Umbral, el estilo como venganza
Ten¨ªa un ¨¢ngel l¨ªrico, libre y violento en cada yema de los dedos con que machacaba la Olivetti. Se le hurt¨® la Academia y se desquit¨® escribiendo mejor que ninguno
Como tantos otros, el joven provinciano lleg¨® a Madrid a principio de los a?os sesenta del siglo pasado con la idea obsesiva de construirse como escritor. Era alto, p¨¢lido, con una muesca carnosa en la mejilla. Tra¨ªa de Valladolid la voz profunda y la cadencia r¨ªtmica en el o¨ªdo de innumerables poetas le¨ªdos mientras trabajaba de botones y oficial de tercera en un banco. Ten¨ªa una peque?a experiencia de periodista de radio en una emisora de Le¨®n y lo dem¨¢s eran recuerdos de paseos de adolescencia con los compa?eros en ma?anas de domingo por el parque de Campo Grande hablando de versos, mirando a las chicas inasequibles de la burgues¨ªa que sal¨ªan de misa. En el subconsciente le hab¨ªa quedado la herida oscura de una infancia lacerante que se esforzaba en olvidar hasta que al final logr¨® convertirla en literatura. Desde El Norte de Castilla, Miguel Delibes le hab¨ªa dado la bendici¨®n antes de partir a la aventura, era su ne¨®fito predilecto, sin duda el m¨¢s dotado para hacer bailar las palabras a su antojo. Umbral escribe con la facilidad con que mea, dijo Delibes. Era un elogio. En alg¨²n caso de des¨¢nimo, Francisco Umbral siempre se sinti¨® amparado por la sombra ben¨¦vola de aquel t¨®tem, probablemente al ¨²nico que respet¨®.
En Madrid, el joven provinciano rindi¨® la primera visita al inevitable Caf¨¦ Gij¨®n, gabarra de n¨¢ufragos hambrientos de gloria y alimentados con arenques, una botiller¨ªa que durante muchos a?os ser¨ªa su baluarte y rampa de lanzamiento. Hubo un primer itinerario por la Peque?a Aula de poes¨ªa del Ateneo para medirse como poeta, por la boca de la manguera del ministerio de Fraga donde manaban unas pocas monedas, por la cafeter¨ªa de Cultura Hisp¨¢nica para ligarse a alguna extranjera llev¨¢ndosela al Prado, al Mes¨®n del Segoviano y despu¨¦s al huerto. Durante esta traves¨ªa de Madrid, que ser¨ªa su primera y mejor novela, comenz¨® a derramarse en art¨ªculos que sembraba en cualquier papel que los aceptara, sin ideolog¨ªa alguna, ni roja ni azul, que no fuera la de apacentador de verbos y adjetivos. Ante todo ritmo y sonido. Como Sinatra, yo no vendo voz, vendo estilo, dec¨ªa. Quer¨ªa ser escritor por dentro y por fuera. Pasaba media jornada alimentando su figura y la otra media destruy¨¦ndola. De esta forma, al final se fabric¨® la imagen de escritor rom¨¢ntico e inactual con el abrigo muy largo de terciopelo negro entallado y el complemento anglosaj¨®n de la bufanda roja hasta las rodillas, un Baudelaire, un Marcel Proust, un Oscar Wilde, seg¨²n la moda de temporada.
"Como Sinatra, yo no vendo voz, vendo estilo", dec¨ªa. Se fabric¨® la imagen de escritor rom¨¢ntico e inactual
No rechazaba el esc¨¢ndalo, siempre que fuera solo literario. La novela El Giacondo le proporcion¨® alguna bofetada y el odio de algunos amigos traicionados, que le sirvieron de modelos en aquella galer¨ªa de fantasmas de las noches del Oliver, el Gij¨®n y Carrusel. Quer¨ªa demostrar que en literatura todo es l¨ªcito, nada es bueno ni malo, siempre que est¨¦ bien escrito. El primer salto cualitativo lo dio Umbral cuando Verg¨¦s, a instancias de Delibes, le abri¨® las p¨¢ginas de la revista Destino, donde Josep Pla, Perucho, ?lvaro Cunqueiro y N¨¦stor Luj¨¢n hab¨ªan puesto muy alto el list¨®n de un periodismo con censura. Umbral se midi¨® con ellos sin desventaja. Con Las ninfas gan¨® el Premio Nadal.
El Narciso de este escritor armado de periodista se miraba en el estanque y lanzaba en ¨¦l su art¨ªculo de cada d¨ªa. El impacto siempre se produc¨ªa sobre su propia imagen. La intensidad de su inspiraci¨®n iba perdiendo fuerza a medida que las ondas literarias se alejaban de su ego, de aquello que a ¨¦l le suced¨ªa por dentro o por fuera. ?l, solo ¨¦l. En los salones se limitaba a pasear su persona como un espejo para que se reflejaran sus admiradores. Entonces escrib¨ªa en Hermano Lobo y en Triunfo de ¨²ltima ¨¦poca, ya despolitizado.
Hubo un segundo salto, el definitivo, cuando Juan Luis Cebri¨¢n, el director del diario EL PA?S, reci¨¦n fundado, le llam¨® para que escribiera una cr¨®nica social como la de Alfonso S¨¢nchez en Informaciones que pon¨ªa en letras versales los nombres de los personajes de la buena sociedad en tardes del hip¨®dromo, en los estrenos de teatro y en los festivales de San Sebasti¨¢n. Umbral sustituy¨® las versales por las negritas. Fue el ¨¦xito period¨ªstico y literario de la Transici¨®n. Cre¨® una cr¨®nica social achampa?ada, llena de burbujas, de alto estilo literario, con una libertad y una falta de respeto admirable hacia el idioma, las formas urbanas, la pol¨ªtica. Llegaba Umbral disfrazado de escritor a cualquier sarao y la gente le hablaba con frases hechas a su medida con la esperanza de verse citado con su nombre en negritas al d¨ªa siguiente.
Necesitaba alimentarse de personajes. Umbral los fabricaba literariamente con solo reflejarlos en su espejo. Ninguno era real. Tierno Galv¨¢n, Carrillo, Dolores Ibarruri, el padre Llanos y el pozo del T¨ªo Raimundo, Carmen D¨ªez de Rivera por el lado de la izquierda; Pitita Ridruejo y las ni?as pirujas y gangosas de Serrano por la derecha, como Por el camino de Swan o por el de Guermantes, de Proust, solo que a Umbral le importaba un bledo la ideolog¨ªa, solo la est¨¦tica de enamorar con la literatura a una musa cambiante, que pod¨ªa ser Ana Bel¨¦n o la actriz de turno, con un cheli de El Corte Ingl¨¦s.
Cre¨® una cr¨®nica social achampa?ada, de alto estilo literario, con falta de respeto admirable hacia el idioma
Fueron pasando por su vida sucesivas rebeld¨ªas. Frente al castellano machihembrado de Miguel Delibes, algunas de cuyas palabras sonaban todav¨ªa a terr¨®n de labriego, Umbral ten¨ªa un ¨¢ngel l¨ªrico, libre y violento en cada yema de los dedos con que machacaba el teclado de la Olivetti seg¨²n se levantaba de la cama ese d¨ªa, unas veces marxista a la violeta, otras revolucionario, liberal, fascista, lambisc¨®n, perdulario, machista, falt¨®n, tierno o provocador, solo a condici¨®n de que el art¨ªculo fuera una peque?a obra de arte para subirse a su alero y tirarse al vac¨ªo para suicidarse. Pluma sonajero, dec¨ªan algunos; ladr¨®n de o¨ªdo, dec¨ªan otros. Suscitaba filias y fobias, pero ten¨ªa golpes maestros en cada pieza escrita con ritmo de endecas¨ªlabos. Lo tomas o lo dejas, te lo crees o no. Basta con que me admires.
Cuando las agrias bander¨ªas de la pol¨ªtica pasaron al periodismo se acab¨® aquel estado de gracia de las noches del Oliver y Boccaccio donde los escritores, intelectuales y periodistas de cualquier medio e ideolog¨ªa tomaban copas juntos y empujaban el carro hacia el mismo horizonte de la libertad; pero hubo un mal d¨ªa en que se establecieron bandos, trincheras y garitas contrarias y comenz¨® el fuego cruzado, los tr¨¢nsfugas iban de ac¨¢ para all¨¢, cada uno detr¨¢s de su propia sardina econ¨®mica. Umbral dej¨® EL PA?S y se pas¨® al enemigo. En El Mundo fue recibido como un h¨¦roe. Lo mismo hab¨ªa sucedido con Cela. Ambos escritores fueron convertidos en armas arrojadizas, en hombres bala contra antiguos compa?eros que hab¨ªan sido sus aliados naturales.
Francisco Umbral hab¨ªa nacido en Madrid en 1932. El oscuro natalicio, producto del amor, como se narra en los melodramas, fue uno de sus traumas que no logr¨® asumir. ?Madre soltera? ?Qu¨¦ pasa, Rouco Varela? Hoy ese hecho puede ser un timbre de gloria. La imposibilidad de ser educado en una escuela p¨²blica, el hecho de que su madre se tuviera que enmascarar de t¨ªa carnal y le ense?ara a leer, a escribir, a elegir libros llev¨¢ndolo en secreto de la mano a la cultura en medio de la miseria moral provinciana es parte de su mitolog¨ªa. Basta con eso para tenerle admiraci¨®n y no por los m¨¢ximos galardones literarios, el Pr¨ªncipe de Asturias, el Cervantes, con que fue coronado. Se le hurt¨® la Academia, pero se veng¨® escribiendo mejor que ninguno. Muri¨® el 28 de un t¨®rrido agosto de 2007 en el Madrid al que hab¨ªa conquistado tambi¨¦n como una forma de venganza.
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