Vivir con Barrag¨¢n
La huella del mito de la arquitectura mexicana, primer Pritzker latinoamericano, perdura en los testimonios de los que a¨²n habitan sus casas
Los habitantes de las obras de Luis Barrag¨¢n (Jalisco, 1902; M¨¦xico DF, 1988) tienen una relaci¨®n especial con sus casas. Francisco Gilardi no quiso morirse en la suya, y lo llevaron a un hospital. ¡°Lo ¨²nico que pidi¨® es que cuando muriese lo dejasen aqu¨ª una noche, sobre esta mesa¡±, dice Mart¨ªn Luque, de 23 a?os. En toda el ¨¢rea metropolitana de M¨¦xico DF, quedan cuatro familias con la distinci¨®n de habitar casas del primer latinoamericano que gan¨® el Premio Pritzker.
Al padre de Mart¨ªn se la hered¨® Gilardi al fallecer en 1995, desde entonces ¨¦l y su esposa viven con sus tres hijos en la ¨²ltima casa que Barrag¨¢n dirigi¨® a pie. Luque hijo cuenta que una vez un arquitecto mexicano lleg¨® de d¨ªa con otro japon¨¦s y, al entrar en la sala con piscina interior donde Gilardi pas¨® su primera noche en la eternidad, le hizo a su colega oriental una pregunta ret¨®rica: ¡°?A poco no te hace sentir un pendejo?¡± ¡ªse supone que en ingl¨¦s.
Una de las primeras obras ic¨®nicas de Barrag¨¢n fue la Casa Prieto L¨®pez, construida entre 1948 y 1951 para un industrial del cobre. Hace un a?o sus herederos se la vendieron al empresario y coleccionista de arte contempor¨¢neo C¨¦sar Cervantes, que rehabilit¨® hasta el ¨²ltimo detalle original concebido por el arquitecto y rebautiz¨® la vivienda como Casa Pedregal, por el nombre de la zona residencial donde est¨¢. La familia Prieto L¨®pez ocup¨® la casa m¨¢s de medio siglo, y el uso transforma la arquitectura. Cervantes consider¨® que esa transformaci¨®n era degradaci¨®n y quiso recuperar la idea original de la casa.
En su vejez, el industrial Eduardo Prieto L¨®pez la cubri¨® de cemento y pasto sint¨¦tico e hizo del escult¨®rico mont¨ªculo volc¨¢nico un putting green para jugar al golf. Cervantes lo ha destapado para recuperar su aspecto del principio, como ha hecho con otras transformaciones de la casa. ¡°Todas hechas con cari?o, pero si eres un barraganista las ves con desencanto¡±. Para comprar la vivienda, ha vendido la mayor parte de su colecci¨®n. La casa estar¨¢ abierta a visitas con cita previa, y en un cuerpo lateral prev¨¦ montar una biblioteca ¡°semip¨²blica¡± y un espacio para estancias de estudio un tanto heterodoxas: ¡°Nos interesa m¨¢s un ge¨®logo, un vulcan¨®logo o un bot¨¢nico que un artista¡±. El Pedregal, un ¨¢rea formada por la erupci¨®n del volc¨¢n Xitle, es un ecosistema particular del sur de la ciudad. Seg¨²n Cervantes, cuenta con 40 variedades de orqu¨ªdeas.
Mia Egerstrom dice que tiene ¡°hambre de una casa chiquita¡±. Su marido es ejecutivo de una compa?¨ªa y trabaja en Estados Unidos. Su hija mayor estudia en Stanford. La peque?a tambi¨¦n est¨¢ a punto de irse a estudiar fuera. La Cuadra San Crist¨®bal, una residencia ecuestre construida entre 1966 y 1968 para un empresario sueco aficionado a montar a caballo, el padre de su marido, les ha quedado grande, dice ella, y por eso la tienen en venta a trav¨¦s de Christie¡¯s. El precio de salida es de 13 millones de d¨®lares.
Es una casa de campo retirada del n¨²cleo de la capital, en una zona privilegiada dentro del precario entorno urbano del DF. Egerstrom dice que a menudo andan por la finca dos patos salvajes y cuatro familias de ¨¢guilas. ¡°Es lo ¨²nico bueno de una planificaci¨®n pobre, que con tan pocas ¨¢reas verdes las ¨¢guilas y los patos se vienen para ac¨¢¡±. Tiene tambi¨¦n nueve caballos, seis perros, un loro que se llama No¨¦, una borrega de nombre Tomasa y a Baguira, un reluciente gato negro que se mueve con presunci¨®n de pantera. Mia es la anfitriona de las visitas, por lo general estudiantes de arquitectura. Por lo general japoneses. Explica que la ¡°arquitectura emocional¡± de Barrag¨¢n, su combinaci¨®n de colores y espacios de serenidad, conecta con la fibra ¨ªntima de su sensibilidad. ¡°Les gusta tocar los muros. Los acarician¡±. La clave arquitect¨®nica de la Cuadra San Crist¨®bal es la caballeriza y el patio con estanque que tiene delante. La casa es discreta, y no est¨¢ abierta a visitas. Cuando entra para ense?arla, a Mia Egerstrom le sale al paso su media docena de perros. Ella los saluda en su idioma materno ¡ª¡°Kome, kome¡±, venid, venid¡ª y el loro No¨¦, cuya primera lengua tambi¨¦n es el sueco, reacciona lanzando unos grititos desagradables desde la cocina.
En paralelo a la Avenida Revoluci¨®n hay una buc¨®lica calle adoquinada en la que Luis Barrag¨¢n hizo en 1955 la Casa G¨¢lvez. Si se abriese un atajo en l¨ªnea recta, habr¨ªa unas 50 zancadas entre el reino de los tubos de escape y el cuadro de pan de oro de Mathias Goeritz que te encuentras al entrar.
Cristina G¨¢lvez, hija del empresario sirio-liban¨¦s que encarg¨® la obra, ha invitado a desayunar a dos hijas de Prieto L¨®pez para compartir recuerdos de la vida en una casa de Barrag¨¢n, que, por lo que cuentan, era tambi¨¦n una vida dentro de Barrag¨¢n, de un criterio est¨¦tico sublime que exig¨ªa lealtad. ¡°A mi mam¨¢ le hizo tirar todo lo que ten¨ªa en su casa. La ¨²nica concesi¨®n que le hizo fue un tapete persa¡±, dice Tesha, una se?ora menuda de ojos peque?os y precisos. Jana, su hermana peque?a, tal vez como efecto de la disciplina minimalista de su hogar, desarroll¨® una gran pasi¨®n por acumular objetos que le gustaban. Para no violar la ley, los apilaba dentro de un armario. ¡°Para m¨ª, Barrag¨¢n es una cosa proustiana¡±, dice.
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