El caso de Avellaneda: lo que sabemos y lo que ignoramos
El continuador de la novela de Cervantes rezuma mezquindad intelectual y mala leche
Pocos enigmas m¨¢s tontos, m¨¢s vanos, que la identidad del fingido "Alonso Fern¨¢ndez de Avellaneda¡±, a cuyo nombre apareci¨®, en 1614, hace ahora 400 a?os, una continuaci¨®n del primer Quijote (1605) de Cervantes. El libro cay¨® enseguida en el desde?oso olvido que se merec¨ªa y no volvi¨® a estamparse hasta 1732, luego hasta 1805 y en contadas ocasiones posteriores. El honrado lector de a pie que se ha conmovido y desternillado con las andanzas del inmortal Quijano y su escudero puede entretenerse un rato con el ap¨®crifo, en particular cuando le descubre alg¨²n eco acertado del original, pero con mayor frecuencia se sentir¨¢ irritado por la tosquedad y la soser¨ªa de la imitaci¨®n.
El caso es que con Avellaneda se ha gastado m¨¢s papel en estudios que en ediciones y que frente al n¨²mero menguad¨ªsimo de ¨¦stas la bibliograf¨ªa registra multitud de aqu¨¦llos, por el estilo de Qui¨¦n no pudo ser Avellaneda, El crimen de Avellaneda, Las treinta casualidades que hacen sea Alonso de Ledesma el autor del falso Quijote¡ e incluso Lo que debe leer detenidamente el que intente descubrir al falso Alonso Fern¨¢ndez de Avellaneda. ?Discreto encanto de la curiosidad e inevitable hast¨ªo de la erudici¨®n! Porque de Avellaneda sabemos casi todo lo que vale la pena saber.
Una novela convencional puede leerse como si no tuviera narrador, como si la propia historia se nos presentase directamente a s¨ª misma, pero no es menos com¨²n la necesidad de irla refiriendo a una persona, personaje o personalidad, real o ficticia. De la persona biogr¨¢fica de Avellaneda s¨®lo alcanzamos lo que Cervantes cre¨ªa entrever: que bajo tal nombre se agazapaba "un aragon¨¦s, que ¨¦l dice ser natural de Tordesillas".
En cambio, abundantes particulares del libro nos dibujan el personaje o la personalidad del autor. Era, a grandes rasgos, un t¨ªpico romancista (as¨ª se los llamaba), buen conocedor de la literatura espa?ola y no malo de la italiana, y amigo de darse humos con latinajos sacros y profanos espigados en las compilaciones de lugares comunes. Idolatraba a Lope de Vega y compart¨ªa con ¨¦l no ya la suspicacia, sino la hostilidad hacia Cervantes, de cuya manquedad se burlaba asegurando que ten¨ªa "m¨¢s lengua que manos", am¨¦n de estar "falto de amigos", repugnar a los grandes se?ores y (no sin atisbos de verdad) arrastrar unos cuernos notorios. Sin embargo, hab¨ªa le¨ªdo el Quijote con m¨¢s atenci¨®n al detalle que su propio creador (que, por ejemplo, errar¨ªa al llamar Segunda parte a la novela de 1615, mientras el impostor rotulaba la suya exactamente como Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, que¡ es la quinta parte de sus aventuras); y el mero hecho de perge?arle una continuaci¨®n supon¨ªa, quieras que no, un homenaje.
A la visi¨®n cr¨ªtica cervantina opone una plana adhesi¨®n al orden social y pol¨ªtico de la monarqu¨ªa hisp¨¢nica
Avellaneda profesaba una religi¨®n estrecha y oscura, llena de peregrinaciones e im¨¢genes milagrosas. En el Quijote aut¨¦ntico, el protagonista se fabrica un rosario rasgando una tira del fald¨®n de la camisa y haci¨¦ndole nudos a modo de cuentas: iron¨ªa que expurg¨® la Inquisici¨®n portuguesa y el mismo autor retoc¨® en la segunda edici¨®n. Avellaneda es un fan¨¢tico de la "eficaz y f¨¢cil devoci¨®n" mariana. Si una cuesti¨®n teol¨®gica le atrae, esa es la m¨¢s popular entonces, la del libre arbitrio. Cervantes se hizo enterrar en h¨¢bito franciscano: ¨¦l es entusiasta de los dominicos. A la visi¨®n cr¨ªtica cervantina opone una plana adhesi¨®n al orden social y pol¨ªtico de la monarqu¨ªa hisp¨¢nica. Por todas partes rezuma mezquindad intelectual, rijosidad equ¨ªvoca y mala leche.
Avellaneda, en suma, era uno de tantos, un representante vulgar de la literatura y el pensamiento vulgar de la ¨¦poca. A la repetida pregunta por su identidad efectiva se han dado docenas de respuestas. Ni las mejor argumentadas, como las que atribuyen la obra al soldado Jer¨®nimo de Pasamonte o al pol¨ªgrafo Crist¨®bal Su¨¢rez de Figueroa, tienen fuerza de convicci¨®n ni nos inducen a una lectura que pida establecer v¨ªnculos significativos con un retrato del autor que no sea el elemental y obvio. No, insisto, y no es porque quiera consuelo para la ignorancia: de Avellaneda sabemos casi todo lo que vale la pena saber.
Otra cosa es que el Segundo tomo no sea digno de estudio y no plantee problemas interesantes por distintas razones. De todos ellos da puntual noticia la espl¨¦ndida edici¨®n (por el momento, no venal) reci¨¦n publicada por la Real Academia Espa?ola, con el mecenazgo de la Fundaci¨®n Aquae y al cuidado de Luis G¨®mez Canseco.
Intrigante en extremo es cuanto se refiere a la tipograf¨ªa y a la elaboraci¨®n material del volumen. Cervantes dice que "naci¨® en Tarragona", de acuerdo con el pie de imprenta que lo da por estampado all¨ª "en casa de Felipe Roberto"; pero don Quijote ve c¨®mo se imprime en Barcelona, en un taller imaginario que sin embargo no puede sino reflejar el de Sebasti¨¢n de Cormellas, "al Call". Una posibilidad no excluye la otra, se piense o no en alguna manera de colaboraci¨®n. Sacar el Segundo tomo en Catalu?a, donde la legislaci¨®n libraria era harto menos exigente que en Castilla, ayudaba a borrar pistas que condujeran a la identificaci¨®n del ap¨®crifo. Hacia la misma meta apuntar¨ªa que Cormellas estuviera especializado en sacar en Barcelona, con estricta legalidad, reediciones de libros castellanos carentes de autorizaci¨®n para el Principado; y otro tanto sugiere el que la licencia concedida para la impresi¨®n de Tarragona restringiese la circulaci¨®n a "este arzobispado".
Con tal restricci¨®n inicial debe quiz¨¢ relacionarse otra notable singularidad del mentido Quijote: la mayor parte del volumen fue objeto de dos composiciones tipogr¨¢ficas, es decir, cada p¨¢gina fue compuesta dos veces, aunque intentando y en general logrando que el resultado fuera poco menos que indistinguible. La segunda en el orden de las dos composiciones se hizo inmediatamente despu¨¦s de acabar la primera, cuando a¨²n pudieron aprovecharse algunos moldes de sus ¨²ltimos pliegos. No estamos, pues, ante dos ediciones, sino ante una sola, pero en buena medida elaborada en dos etapas sin soluci¨®n de continuidad. Es como decirnos que s¨®lo al cabo pareci¨® oportuno aumentar la tirada prevista al principio. Quiz¨¢ ello tuvo que ver con la doble cuna, tarraconense y barcelonesa, que Cervantes atribu¨ªa al libraco. O quiz¨¢ fue que los editores acabaron creyendo en el valor del Segundo tomo. Si fue as¨ª, se enga?aron.
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