a estar totalmente atento a lo que sucede en el escenario, intentando adivinar por qu¨¦ palo se decanta el d¨²o. Y Garc¨ªa-Fons elige para su cadencia un pasaje por peteneras en el que los dedos vuelan y las posibilidades del contrabajo se multiplican. Tras la ovaci¨®n, vuelve Dorantes, y afrontan la ¨²ltima pieza con un contrabajo que parece arrimarse a las soleares y rasguea cual guitarra sobre las duras cuerdas del instrumento. Hace un rato que ha soltado el arco, pero nadie lo echa de menos ante esas manos r¨¢pidas y precisas que arrancan ¡°oles¡± desde los palcos que van cuadrando con los ritmos y armon¨ªas de la pieza. Tras el gran final, el p¨²blico entregado se puso en pie tres veces mientras los m¨²sicos regalaban una seguidilla tras una noche en la que nadie ech¨® de menos algo que llenara el escenario, porque a la m¨²sica del piano y el contrabajo se le quedaba peque?o el teatro.
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