Carlos Fuentes, su amor por el cine
La viuda del escritor mexicano repasa las pel¨ªculas que ve¨ªan juntos
La primera pel¨ªcula que Carlos Fuentes y yo vimos juntos, en M¨¦xico en el cine Roble, noviembre de 1971, fue Antonio das mortes, del gran director brasile?o Glauber Rocha.
Juntos ve¨ªamos sus pel¨ªculas favoritas de Ernst Lubitsch, una de ellas Un ladr¨®n en la alcoba, con Herbert Marshall (como el ladr¨®n de joyas Gast¨®n Monescu); la actriz Miriam Hopkins (su socia y amante, Lily) y Kay Francis (Madame Colette, due?a de los perfumes Colette). Sobre las pel¨ªculas de Lubitsch escribe Carlos en Pantallas de plata: ¡°Las puertas se abren. Las puertas se cierran. ?Qu¨¦ ocurre? ?Qu¨¦ hay detr¨¢s de la puerta? Todo es imaginado a trav¨¦s de la cerradura. Lubitsch evita el puritanismo no-escrito de Hollywood y el C¨®digo Hays gracias a las puertas y a lo que ocurre detr¨¢s de las puertas en un m¨¦nage-¨¤-trois, la delincuescente relaci¨®n de dos mujeres y un hombre (Kay Francis, Miriam Hopkins y Herbert Marshall en Un ladr¨®n en la alcoba), Gary Cooper, otra vez Miriam Hopkins y Fredric March en Una mujer para dos¡±.
Max Oph¨¹ls era otra de sus preferencias, maestro de la c¨¢mara en movimiento. Con elegancia filmaba tomas largas impresionantes, de coreograf¨ªa muy compleja y sin cortes en El placer, La ronda y Madame de, esta ¨²ltima con el vals entre Danielle Darrieux y Vittorio de Sica.
La actriz favorita de Carlos indudablemente era Bette Davis. En Viendo Visiones escribe:"Elizabeth and Essex es protagonizada por la que yo considero la mejor actriz de cine de todos los tiempos. [...] Bette Davis es due?a de la m¨¢s asombrosa manera de estar en sus pel¨ªculas. Ninguna como actriz sabe ver y ser vista por la c¨¢mara de esta manera. No hay apartes, no hay Meninas, ciertamente. Lo que hay es un estilo de dirigirse a ti y a m¨ª a trav¨¦s de la mirada. Un estilo de moverse y mirar y sentir, de tal suerte que nosotros nos convertimos en la c¨¢mara, como respuesta a la presencia de la actriz. Bette Davis no mira a la c¨¢mara y tampoco mira al p¨²blico, salvo en la gran escena final de Hush, Hush Sweet Charlotte, cuando es trasladada de su casa a un asilo y desde la ventana trasera del autom¨®vil mira su hogar perdido mir¨¢ndonos a nosotros, objeto de esa mirada a?orante, segunda morada de la nostalgia. Pero el estilo de Bette Davis consiste en darle todo su valor mediador a la c¨¢mara. Para lograrlo, no mira a la c¨¢mara ni al espectador. Mira a la pantalla misma. Mira cada cuadro de la pel¨ªcula como si en ¨¦l se concentrase toda la realidad, material, social y subjetiva. Bette Davis transforma as¨ª la pantalla en un espacio tan ancho como el de Piero della Francesca. Actuando intensamente dentro de cada recuadro f¨ªlmico, lo hace estallar cada vez que mira m¨¢s all¨¢ del mismo. Y sustituye la mirada directa de Vel¨¢zquez sobre el espectador, mediante el sesgo de un movimiento que, lo sospechamos, es s¨®lo histri¨®nico a fin de ser observado. Pues Bette Davis no es una actriz naturalista, sino una actriz que nos quiere decir que est¨¢ actuando; quiere que la sepamos sorprendida en el acto de actuar, como sorprendemos a Vel¨¢zquez en el acto de pintar. Una actriz que quiere que sepamos que la estamos viendo actuar. Los famosos manierismos de Davis son su manera de llamar nuestra atenci¨®n al hecho de que ella es una actriz en una pel¨ªcula. No es realmente la reina Isabel ni la emperatriz Carlota ni una vulgar camarera londinense, ni una rica heredera (?ciega!). Como don Quijote dentro de su libro, Bette Davis est¨¢ dentro de un medio art¨ªstico, dirigi¨¦ndose desde ¨¦l a nosotros que vemos o leemos, pero sin renunciar a la realidad de su artificio. M¨ªrenla ustedes moverse. La infanta se limita a mostrarnos su crinolina; Davis la golpea nerviosamente, se derrumba en su trono, mastica uvas y bebe una copa tan pesada como un cetro; se pone de pie, vuelve a cachetear la falda, se dirige a su esposo, vuelve a derrumbarse ante ¨¦l, mientras la bella Olivia de Havilland canta romances (isabelinos) con su mandolina. Davis se columpia en la silla, ve su fealdad en el espejo y lo destroza arrojando la copa contra el vidrio. Ya no puede verse m¨¢s. Ha roto la banalidad del espejo que la reproduc¨ªa fielmente. Se ha vuelto ciega. Debe imaginar. Debe ser imaginada".
Carlos y yo ve¨ªamos una pel¨ªcula diaria. La ¨²ltima fue el 14 de mayo de 2012. ?l se sent¨ªa perfectamente. No hab¨ªa ning¨²n indicio de lo que suceder¨ªa al d¨ªa siguiente, es decir un d¨ªa antes de su partida. Esta pel¨ªcula argentina se titula La guerra la gano yo, cuyo director fue Francisco Mugica, en el a?o 1943. La vimos en nuestra casa de M¨¦xico dos semanas despu¨¦s de haberla comprado en Buenos Aires, donde hab¨ªa sido invitado para dar una conferencia magistral en la Feria del Libro. Cada vez que visit¨¢bamos Buenos Aires, Carlos sol¨ªa comprar pel¨ªculas antiguas argentinas, sent¨ªa una gran nostalgia por el tiempo que vivi¨® en esa ciudad a la edad de 16 a?os. Es tambi¨¦n all¨ª donde descubre a Jorge Luis Borges, descubre el tango y la belleza de las argentinas. El cine argentino fue un cine muy importante a lo largo de toda su vida. Carlos recordaba a las actrices bellas de esa ¨¦poca, Isabel Sarli, Tita Merello, Mirtha Legrand...
Silvia Lemus es la viuda del escritor mexicano Carlos Fuentes.
Babelia
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