La profesi¨®n m¨¢s noble
Mientras recorr¨ªa ¡ªcon las vacilaciones propias del caso a pesar del GPS¡ª el downtown de Baltimore en busca de la tumba de Edgar Allan Poe, iba rumiando su dictamen que declara a la literatura ¡°la m¨¢s noble de las profesiones. De hecho, es casi la ¨²nica que realmente corresponde a un hombre¡±. Sin duda la ¨²nica apta para el propio Poe, un escritor de vocaci¨®n pura y total, al que es imposible imaginar haciendo algo diferente a lo que ocup¨® el breve plazo (tambi¨¦n lo ser¨¢ el m¨ªo, lector, y el tuyo) de su existencia. Una antolog¨ªa de Poe que incluya todo lo mejor de su obra no ir¨¢ mucho m¨¢s all¨¢ de las 200 p¨¢ginas: seis o siete cuentos, un par de poemas y una novela corta inacabada. Esa breve aportaci¨®n, sin embargo, se ha revelado incombustible y fecunda. Deleita sin cesar a lectores sesudos y adolescentes, inspira a cineastas, m¨²sicos, dibujantes, dise?adores¡ por no hablar de los escritores que han venido despu¨¦s. Creo que fue Conan Doyle quien dijo que si cada autor que debe algo de su inspiraci¨®n a Poe aportase un ladrillo a su monumento funerario, ¨¦ste ser¨ªa mayor que las pir¨¢mides de Egipto. Y sin embargo¡
Como tantos otros escritores, Poe vivi¨® agobiado por la penuria econ¨®mica. Seg¨²n asegura Bruce I. Weiner, un especialista que ha publicado una monograf¨ªa sobre el autor ¡ªThe Most Noble of Professions. Poe and the Poverty of Authorship, ed. Edgar A. Poe Society, Baltimore¡ª el a?o 1841, en el que Poe estableci¨® su r¨¦cord de ganancias, apenas logr¨® superar el nivel nacional de pobreza. A pesar de ser un autor relativamente popular, casi nunca consegu¨ªa que los editores le pagasen. ?Por qu¨¦? Porque en los EE UU de aquellos d¨ªas no exist¨ªa una ley de copyright internacional. Eso quiere decir que los editores no pagaban nada a los autores extranjeros, por lo cual eran siempre los preferidos a la hora de publicar. Los nacionales, en cambio, casi deb¨ªan agradecer verse en letra impresa y desde luego poco pod¨ªan exigir como remuneraci¨®n. Como asegur¨® el mismo Poe, ¡°as¨ª no hay nada que hacer. Sin una ley internacional de copyright, a los autores americanos s¨®lo les queda cortarse el cuello¡±. Y ¨¦l se lo cort¨® dedic¨¢ndose a los art¨ªculos siempre mal pagados de revistas, a veces dirigidas por ¨¦l mismo, en un desesperado esfuerzo porque la m¨¢s noble profesi¨®n fuese realmente profesi¨®n y no s¨®lo noble¡?Les suenan a algo actual estas cuitas?
D¨¦cadas despu¨¦s, John Steinbeck afirm¨® que ¡°la literatura practicada como profesi¨®n hace que las apuestas h¨ªpicas parezcan una ocupaci¨®n s¨®lida y estable¡±. Por su parte Cyril Connolly imagin¨® que los lectores a los que hab¨ªa gustado mucho un libro deber¨ªan enviar al autor una propina, ¡°nunca menos de media corona ni m¨¢s de cien libras¡±, como agradecimiento por el servicio y para completar sus magros emolumentos. A Poe no le alcanzaron tales beneficios en vida. La l¨¢pida de su tumba fue pagada, eso s¨ª, por un admirador ¡ªOrrin C. Painter¡ª y tras ella hay una placa memorial en franc¨¦s de sus amigos de ese pa¨ªs, movilizados por Baudelaire. Pero cuando yo me acerqu¨¦ a verla hab¨ªa tambi¨¦n sobre ella, sostenido por unos guijarros para impedir que volase, un papelito en espa?ol firmado por Mar¨ªa, estudiante de Rute, C¨®rdoba, agradeci¨¦ndole los momentos de placer recibidos al leerle y rubricada por la marca de carm¨ªn de un beso. ¡°Pour Poe!¡±, brindar¨ªan galantes los amigos franceses y yo murmur¨¦ ante la tierna revancha: ¡°Poor Poe!¡±.
Babelia
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