Un mundo sin hombres
¡®Territorio ideal¡¯ descubre el universo de sutilezas del pintor Jos¨¦ Mar¨ªa Velasco En su obra, para disgusto de Octavio Paz, no tiene cabida la fantas¨ªa
Octavio Paz dijo alguna vez que el pintor Jos¨¦ Mar¨ªa Velasco no era sino la mitad de un genio. Una mitad que ¡°nos advierte de los peligros de la pura sensualidad y de la sola imaginaci¨®n¡±, pero a la que sin embargo le falta precisamente eso ¡ªlos excesos, las tentaciones de la sensibilidad¡ª para mostrarse completa, ¡°amorosa¡±, ¡°profunda¡±. En efecto, Velasco no era un pintor que buscara azuzar nuestros sentidos y mucho menos nuestros apetitos. Quer¨ªa algo distinto: llegar al fondo de la fisionom¨ªa de las cosas, restituyendo por entero su configuraci¨®n sensible. Imitar a la naturaleza, pues. Y por eso sus cuadros tienen un aire de l¨¢minas enciclop¨¦dicas, porque all¨ª cada hoja, cada nube, cada roca ha sido estudiada no s¨®lo como un objeto capaz de provocar cierto claroscuro, sino como un aut¨¦ntico esp¨¦cimen. Para Velasco hacer ciencia y pintar iban estrechamente de la mano ¡ªno por nada dedic¨® buena parte de su vida a ilustrar libros de biolog¨ªa¡ª.
Al igual que John Constable, que pensaba que el vicio m¨¢s grande del pintor era la bravura, ¡°ese intento por hacer algo m¨¢s all¨¢ de la verdad¡±, Velasco despreciaba la fantas¨ªa y los golpes de efecto: en sus cuadros no hay un cent¨ªmetro que no encuentre, como un espejo, un correlato directo en el pedazo de naturaleza del cual es reflejo. A este sentido de fidelidad hay que a?adir, adem¨¢s, un tipo de reflexi¨®n en el que, ciertamente, la figura humana no abunda. Paz pensaba que esto se deb¨ªa a ¡°un horror al hombre¡± que, a la larga, habr¨ªa acabado por reducir la misi¨®n del pintor a generar nada m¨¢s que ¡°un estado de soledad¡±. Es una manera de verlo, desde luego, pero tambi¨¦n puede pensarse que, como ocurre en las telas de muchos otros pintores de la segunda mitad del siglo XIX, todav¨ªa iluminadas por el fulgor tard¨ªo del romanticismo, la b¨²squeda de la exactitud se toca con un anhelo de experimentar la realidad de un modo absoluto. De ah¨ª que los lienzos crezcan hasta semejar muros que todo lo abarcan, y tambi¨¦n que el paisaje se vuelva, de paso, el g¨¦nero dominante. Y no cualquier paisaje: el propio. Eso era lo que persegu¨ªa Velasco ¡ªy los pintores del R¨ªo Hudson o de las distintas escuelas locales¡ª: hacer de la pintura un lugar de celebraci¨®n de la riqueza natural del territorio patrio, ¡°porque las circunstancias que nos rodean¡±, dir¨ªa ¨¦l mismo, ¡°son especiales y bien diferentes de las de otros pa¨ªses¡±. Raz¨®n por la cual estas visiones pueden parecer sacadas de un premundo en el que todav¨ªa no hay hombres, sino pura excepcionalidad geogr¨¢fica.
En sus cuadros, cada nube ha sido estudiada no como un objeto capaz del claroscuro, sino como un aut¨¦ntico esp¨¦cimen
Ahora, una cosa es lo que uno ve y otra es lograr subordinar ese c¨²mulo infinito de datos visuales a una sola idea pict¨®rica. Por eso C¨¦zanne dec¨ªa que el trabajo del pintor consiste en ¡°juntar las manos errantes de la naturaleza¡±. Para pintar un cuadro como Valle de M¨¦xico (por cierto, su tema predilecto), de 1877, Velasco necesit¨® no s¨®lo subirse al cerro del Tepeyac, para conseguir esa fabulosa visi¨®n a¨¦rea, equipado con ¨®leos y lienzos, sino que hubo de reconstruir el panorama uniendo decenas de fragmentos y perspectivas, hasta lograr integrar un todo coherente que a nuestros ojos resulta asombrosamente convincente. Ese es el Valle de M¨¦xico que a¨²n hoy, en los d¨ªas m¨¢s claros del a?o, los habitantes de Ciudad de M¨¦xico alcanzamos a vislumbrar entre los edificios y v¨ªas elevadas, casi como si esta urbe gigantesca y ca¨®tica estuviera extra?amente sobrepuesta a la imagen transparente de Velasco.
Setenta a?os nos separan del texto que escribi¨® Paz sobre Velasco. Tiempo suficiente (y demasiado neoexpresionismo en el medio), quiz¨¢, para ver su pintura transformada en una sustancia mucho m¨¢s amable que la que ve¨ªa el poeta. A primera vista, la simplicidad compositiva de sus cuadros ¡ªque aparecen siempre divididos a la mitad por una l¨ªnea horizontal que separa el cielo de la tierra¡ª podr¨ªa adjudicarse a una escasez de recursos, pero si se los ve con detenimiento y, m¨¢s a¨²n, se los compara con la obra de otros pintores contempor¨¢neos ¡ªincluida la de su maestro Eugenio Landesio¡ª, como puede hacerse ahora, en las salas renovadas del Museo Nacional de Arte, se descubre un universo de sutilezas ¡ªen las tonalidades, los detalles, las luces¡ª que hablan de un pintor que est¨¢ muy lejos de ser esa ¡°alma fr¨ªa y desde?osa¡± de la que hablaba Paz.
Territorio ideal: Jos¨¦ Mar¨ªa Velasco, perspectivas de una ¨¦poca. Museo Nacional de Arte. Tacuba, 8. Ciudad de M¨¦xico. Hasta el 14 de diciembre.
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