Las reglas del misterio
En ese margen tan estrecho del thriller se mueve 'La isla m¨ªnima' de Alberto Rodr¨ªguez
El enigma policial es una forma narrativa perfecta, tan cerrada sobre s¨ª misma como un soneto, o como una sonata cl¨¢sica de piano, tan reiterativa y tan flexible como el blues. El enigma policial suele suceder en la contemporaneidad de su escritura, y por lo tanto acarrea de manera natural todos los materiales de lo inmediato y lo cotidiano, pero al mismo tiempo su forma procede de algunos de los arquetipos narrativos m¨¢s antiguos y m¨¢s universales: el cuento del tesoro perdido, el del h¨¦roe errante que ha de descifrar acertijos sucesivos y superar pruebas gradualmente m¨¢s dif¨ªciles. Como cualquiera de los g¨¦neros de la literatura popular y del cine, el enigma policial (el thriller, el pollar, el giallo, el film noir: un indicio de su atracci¨®n es la variedad y la belleza de los t¨¦rminos que lo nombran) ha de atenerse a normas muy estrictas, casi todas ellas codificadas por Edgar Allan Poe en Los cr¨ªmenes de la calle Morgue: un hecho atroz, casi siempre un asesinato, sucedido en circunstancias extra?as, por un culpable que ha desaparecido dejando solo algunos indicios muy dudosos; un investigador muy inteligente, con dotes de observaci¨®n muy superiores a quienes lo rodean, con alguna rareza en su car¨¢cter, porque ¨¦l mismo tambi¨¦n es un misterio; un proceso de b¨²squeda guiado por la agudeza del detective, que atraviesa en su indagaci¨®n diversos escenarios y medios sociales, y va encontrando a su paso enigmas a?adidos, sospechosos posibles, y superando peligros, algunos de ellos mortales; una soluci¨®n a la vez rotunda y sorprendente, que deje maravillado al espectador o al lector, al trastornar por completo sus expectativas.
El esquema de Poe resaltaba las cualidades intelectuales del detective y el rigor del proceso de descubrimiento, como en un juego de alta precisi¨®n. Por la misma ¨¦poca, en Francia, la novela popular por entregas, el follet¨ªn barato que hac¨ªan posibles las nuevas tecnolog¨ªas de la impresi¨®n, mezcla la figura del investigador con la del h¨¦roe justiciero que protege a los d¨¦biles y revela la corrupci¨®n y la hipocres¨ªa de los poderosos. Del Dupin de Poe vienen Sherlock Holmes y el insufrible Poirot de Agatha Christie. Los h¨¦roes del follet¨ªn franc¨¦s inspiran en una cierta medida a los detectives privados de la novela policial y el cine americano, y a trav¨¦s de ellos a tantos que han venido despu¨¦s, y que rara vez me parece que est¨¦n a la altura de los m¨¢s grandes y m¨¢s originales: el agente sin nombre de la Continental y Sam Spade; el sarc¨¢stico y entristecido Philip Marlowe; el padre Brown de Chesterton, que lleva lo m¨¢s lejos que puede la sugesti¨®n de lo maravilloso y lo sobrenatural para desmentirla luego con una clave razonable; el comisario Maigret, que resuelve los casos menos por deducci¨®n que por empat¨ªa, por puro conocimiento desenga?ado y cordial de la naturaleza humana.
Queremos que el abuso se remedie, que el crimen sea castigado, que est¨¦ clara la divisoria entre culpables e inocentes
El g¨¦nero policial seduce de manera inmediata porque es una met¨¢fora de los procesos del conocimiento, de nuestro deseo de averiguar lo que est¨¢ oculto y de nuestro instinto de equidad. Nos atraen los misterios, a condici¨®n de que puedan resolverse. Queremos que las historias tengan un final claro. Queremos que el abuso se remedie, que el crimen sea castigado, que est¨¦ clara la divisoria entre los culpables y los inocentes. Queremos historias que nos cuenten c¨®mo es de verdad el mundo y queremos, con la misma intensidad, que nos cuenten un cuento. Queremos que las historias nos sorprendan, pero queremos tambi¨¦n, m¨¢s de lo que nosotros mismos imaginamos, que nos cuenten lo mismo que ya sabemos, lo que nos han contado antes.
Esa serie de exigencias incompatibles entre s¨ª limitan la libertad de invenci¨®n del narrador m¨¢s todav¨ªa que los c¨®digos formales. Contar historias policiales, lo mismo en el cine que en la literatura, es como escribir poemas someti¨¦ndose a reglas m¨¦tricas y estr¨®ficas muy rigurosas, que no pueden forzarse m¨¢s all¨¢ de un cierto punto. Pero las normas, al mismo tiempo que imponen l¨ªmites, tambi¨¦n ofrecen posibilidades, y la presi¨®n formal a la que someten la inspiraci¨®n es un acicate y un desaf¨ªo para ella. Robert Frost dec¨ªa que escribir poemas sin reglas era como jugar al tenis sin red. El riesgo de la norma est¨¢ en el tedio de lo predecible: esos sonetos que se parecen exactamente a cualquier otro soneto; esos personajes de la novela o del cine de misterio que son estereotipos agotados; esas sorpresas de la trama que hasta el espectador m¨¢s distra¨ªdo adivina mucho antes de que lleguen. A Raymond Chandler, que pon¨ªa tanto cuidado en los argumentos de sus novelas como en su estilo, le exasperaba la dificultad de crear buena literatura teniendo que someterse a las normas del g¨¦nero.
Pero c¨®mo brilla el g¨¦nero cuando se hace con solvencia t¨¦cnica y con inspiraci¨®n, con rigor y poes¨ªa. El enigma propulsa la trama al mismo tiempo hacia atr¨¢s y hacia delante: hacia la inquietud de lo que vendr¨¢ a continuaci¨®n, hacia el descubrimiento de lo que sucedi¨® antes del comienzo de la historia. Los materiales desordenados y convulsos de la realidad se organizan en una composici¨®n gradualmente inteligible. El h¨¦roe vence, de una cierta manera, porque averigua el misterio, pero tambi¨¦n es vencido, porque la injusticia y la maldad del mundo tienen poco remedio. El arco de la historia se cierra al final, con precisi¨®n geom¨¦trica, pero al mismo tiempo deja un espacio en blanco, que es el continuar¨¢ de los folletines y de los tebeos antiguos.
He disfrutado todos los pormenores del thriller viendo La isla m¨ªnima, de Alberto Rodr¨ªguez. Quiz¨¢s llega un momento en que uno prefiere los misterios policiales en el cine o en las series de televisi¨®n m¨¢s que en la literatura. Ve¨ªa la pel¨ªcula en la hermosa amplitud de una pantalla de cine, al mismo tiempo dej¨¢ndome seducir por la fuerza po¨¦tica y narrativa de las im¨¢genes y fij¨¢ndome en el modo en que la historia unas veces se atiene a las normas estrictas del g¨¦nero y otras las tensa para ir algo m¨¢s all¨¢, para abarcar, en torno al hilo de la indagaci¨®n, la cr¨®nica de unos a?os precisos y de una cierta situaci¨®n social, en un paisaje natural tan prodigioso como el delta del Misisipi que lo convierte todo en alucinaci¨®n visual y mitolog¨ªa. En un relato de g¨¦nero queremos que las convenciones necesarias se cumplan y queremos tambi¨¦n que no resulten evidentes. Pero eso es siempre lo que le pedimos al arte: que se parezca a lo imprevisible y a lo vibrante de la vida y a la vez que tenga un orden y una forma de los que la vida carece. Queremos misterios inauditos que desaf¨ªen la comprensi¨®n y queremos que esos misterios se aclaren, a ser posible de manera s¨²bita y chocante, porque las explicaciones demasiado complejas nos aburren tanto como las previsibles. Queremos que se cumplan nuestras expectativas y al mismo tiempo que se nos desmientan.
En ese margen tan estrecho del thriller se mueve la historia de La isla m¨ªnima. El resultado es deslumbrante, a la altura de las reglas tan estrictas y tan prometedoras del juego. Y eso por no hablar de la sensaci¨®n perturbadora de encontrarse uno sumergido en la atm¨®sfera exacta de 1980, de ver todos los detalles sensoriales del pasado con una fidelidad inaccesible para la memoria¡
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