Descarada, inquieta y creativa siempre ser¨¢ Berl¨ªn
En el periodo de entreguerras fue m¨¢s ansiosa de cambios que Par¨ªs, en los a?os ochenta fue revel¨¢ndose a Occidente y en los noventa protagoniz¨® una fiebre art¨ªstica ¨²nica
Quiz¨¢ sea cierto algo que se repite con frecuencia: Hitler odiaba Berl¨ªn, casi tanto como Berl¨ªn odiaba a Hitler. Por eso se obstinaba en convertirla en la d¨ªscola capital de un imperio absurdo que nada ten¨ªa que ver con el esp¨ªritu libre del cual la ciudad hab¨ªa hecho gala a lo largo del siglo XX. Los planes grandilocuentes del dictador para la ciudad no buscaban sino sofocar las voces cr¨ªticas berlinesas.
?C¨®mo no, si la ciudad, antes de la llegada de los nazis, era tan creativa? M¨¢s descarada que Par¨ªs, m¨¢s ansiosa de cambios, Berl¨ªn era la quintaesencia de la transformaci¨®n con sus excesos en los cabarets literarios, llenos de personajes como la irreverente Anita Berber, quien bailaba desnuda en una de sus performances m¨¢s provocadoras, Kokain (1922). Porque la censura no era un problema en el Berl¨ªn de los primeros a?os veinte, la ambigua Valeska Gert innovaba la escena, mientras hombres vestidos de mujeres y mujeres vestidas de hombre se mov¨ªan a ritmos importados, modas anglosajonas como el gran ¨¦xito de Brecht en 1928, La ¨®pera de los tres peniques, con m¨²sica de Kurt Weill. No todo en Berl¨ªn eran cabarets literarios ¡ªlo cuenta Christopher Isherwood en ¡®Un diario de Berl¨ªn', ¨²ltimo cap¨ªtulo de Adi¨®s a Berl¨ªn¡ª. Walter Mehring escrib¨ªa canciones expl¨ªcitamente pol¨ªticas y Werner Finck, maestro de ceremonias de Katacombe, manten¨ªa a su manera una actitud politizada insultando hasta el cierre del local, en 1935, a la por entonces ascendiente clase dirigente: los miembros del Partido Nacionalsocialista. En una ocasi¨®n, al ser llamado jud¨ªo, contest¨®: "No se enga?en: s¨®lo parezco as¨ª de inteligente". En los a?os oscuros se echaba mano de la c¨¦lebre canci¨®n para tiempos dif¨ªciles Berlin bleibt doch Berlin (Berl¨ªn sigue siendo Berl¨ªn).
Un muro tiene algo de pizarra y, como Berl¨ªn es siempre a¨²n Berl¨ªn, el famoso Muro no tardaba en pasar a ser el escenario para grafitis y pintadas. Se convert¨ªa en la mayor galer¨ªa al aire libre de Europa
Luego las cosas se precipitar¨ªan y los caf¨¦s se clausurar¨ªan. Hitler devoraba los sue?os y llegaba la guerra. Berl¨ªn era destruida primero y dividida m¨¢s tarde, extra?o accidente geogr¨¢fico en medio de una Alemania comunista que levantaba un muro para preservar los secretos; ciudad como dos ciudades divergentes ¡ªcerqu¨ªsima, pero inaccesibles para las gentes locales¡ª que el visitante extranjero pod¨ªa saborear tan s¨®lo con tomar el metro. Se trataba de unas realidades contrastadas que, en los a?os de la llamada Guerra Fr¨ªa, divid¨ªan el mundo en partes opuestas y recelosas una de otra. Para eso se alzaba el Muro: para impedir contaminaciones.
Pero un muro tiene algo de pizarra y, como Berl¨ªn es siempre a¨²n Berl¨ªn, el famoso Muro no tardaba en pasar a ser el escenario para grafitis y pintadas. Se convert¨ªa en la mayor galer¨ªa al aire libre de Europa y el esp¨ªritu de los ochenta del siglo XX se iba apoderando de la ciudad que empezaba a ser un t¨ªmido im¨¢n, hasta cierto punto centro punk, territorio de la fascinante Nina Hagen, originaria del Este. La m¨²sica de Hagen personificaba la radicalidad de una ciudad que segu¨ªa, pese a todo, siendo la que hab¨ªa sido, y por eso pintores clave como Sigmar Polke permanec¨ªan muy ligados a ella. La vida cultural berlinesa, potente e inesperada, ten¨ªa algo de futuro, tal vez porque, cantaba Hagen, "el futuro es ahora".
Por este motivo, cuando aquella m¨ªtica noche de noviembre de 1989 el Muro ca¨ªa ¡ªy con ¨¦l se hac¨ªan visibles los secretos del otro lado, escondidos durante largo tiempo¡ª, para muchos en el mundo del arte la sorpresa fue relativa. El desvelamiento hab¨ªa empezado un par de a?os antes, en Nueva York, cuando, consecuencia de la perestroika, las kommunalkas eran (re)presentadas en la galer¨ªa Roland Feldman por Ilya Kabakov, hasta entonces secuestrado en su pa¨ªs. A trav¨¦s de Diez personajes el secreto de familia se hac¨ªa p¨²blico. Era otra forma de tirar un muro ¡ªy uno tras otro fueron cayendo todos¡ª.
Desde entonces Nueva York ¡ªque es tanto como decir el mundo occidental¡ª adoptaba el arte venido desde el Este, que a su vez "sal¨ªa del armario", como represent¨® al propio Kabakov el artista conceptual Igor Makarevich en uno de sus cuadros. El "arte del Este" ¡ªreunidas las diversidades como tarjeta de visita¡ª pasaba a ser la pasi¨®n de los noventa en fen¨®menos como la consagraci¨®n de la serbia Marina Abramovic; el inter¨¦s de editoriales como Thames and Hudson, donde en 1992 se traduc¨ªa Desorientaciones. La Europa del Este en transici¨®n; o exposiciones como la m¨ªtica El cuerpo y el Este. De 1960 hasta hoy, inaugurada en Liubliana a finales de los noventa.
El desvelamiento hab¨ªa empezado un par de a?os antes, en Nueva York, en la galer¨ªa Roland Feldman
Visto con la distancia de los a?os, la importancia que Berl¨ªn y la ca¨ªda del Muro tuvieron en esa nueva moda est¨¦tica fue indudable, igual que la misma pasi¨®n por el Este pudo ayudar a consagrar a la ciudad alemana. Berl¨ªn hab¨ªa conocido ¡ªy visto¡ª los dos lados, la realidad de los dos lados, por lo cual no era s¨®lo barata y sexy, sino inscrita en un valor simb¨®lico innegable que durante a?os, incluso tras la ca¨ªda, rasgaba la ciudad en un corte profundo. Lo recordaba Matthias Sauerbruch, del estudio berlin¨¦s Sauerbruch Hutton, muy volcado hacia acciones sostenibles: cuando ganaron el concurso de un edificio en la ciudad en los noventa, a¨²n quedaba el rastro del Muro. Eran vestigios invisibles que se materializaban precisamente en una gran ¨¢rea vac¨ªa, una brecha; una isla, igual que Berl¨ªn en medio de la Alemania del Este.
Quiz¨¢ Berl¨ªn conserva pese a todo su aire de isla, de ah¨ª su ¨¦xito, y no s¨®lo porque los artistas, las galer¨ªas y el mundo del arte bullan y muchos llegaran con la ilusi¨®n de alcanzar ese futuro que es ahora. Aunque no corren ¨²nicamente los que buscan el futuro, sino los que aspiran a la calma. Es el caso del premio Turner (1996) Douglas Gordon, quien en pleno ¨¦xito ha fijado su residencia en la capital alemana. Mejores espacios por menos dinero, s¨ª, pero sobre todo cierta extra?a sensaci¨®n de libertad. Su galer¨ªa, la ultrapoderosa Gagosian, le espera en cualquiera de las grandes capitales del arte internacionales. Que espere. Berlin bleibt doch Berlin.
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