A un lado la vida, al otro la supervivencia
'La vida de los otros' es un retrato conmovedor; Billy Wilder nos hizo re¨ªr en 'Un, dos, tres'. Pero el muro de Berl¨ªn sigue esperando una aut¨¦ntica obra maestra del cine
Por muy sombr¨ªo que fuera el tratamiento que ha ofrecido el cine sobre aquella prolongada barbarie que encarnaba el muro de Berl¨ªn, la realidad superaba el efecto depresivo que te pudieran causar las ficciones sobre esa ciudad atrozmente dividida. La tristeza con la que regresabas a Berl¨ªn Occidental despu¨¦s de haberlo cruzado para pasar el d¨ªa en el Este era duradera. Recuerdo atardeceres invernales en avenidas grandes y vac¨ªas, la atm¨®sfera de carencia y miedo, almacenes en los que no encontrabas nada que desearas adquirir, sensaci¨®n de mediocridad vital y desesperanza, cafeter¨ªas en las que todo aquello que com¨ªas o beb¨ªas era as¨¦ptico. Y recordabas que casi trescientas personas hab¨ªan muerto al intentar huir de ese presunto hogar del hombre nuevo.
?Tratabas de imaginar la frustraci¨®n de los berlineses del Este sabiendo que al otro lado, a unos cuantos metros, otros afortunados alemanes, muchos de ellos parientes o amigos, hab¨ªan tenido suerte en el reparto de la ciudad y pod¨ªan disponer de tantas cosas materiales, viv¨ªan en un pa¨ªs democr¨¢tico, ten¨ªan libertad de pensamiento y de opini¨®n. Todo lo anterior deber¨ªa de ir se?alado entre comillas o con interrogantes, pero imagino que era la imagen del para¨ªso para tanta gente controlada hasta la extenuaci¨®n por la Stasi, por la delaci¨®n del vecino, porque la sabidur¨ªa del partido hab¨ªa detectado en ellos tentaciones capitalistas.
De todas esas miserias institucionalizadas y de la asfixia cotidiana hablaba La vida de los otros, que tal vez sea el retrato m¨¢s profundo, duro y conmovedor que ha hecho el cine alem¨¢n sobre el acorralamiento que sufr¨ªa cualquier sospechoso de subversi¨®n contra el sistema, el espionaje de las conductas que el caprichoso aunque implacable sistema consideraba dudosas obligando a la gente a denunciar a las personas m¨¢s cercanas, el chantaje como norma, las abyectas e impunes caracter¨ªsticas que otorgan las se?as de identidad a los Estados policiales. Todo dios pod¨ªa ser se?alado como culpable, pero exist¨ªa una atenci¨®n especial a los intelectuales, a los que, adem¨¢s de sentir, tambi¨¦n les daba por pensar. El protagonista, un autor teatral que encuentra numerosas virtudes en el comunismo, pero tambi¨¦n dudas sobre c¨®mo se practica, no solo sufrir¨¢ la agobiante vigilancia de la Stasi, sino que ser¨¢ traicionado por su propia mujer, otra v¨ªctima obligada a practicar lo que abomina. Da mucho miedo no ya lo que narra, sino el ambiente enfermizo, amenazante y cruel que transmite el tono de esta pel¨ªcula.
Los servicios de inteligencia occidentales tambi¨¦n cruzaron frecuentemente el Muro en el cine, tuvieron m¨²ltiple y a veces sangriento trabajo maniobrando, espiando, contraespiando, manipulando, extorsionando, propiciando la huida a desertores valiosos. John le Carr¨¦ cre¨® una literatura apasionante construyendo un universo artero, calculador, en el que casi nada es verdad ni es mentira, repleto de topos, sin reglas morales, dispuesto a sacrificar a inocentes en nombre del pragmatismo. El cine hizo una adaptaci¨®n memorable en El esp¨ªa que surgi¨® del fr¨ªo, dirigida por Martin Ritt. El protagonista en esta ocasi¨®n no era el cerebral y triste George Smiley, la inteligencia m¨¢s penetrante del Circus, sino uno de sus fieles subalternos, el amargo y alcoh¨®lico Alec Leamas, alguien que ya sabe que todo es sucio, retorcido y s¨®rdido en su profesi¨®n, que el bien y el mal son conceptos grotescos en una batalla donde solo importa la victoria a cualquier precio. Le ordenar¨¢n sacrificar a gente honesta para cubrir la apariencia de un personaje poderoso del otro bando que ha sido comprado por el Circus. Leamas podr¨¢ salvar su vida saltando el Muro, pero est¨¢ demasiado hastiado de tanta mentira, de ser el instrumento de los verdugos en sus sofisticadas y mortales trampas hacia v¨ªctimas que no se lo merecen. Y se deja morir. Hace mucho tiempo que no he vuelto a ver esa pel¨ªcula, pero la imagen que guardo de ella es poderosa. Tambi¨¦n la interpretaci¨®n de Richard Burton, la mejor que le vi nunca a ese actor irregular y de voz envolvente. Pensaba en ella sorteando el hielo, pateando la nieve, observando el cielo permanente gris, durante muchos viajes invernales a Berl¨ªn. Tambi¨¦n un 9 de febrero de 1990 subido en el Muro que las m¨¢quinas iban derruyendo en su totalidad, en medio de berlineses emocionados o festivos que iban a recordar siempre la ca¨ªda de ese muro que representaba la ignominia.
Hubo otros legendarios agentes secretos que tambi¨¦n se acercaron a ese paisaje siniestro. Lo hizo James Bond, encarnado por Roger Moore en Octopussy. No recuerdo nada de ella. Nunca le pill¨¦ el punto gracioso a Moore. Adoro a Michael Caine, pero las aventuras de su esp¨ªa Harry Palmer en la desastrosa Funeral en Berl¨ªn tampoco dejar¨¢n m¨ªnima huella en la historia cinematogr¨¢fica del Muro. Hitchcock nos cont¨® en Cortina rasgada los riesgos de un cient¨ªfico estadounidense en Alemania del Este que supuestamente ha cambiado de bando y cuya misi¨®n es robar la trascendente f¨®rmula que ha descubierto un exc¨¦ntrico y genial cient¨ªfico de ese pa¨ªs. No es una obra maestra, pero contiene una de las secuencias m¨¢s escalofriantes de la historia del cine, que muestra la pavorosa dificultad para asesinar lentamente a un ser humano cuando no hay armas de fuego, acuchill¨¢ndole, d¨¢ndole paletazos en su cuerpo, asfixi¨¢ndole, metiendo su cabeza en un horno.
Y, c¨®mo no, tambi¨¦n el Muro sirvi¨® alguna vez para que un genio llamado Billy Wilder consiguiera que nos parti¨¦ramos de risa en la el¨¦ctrica comedia Un, dos, tres, describiendo la vertiginosa energ¨ªa, la imaginaci¨®n y la seguridad en que todos los seres humanos tienen un precio, del delegado en Berl¨ªn occidental de Coca-Cola, decidido a convencer a un ardoroso y ortodoxo chaval comunista, que se ha casado con la hija de su jefe, de que cruce el Muro y descubra la cantidad de cosas golosas de las que podr¨¢ disfrutar si accede a vivir como un privilegiado en esa sociedad capitalista, que tanto odia. James Cagney, aquel se?or tan diminuto como explosivo, lleno de ritmo, que nunca se permiti¨® la frivolidad de relajarse con sus personajes, demuestra que ten¨ªa id¨¦ntico y portentoso talento para la negrura y para la comedia pausada o enloquecida.
Y es complicado no sentir ternura ni sonre¨ªr frecuentemente con Good Bye, Lenin!, la historia de un chaval capaz de convencer a su madre, que ha despertado de un coma que ha durado a?os, de que todo sigue igual en su pa¨ªs y en su entorno, de que el Muro permanece en su sitio. Lo hace porque esta mujer sufrir¨ªa de a?oranza y tormento si constatara que hab¨ªa desaparecido el mundo en el que pas¨® gran parte de su vida y los principios en los que crey¨® siempre. Sigo mirando obsesivamente cada vez que voy a Berl¨ªn la ruta presidida por el Muro. Y esperando que el cine haga una aut¨¦ntica obra maestra sobre aquella duradera salvajada que finalmente se resquebraj¨®. Hay tema en ¨¦l para contar mil historias. Sospecho que casi todas tristes.
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