Es s¨®lo una selfie, cari?o
?Qu¨¦ hay en una selfie? Seguramente, un gesto de autoafirmaci¨®n por parte de quien se autocaptura. Pero no siempre fue as¨ª. Para comprobarlo basta acercarse estos d¨ªas en Par¨ªs a la Galerie de France (54 rue de la Verrerie), a una exposici¨®n de autofotograf¨ªas del escritor polaco Stanislaw Ignacy Witkiewicz (1885-1939). All¨ª est¨¢n, en Visages photographi¨¦s de pr¨¨s,las im¨¢genes ya casi legendarias que se tomara a s¨ª mismo Witkiewicz acercando much¨ªsimo la c¨¢mara a su propio rostro, o bien acerc¨¢ndola al de alguno de sus amigos, como Artur Rubinstein, convencido el escritor como estaba de que la c¨¢mara le permitir¨ªa entrar, sin ninguna interferencia, en las profundidades del inconsciente.
Witkiewicz ¡ªalgunos recordar¨¢n su imponente novela Insaciabilidad, reci¨¦n reeditada en C¨ªrculo de Escritores¡ª se sent¨ªa fascinado y obsesionado por la identidad cambiante de la cara humana. En sus pioneras selfies se le ve hipnotizado por su propio poder ps¨ªquico. Y no es para menos, porque, al perderse la ¨²ltima fuente de luz, los sucesivos rostros de Witkiewicz se convierten todos en tremebundas muecas.
En los ¨²ltimos tiempos, como si fuera ya una oscura fatalidad inherente a las propias selfies, hemos sabido de personas accidentadas cuando posaban para ellas mismas. Tras tan absurda sucesi¨®n de muertes por selfie, se lleg¨® a comentar si no ser¨ªa que el peligro ven¨ªa de la c¨¢mara misma, de la pavorosa mueca que en el ¨²ltimo segundo ve¨ªan los damnificados.
Witkiewicz se sent¨ªa fascinado y obsesionado por la identidad cambiante de la cara
?Somos un peligro para nosotros mismos, o es s¨®lo una selfie, cari?o?
Me viene a la memoria George Sand entrando en un sal¨®n de Par¨ªs y qued¨¢ndose horrorizada al ver que los arist¨®cratas que se hab¨ªan salvado de la guillotina gesticulaban y se ofrec¨ªan pastelitos como siempre, entre las m¨¢s pavorosas muecas, ¡°envejeciendo all¨ª mismo¡±. La escalofriante escena influy¨® en Proust, y es el tipo de episodio que en la actualidad podemos ver a diario en la televisi¨®n: esas muecas de nuestros distinguidos gobernantes siempre en los pasillos del Congreso pas¨¢ndose pastelitos. Sorprende, por ejemplo, ver c¨®mo ninguno de ellos ha entendido que han de reaccionar en serio y actuar de verdad contra la corrupci¨®n. Esa incomprensible inmovilidad y proliferaci¨®n, en cambio, de muecas trasnochadas y de r¨¦plicas parlamentarias mil veces repetidas s¨®lo consiguen que les veamos envejecer en directo, ah¨ª en sus salones.
Su extra?a conducta me recuerda que Witkiewicz organiz¨® en los a?os treinta en el pasillo de su casa de Varsovia ¡°duelos de muecas¡±. Era frecuente ver all¨ª a dos personas frente a frente, arrodilladas, en combate hasta la destrucci¨®n completa del adversario, hasta lograr una facha tan espeluznante que ya no tuviera ninguna contramueca por parte del otro. No dispon¨ªan de mejor ping-pong que sus propias caras. Un camino, un implacable pasillo de destrucci¨®n, hoy recorrido a diario por quienes envejecen en directo en nuestras pantallas y parecen atrapados en la misma oscura y suicida fatalidad que viene caracterizando a las p¨¦rfidas selfies.
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