Hace mucho tiempo que no existo
Fragmentos de la nueva edici¨®n del 'Libro del desasosiego' que se publica esta semana
Las ilusiones, el conocimiento, el entendimiento, la cultura, la sensibilidad. Esos son algunos de los temas de reflexi¨®n de Fernando Pessoa, uno de los grandes escritores europeos del siglo XX. Esta semana la editorial Pre-Textos publica una nueva edici¨®n de su Libro del desasosiego en traducci¨®n de Antonio S¨¢ez Delgado. Adelantamos cuatro fragmentos.
(1929?). El cansancio de todas las ilusiones y de todo cuanto hay en las ilusiones: su p¨¦rdida, la inutilidad de tenerlas, el cansancio anticipado de tener que tenerlas para perderlas, la amargura de haberlas tenido, la verg¨¹enza intelectual de haberlas tenido sabiendo que tendr¨ªan ese final. La conciencia de la inconsciencia de la vida es el martirio m¨¢s grande impuesto a la inteligencia. Hay inteligencias inconscientes ¨Cbrillos del esp¨ªritu, corrientes de entendimiento, misterios y filosof¨ªas¨C que tienen el mismo automatismo que los reflejos corp¨®reos, que la gesti¨®n que hacen el h¨ªgado y los ri?ones de sus secreciones.
(25/4/1930). ?Remolinos, remolinos en la futilidad fluida de la vida! En la plaza grande del centro de la ciudad, el agua sobriamente multicolor de la gente pasa, se desv¨ªa, forma charcos, se abre en riachuelos, se junta en arroyos. Mis ojos ven sin atenci¨®n, y construyo en m¨ª esa imagen acuosa que, mejor que cualquier otra, y porque he pensado que iba a llover, se ajusta a este incierto movimiento. Al escribir esta ¨²ltima frase, que para m¨ª expresa exactamente lo que define, he pensado que ser¨ªa ¨²til poner al final de mi libro, cuando lo publique, bajo las ?Erratas?, unas ?No erratas?, y decir: la frase ?a este incierto movimientos?, en la p¨¢gina tal, es exactamente as¨ª, con las voces adjetivas en singular y el sustantivo en plural. Pero ?qu¨¦ tiene esto que ver con aquello que estaba pensando? Nada, y por eso me permito pensarlo.
Alrededor de los veh¨ªculos de la plaza, como cajas de cerillas m¨®viles, grandes y amarillas, en las que un ni?o clavase inclinada una cerilla quemada para hacer de torpe m¨¢stil, los tranv¨ªas gru?en y chirr¨ªan; al salir, emiten un agudo silbido met¨¢lico. Alrededor de la estatua central las palomas son migajas negras que se mueven, como esparcidas por el viento. Dan pasitos, gordas sobre sus peque?as patas.
(1930?). Hay una erudici¨®n del conocimiento, que es propiamente lo que se llama erudici¨®n, y hay una erudici¨®n del entendimiento, que es lo que se llama cultura. Pero hay tambi¨¦n una erudici¨®n de la sensibilidad.
La erudici¨®n de la sensibilidad no tiene nada que ver con la experiencia de la vida. La experiencia de la vida no ense?a nada, como la historia no informa de nada. La verdadera experiencia consiste en restringir el contacto con la realidad y aumentar el an¨¢lisis de ese contacto. As¨ª, la sensibilidad se ensancha y ahonda, porque todo est¨¢ en nosotros; basta que lo busquemos y sepamos buscarlo.
?Qu¨¦ es viajar, y para qu¨¦ sirve viajar? Cualquier puesta de sol es la puesta de sol; no es necesario ir a verla a Constantinopla. ?La sensaci¨®n de liberaci¨®n que provocan los viajes? Puedo tenerla al salir de Lisboa hacia Benfica, y tenerla con m¨¢s intensidad que quien va de Lisboa a China, porque si la liberaci¨®n no est¨¢ en m¨ª, no est¨¢, para m¨ª, en ninguna parte. ?Cualquier carretera?, dijo Carlyle, ?hasta esta carretera de Entepfuhl, te lleva hasta el fin del mundo?. Pero la carretera de Entepfuhl, si la seguimos hasta el final, vuelve a Entepfuhl; de modo que Entepfuhl, donde ya est¨¢bamos, es el mismo fin del mundo que ¨ªbamos buscando.
Condillac empieza as¨ª su c¨¦lebre libro: ?Por m¨¢s alto que subamos y m¨¢s bajo que caigamos, nunca salimos de nuestras sensaciones?. Nunca desembarcamos de nosotros mismos. Nunca llegamos a otro, sino otre¨¢ndonos a trav¨¦s de la imaginaci¨®n sensible de nosotros mismos. Los verdaderos paisajes son los que creamos nosotros mismos, porque as¨ª, siendo dioses suyos, los vemos como son verdaderamente, que es como fueron creados. No es ninguna de las siete partidas del mundo la queme interesa y puedo ver verdaderamente; es la octava partida la que recorro y es m¨ªa.
Quien ha cruzado todos los mares ha cruzado solamente la monoton¨ªa de s¨ª mismo. Ya he cruzado m¨¢s mares que todos. Ya he visto m¨¢s monta?as de las que hay en la tierra. He pasado por m¨¢s ciudades de las que existen, y los grandes r¨ªos de ning¨²n mundo han fluido, absolutos, bajo mis ojos contemplativos. Si viajase, encontrar¨ªa la copia mala de lo que ya he visto sin viajar.
(8/1/1931). Hace mucho tiempo que no escribo. Han pasado meses sin que haya vivido, y voy durando, entre la oficina y la fisiolog¨ªa, en un estancamiento ¨ªntimo de pensar y sentir. Esto, desgraciadamente, no descansa: en la putrefacci¨®n hay fermentaci¨®n.
Hace mucho tiempo que no s¨®lo no escribo, sino que ni siquiera existo. Creo que casi no sue?o. Las calles son calles para m¨ª. Cumplo con mi trabajo en la oficina concienzudamente, pero no puedo decir que sin distraerme: por detr¨¢s estoy, en vez de meditando, durmiendo, pero siempre soy otro por detr¨¢s del trabajo.
Hace mucho tiempo que no existo. Estoy tranquil¨ªsimo. Nadie me distingue de quien soy. Ahora me he sentido respirar como si hubiese practicado algo nuevo o atrasado. Empiezo a ser consciente de tener conciencia. Quiz¨¢ ma?ana me despierte para m¨ª mismo, y tome de nuevo el curso de mi propia existencia. No s¨¦ si, con ello, ser¨¦ m¨¢s o menos feliz. No s¨¦ nada. Levanto la cabeza de paseante y veo que, sobre la ladera del Castillo, el ocaso arde al otro lado en decenas de ventanas, con una reverberaci¨®n alta de fuego fr¨ªo. Alrededor de esos ojos de llama dura, toda la ladera es suave al caer la tarde. Al menos puedo sentirme triste, y ser consciente de que, con esta tristeza m¨ªa, se ha cruzado ahora ¨Clo he visto con el o¨ªdo¨C el ruido repentino del tranv¨ªa que pasa, la voz casual de los j¨®venes que charlan, el susurro olvidado de la ciudad viva. Hace mucho tiempo que no soy yo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.