Arquitectura de destrucci¨®n y construcci¨®n
El Berl¨ªn del siglo XXI escenifica la paradoja de ser una ciudad nueva pero con historia. La reunificaci¨®n la convirti¨® en un campo de pruebas arquitect¨®nico.
M¨¢s all¨¢ de escenificar la paradoja de ser a la vez una ciudad nueva y con historia, el Berl¨ªn de los ¨²ltimos 25 a?os demuestra una de las perversiones del mundo actual: c¨®mo un s¨ªmbolo del terror (el Muro) puede convertirse en el mejor activo tur¨ªstico de una ciudad.
Es cierto que apenas quedan restos del Muro levantado por 8.000 soldados de la Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana en la noche del 12 al 13 de agosto de 1961. Pero tambi¨¦n lo es que esa escasez, precisamente, y el reclamo de su antigua huella atravesando el nuevo centro de la ciudad le conceden valor de rareza y, por tanto, de atracci¨®n tur¨ªstica. As¨ª, del mismo modo que la capital alemana fue partida por un muro en menos de 24 horas, la ciudad reunificada se reconstruy¨® tambi¨¦n con celeridad, en poco m¨¢s de dos lustros, en uno de los procesos urban¨ªsticos m¨¢s vertiginosos de todos los tiempos. La ¨²ltima d¨¦cada del siglo XX convirti¨® Berl¨ªn en un campo de pruebas arquitect¨®nico. Justo es reconocer que all¨ª se ensay¨® tanto un modelo de ciudad de escala humana ¡ªen el que ning¨²n edificio pod¨ªa superar los 23 metros de altura¡ª como una forma de justicia urbana que hizo brotar la nueva capital al tiempo que reconstru¨ªa parte de su da?ada memoria en lugar de enterrarla bajo la codicia inmobiliaria.
As¨ª, junto a la huella del antiguo Muro, la manzana que contiene el conmovedor memorial de los jud¨ªos europeos asesinados es ejemplo de esa oposici¨®n al olvido que ejerce la piedra o, en este caso, el hormig¨®n. Se trata a la vez de un vac¨ªo urbano y de un espacio p¨²blico que guarda el recuerdo ¡ªy con ¨¦l la advertencia de los m¨¢s de cinco millones de jud¨ªos asesinados¡ª. Su autor, el norteamericano Peter Eisenman, inaugur¨® en 2005 esta topograf¨ªa en la que 2.711 monolitos de casi dos metros y medio de largo y de diversas alturas desorientan al visitante. Como la propia memoria ¡ªque tiende a desdibujarse con el tiempo¡ª, esos grandes prismas se desdibujan en el per¨ªmetro del monumento para convertirse en bancos y dejar que junto a ellos brote la vegetaci¨®n. Esa convivencia entre el pasado doloroso y expl¨ªcito y la vida cotidiana es una respuesta vital que se ha convertido ya en ¡°el monumento¡± de la nueva capital. Con todo, el interior es claustrof¨®bico: busca, y logra, desconectar al visitante, apabullarlo.
Curiosamente esa idea de la claustrofobia y la presi¨®n de los monolitos devorados por la vegetaci¨®n ya le hab¨ªan servido a otro arquitecto jud¨ªo, el norteamericano de origen polaco Daniel Libeskind, para levantar el jard¨ªn del exilio en el Museo Jud¨ªo m¨¢s de un lustro antes, en 1999. Libeskind, que huy¨® con su familia del Holocausto y desembarc¨® siendo ni?o en Nueva York, gan¨® el concurso para levantarlo meses antes de que cayera el Muro.
As¨ª, la ca¨ªda del Muro llev¨® a reinventar m¨¢s que recuperar la ciudad, proceso que cont¨® con el apoyo de la Unesco, que declar¨® la Isla de los Museos, en medio del r¨ªo Spree, patrimonio de la humanidad en plena reconstrucci¨®n, mucho antes de que el antiguo proyecto de Federico Guillermo IV de Prusia recuperase la vida. Esa isla une hoy las colecciones de arte de las dos Alemanias en varios museos ¡ªdel Altes, levantado por el gran arquitecto del neoclasicismo alem¨¢n Karl Friedrich Schinkel en 1830, al Neues, que ideara un disc¨ªpulo de Schinkel, Friedrich August St¨¹ler, y que recuper¨® en 2009 el brit¨¢nico David Chipperfield¡ª. Ese centro, que expone el c¨¦lebre busto de Nefertiti, es un ejercicio de respeto hist¨®rico, paciencia arquitect¨®nica, ingenio discreto y gran presupuesto ¡ªcost¨® 292 millones de euros¡ª. Y aunque no sea el m¨¢s vistoso, es posiblemente el nuevo-viejo edificio berlin¨¦s que ofrece una mejor lecci¨®n arquitect¨®nica: la de la convivencia, el respeto y la reinvenci¨®n conviviendo. Esos m¨¦ritos le valieron en 2011 el Premio Mies van der Rohe, el mayor galard¨®n arquitect¨®nico que concede la Uni¨®n Europea.
M¨¢s all¨¢ de la memoria, y la transformaci¨®n de los viejos escombros en nuevos monumentos, la ¡°reconstrucci¨®n cr¨ªtica¡± impulsada por las ideas del arquitecto Josef Paul Kleihues, y desarrollada por el urbanista Hans Stimmann, tuvo como consigna ordenar. A la altura m¨¢xima de cinco plantas se sum¨® la prohibici¨®n de las fachadas de muro cortina. Berl¨ªn Este y Berl¨ªn Oeste ¡ªque contaban con diferentes redes de saneamiento¡ª deb¨ªan ser uno y uniforme. La dr¨¢stica ordenaci¨®n urban¨ªstica se encargar¨ªa de conseguirlo, borrando, salvo en contados puntos, a la vez la historia y el crecimiento en la ciudad.
Hasta entonces Berl¨ªn Occidental hab¨ªa sido una anomal¨ªa urbana que no ten¨ªa espacio para crecer. La parte oriental se construy¨®, en cambio, levantando en Alexanderplatz edificios de altura cuya ¨²nica preocupaci¨®n arquitect¨®nica consist¨ªa en que fueran visibles desde el otro lado del Muro. Convertida en un laboratorio arquitect¨®nico, la nueva ciudad concentr¨® en su reconstrucci¨®n ¡°los peores edificios de los mejores arquitectos¡±, declar¨® a EL PA?S David Chipperfield. El autor del galardonado Neues Museum hablaba, sobre todo, de la Potsdamer Platz, que creci¨® en menos de un lustro y lleg¨® a ser, a finales del siglo XX, la mayor zona de obras de Europa.
El italiano Renzo Piano fue el elegido para idear el urbanismo de ese barrio. Donde anta?o se ubicaba la puerta de la ciudad que inauguraba el camino hacia Potsdam, la burgues¨ªa hab¨ªa levantado sus villas junto al Tiergarten cuando el barrio fue bombardeado durante la II?Guerra Mundial. Quedar dividido entre el protectorado sovi¨¦tico y el norteamericano termin¨® de borrar del mapa el vecindario. De manera que cuando Piano se enfrent¨® al vac¨ªo opt¨® por enviar un mensaje de futuro: construir¨ªa una zona densa con rascacielos. Eso es hoy, efectivamente, la plaza: un lugar que ha recuperado la vida, pero en el que no brilla la arquitectura. A pesar de que es dif¨ªcil juntar m¨¢s arquitectos c¨¦lebres por metro cuadrado, ni la torre de Kollhoff, ni el Sony Center de Helmut Jahn, ni los propios inmuebles firmados por Piano hablan de arquitectura con may¨²sculas ¡ªaunque todos ayuden a configurar un barrio m¨¢s internacional que cosmopolita.
No lejos, al otro lado del jard¨ªn principal de la ciudad, el Tiergarten ¡ªconvertido en barrio tras la ca¨ªda del Muro¡ª, el brit¨¢nico Norman Foster coron¨® el Reichstag, el antiguo Parlamento alem¨¢n, con una c¨²pula transparente que sit¨²a a los visitantes por encima de los pol¨ªticos, en otro ejercicio de simbolismo arquitect¨®nico convertido, a su vez, en meca para turistas.
Tras la reunificaci¨®n, hubo m¨¢s de mill¨®n y medio de peticiones de restituci¨®n de propiedades en el coraz¨®n de Berl¨ªn. Muchos terrenos fueron devueltos a antiguos propietarios jud¨ªos y se fomentaron ayudas para la inversi¨®n y la regeneraci¨®n urbana. Hoy, sin embargo, la ciudad es m¨¢s un destino para visitantes que un lugar para vivir. Y aunque cuenta con una creciente poblaci¨®n n¨®mada ¡ªatra¨ªda por los bajos costes de los alquileres¡ª, no termina de perder el aire de escenario irreal que caracteriza las ciudades construidas con m¨¢s ideas que tiempo.
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