Cicatriz
El arte ha demostrado ser consciente de la fuerza de lo min¨²sculo que bulle en lo real
Hay una dimensi¨®n de lo min¨²sculo que rebulle en lo real, de naturaleza tanto f¨ªsica como metaf¨ªsica, cuyo sutil entramado no se hace visible ni siquiera con los artilugios ¨®pticos m¨¢s sofisticados, porque su patencia es inestable, ya que est¨¢ en un estado de permanente construcci¨®n alterada; como si dij¨¦ramos, danzando en el umbral entre el ser y el no ser. La microf¨ªsica los denomina ¡°cuanto¡± y los define como la cantidad discreta de energ¨ªa de un ¨¢tomo o mol¨¦cula, que es proporcional a la frecuencia de la radiaci¨®n emitida o absorbida por ellos. La dificultad para su observaci¨®n positiva estriba en que los mecanismos aptos para ello influyen y modifican su naturaleza, que metaf¨®ricamente tiene algo de espectral, fantasmag¨®rico. No es extra?o que iluminar t¨¦cnicamente esa zona oscura de la materia sea considerado una haza?a, aunque se haya tenido muy diversa consciencia de su influyente existencia.
El arte ha demostrado ser consciente de la existencia y de la textura de este micromundo, que a Leonardo o a Friedrich les hac¨ªa vislumbrar el cosmos a trav¨¦s de una mota insignificante, pero otros muchos pintores la recrearon incluso f¨ªsicamente, como se aprecia en los cuadros del alem¨¢n Albrecht Altdorfer (hacia 1480-1538) o en los grabados sobre lino de ese maravilloso y extra?o pintor holand¨¦s H¨¦rcules Seghers (1589/1590-1633/1638), del que Rembrandt aprendi¨® el tejido de las sombras. Y como en nadie, lo percibimos en los dibujos y cuadros de Seurat (1859-1891), m¨¢ximo exponente del llamado puntillismo o divisionismo.
Hay otros casos parecidos en la historia del arte hasta llegar a nuestra ¨¦poca, lo corrobora ahora precisamente un joven pintor, Jer¨®nimo Elespe (Madrid, 1975), dado a conocer apenas hace un lustro, cuya esmerada formaci¨®n estadounidense, con maestros como Barry Le Va y Mel Bochner, le vacunaron frente a esa end¨¦mica epidemia provinciana de seguir las trasnochadas modas. Recuerdo el impacto que me produjo la primera vez que contempl¨¦ su obra y me percat¨¦ de que pose¨ªa el aura intempestiva de los aut¨¦nticos creadores, que son los que exploran el futuro desde el pasado, porque, sea cual sea la actualidad, ese producto del mercado, aspiran a la inmortalidad, que es el hecho de los muertos y de los a¨²n no nacidos. Sus cuadros al ¨®leo sobre aluminio desafiaban los formatos convencionales, porque, al margen de su verdadero tama?o, que iba desde casi las medidas de un sello hasta las de un tablot¨ªn vertical u horizontal, eran todos la representaci¨®n de un universo en formaci¨®n, sin por ello dimitir de que su configuraci¨®n estuviese cosida a la inmersi¨®n en un mundo cotidiano, veladamente on¨ªrico; esto es: de espectros familiares palpitantes. Esta realidad tenebrosa, recogida entre los umbrales en los que soterradamente se urde nuestra vida, me pareci¨® fascinante y me hizo asociar su pintura con esos buceadores de lo entra?able, como Odilon Redon, Vuillard o Paul Klee, por citar al albur algunos nombres asociados a ese empe?o.
Me atrevo a usarlo como ejemplo en esta divagaci¨®n sobre lo min¨²sculo, manantial de la grandeza m¨¢s inconmensurable, no solo por lo que tiene de excepcional, sino porque ahora puede visitarse su exposici¨®n en la galer¨ªa madrile?a de Ivorypress. En cualquier caso, tras visitarla, me confirm¨® que las verdades profundas se revisten con la escritura jerogl¨ªfica de un palimpsesto, cuyo desciframiento es m¨¢s cuesti¨®n de sabidur¨ªa que de erudici¨®n. Me imagino a Elespe ejecutando su obra con la concentraci¨®n de un miniaturista, mientras que sus cuadros, que surgen desde las profundidades, emergen con part¨ªculas saltarinas como tenues iluminaciones tornasoladas. De hecho, no s¨¦ por qu¨¦, me evocan, por un lado, la lluvia dorada que recibe una D¨¢nae en su seno, pero, por otro, sin abandonar el arquetipo de las mujeres amantes, las cenizas de una Magdalena penitente, por seguir la misma senda de ese otro oro negro del erotismo. ?Hay acaso algo m¨¢s que fuego y rescoldo en la f¨¢bula de nuestra existencia, esa memorable cicatriz?
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