El mundo no se acaba en Sartre y Camus
Tras el declive que sigui¨® al existencialismo y el 'nouveau roman', hoy una generaci¨®n con estilo punzante e iron¨ªa subyacente ha revertido las burlas hacia la literatura francesa
En Casa Tomada de Julio Cort¨¢zar, el narrador confiesa que a veces, interrumpiendo su vida de recluso, iba a dar una vuelta por las librer¨ªas y "preguntar vanamente si hab¨ªa novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina". Hasta hace pocos a?os, este juicio sepulcral, que Cort¨¢zar entendi¨® como ir¨®nico, fue sentido como v¨¢lido en Argentina, en Espa?a y en gran parte del mundo literario. A partir del mitigado esc¨¢ndalo producido por la obra (y vida) de Louis-Ferdinand C¨¦line, quien fue probablemente el novelista m¨¢s importante de toda la literatura moderna, y despu¨¦s de los existencialistas, la presencia de autores de lengua francesa como Nathalie Sarraute, Marguerite Yourcenar, Michel Tournier en la segunda mitad del siglo veinte no alter¨® fundamentalmente la opini¨®n de los lectores m¨¢s all¨¢ de los confines de su idioma. Ni siquiera el ¨¦xito internacional de Marguerite Duras con El amante, ni los premios Nobel otorgados a Claude Simon en 1985 y a Le Cl¨¦zio en 2008, alentaron el reconocimiento de esa literatura como "valiosa". Borges y Bioy se burlaron ferozmente del nouveau roman en sus Cr¨®nicas de Bustos Domecq y Mavis Gallant conden¨® el engagement politique de sus autores pregunt¨¢ndose si Hiroshima mon amour no se hubiese vendido m¨¢s si Duras le hubiese puesto como t¨ªtulo Auschwitz mon chou.
Ninguna literatura es un¨¢nime: cada autor, cada libro, define una visi¨®n del mundo ¨ªntima y particular que refleja y altera las otras. Si bien la literatura francesa fue sentida durante mucho tiempo como vanamente experimental (Robbe-Grillet), o vanamente introspectiva (Emmanuel Bove), estos ejemplos coexistieron con obras mayores como las de Michel Tournier o Georges Perec cuyo m¨¦rito no es la sorpresa o el esc¨¢ndalo, sino el estilo y la imaginaci¨®n po¨¦tica. Tales calidades, sin embargo, no bastaron para conceder un nuevo prestigio a la literatura francesa. "Leo novelas francesas para combatir el insomnio", declar¨® Philip Roth hace un par de a?os.
Ese prejuicio literario est¨¢ cambiando (o ya cambi¨®) gracias a una generaci¨®n de escritores, ya no muy j¨®venes, que empez¨® a escribir en las postrimer¨ªas del nouveau roman. Jean Rouaud, Annie Ernaux, Herv¨¦ Guibert, Jean Echenoz, Marie NDiaye, Emmanuel Carr¨¨re, el reciente premio Nobel Patrick Modiano y sobre todo Pascal Quignard (heredero del grand style de Diderot y Ernest Renan) se han impuesto en la consciencia de sus lectores extranjeros como ejemplos de ese algo v¨¢lido, distinto, inteligente que constituye la nueva (por llamarla as¨ª) literatura francesa. Fen¨®menos aleatorios han ayudado al cambio: el entusiasmo de un p¨²blico ingenuo por los balbuceos de Michel Houellebecq, convencido de que Camus hab¨ªa resucitado como un Hunter S. Thompson gabacho; la egoc¨¦ntrica pornograf¨ªa de Catherine Millet y sus imitadores; la popularidad de los sombreros y f¨¢ciles fantas¨ªas de Am¨¦lie Nothomb. Una causa m¨¢s convincente, m¨¢s duradera, del reciente prestigio de la literatura en lengua francesa es el reconocimiento de autores franc¨®fonos del mundo ¨¢rabe como Assia Djebar, Tahar Ben Jelloun, Rachid Boudjedra, Amin Maalouf.
La literatura francesa fue sentida durante mucho tiempo como vanamente experimental
Una vez que el prestigio de una literatura ha sido establecido a trav¨¦s de un libro o un autor, como fue el caso de la literatura escandinava con Stieg Larsson y de la israel¨ª con David Grossman, los lectores empiezan a reconocer (o creen reconocer) ciertas caracter¨ªsticas que los incitan a buscar otros escritores del mismo grupo nacional. Las caracter¨ªsticas de la nueva literatura francesa son quiz¨¢s estas: un estilo literario cernido y punzante, una iron¨ªa subyacente, la cr¨®nica de historias de amor infructuoso, los paisajes extranjeros (Brasil, Venecia, Rusia) y, tambi¨¦n, los todav¨ªa familiares (la banlieue de Par¨ªs, las ciudades de la provincia). Podr¨ªamos decir que la mayor¨ªa de ¨¦stas fueron tambi¨¦n las caracter¨ªsticas de la literatura de Balzac o de Simone de Beauvoir; es cierto, pero los autores franceses del siglo XXI parecen haber retomado esos rasgos consabidos y haberlos transformado en algo original, o al menos original a los ojos de sus lectores. Eso es lo importante, porque ning¨²n escritor nace hu¨¦rfano. Pierre Michon tiene una deuda m¨¢s o menos secreta con Marcel Schwob, Patrick Deville con Blaise Cendrars, Maylis de Kerangal con Albert Londres.
Los autores franceses del siglo XXI parecen haber retomado rasgos consabidos y haberlos transformado en algo original
Pero todo esto no es importante. Al fin y al cabo, hablar de la popularidad de una literatura nacional es hablar de conceptos imaginarios, categor¨ªas inventadas, lazos presumidos. No existe una literatura francesa como no existe una literatura espa?ola: tienen m¨¢s en com¨²n Patrick Modiano y Javier Cercas que Patrick Modiano y Jean-Christophe Rufin, para comparar escritores interesados en revisitar imaginativamente momentos de la historia contempor¨¢nea. Pero si el prejuicio alienta a buscar a otros escritores quienes, por escribir en la misma lengua y tener el mismo pasaporte, se encuentran en el mismo anaquel con la misma etiqueta de ¡°literatura francesa¡±, que as¨ª sea. Cualquier artima?a ¡ªun Premio Nobel o un voluminoso sombrero¡ª que conduzca a un lector hacia un libro de Echenoz, de Michon, de Quignard, merece nuestra entusiasta aprobaci¨®n.
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