Filosof¨ªa como literatura conceptual
Ignorar que la filosof¨ªa es un g¨¦nero literario ha producido muchos extrav¨ªos
Siempre que la filosof¨ªa ha tratado de emular a la ciencia ha desvirtuado su esencia originaria. Ese intento de emulaci¨®n, tan vano como fallido, explica algunos de los extrav¨ªos de las tendencias filos¨®ficas contempor¨¢neas, que parecen desconocer que, en ¨²ltimo t¨¦rmino, la filosof¨ªa es un g¨¦nero literario: es literatura conceptual.
Las ciencias de la naturaleza tienden a la especializaci¨®n y describen los procesos repetitivos de una regi¨®n espec¨ªfica del mundo, mientras que la filosof¨ªa est¨¢ llamada a hacerse cargo del todo del mundo y se pregunta por el ¡°ser¡± de ¨¦ste (aquello que lo hace inteligible), no por las particularidades de los entes que lo componen. Y a¨²n m¨¢s importante, la verdad de las ciencias reside en su verificaci¨®n emp¨ªrica en el laboratorio o en el experimento, una validaci¨®n replicable tantas veces como se quiera si se repiten las condiciones dadas, mientras que la filosof¨ªa nunca, nunca, ha sido ni puede ser sometida a verificaci¨®n emp¨ªrica, como tampoco lo han sido ni lo pueden ser la poes¨ªa, la novela o el teatro.
?De qu¨¦ naturaleza es, pues, la verdad de la filosof¨ªa de Plat¨®n, Locke, Kant o Bergson? De exactamente la misma que las obras de Homero, S¨®focles, Dante, Shakespeare o Tolst¨®i. Estos nombres siguen siendo nuestros contempor¨¢neos a despecho del tiempo transcurrido desde que escribieron lo suyo porque la lectura de las literaturas de unos y de otros, fil¨®sofos y poetas por igual, sin distinci¨®n en este aspecto, es todav¨ªa hoy fecunda y significativa para nosotros. De modo que lo que el laboratorio es para la ciencia, lo es para la literatura (incluida la filosof¨ªa), ese aplauso continuado y sostenido durante siglos que las personas dotadas de buen gusto dedican a una obra maestra de la imaginaci¨®n. En resumen, el laboratorio de las humanidades se halla en ese consenso trenzado por generaciones acerca de la excelencia de dicha obra y de su indeclinable actualidad.
De la naturaleza literaria de la filosof¨ªa se siguen dos consecuencias para ¨¦sta.
El verdadero fil¨®sofo, como el novelista, se dirige a la persona com¨²n, no especializada, y aborda en su filosof¨ªa las cuestiones generales que conciernen a ¨¦sta, que son las de todos
La primera se refiere al estilo. Cuando la filosof¨ªa aspira a ser una ciencia, imita su lenguaje codificado, jerga reservada a iniciados, tan alejada de ese lenguaje natural usado, por ejemplo, por Plat¨®n en sus di¨¢logos o por Descartes en esa deliciosa pieza autobiogr¨¢fica que es el Discurso del m¨¦todo. Lenguaje natural, s¨ª, pero de estilo elevado, elegante y bello, literariamente eficaz. Si la verdad de la filosof¨ªa pende de la aceptaci¨®n de los lectores, que se convencen por la fuerza puramente ling¨¹¨ªstica de lo escrito y sin prueba emp¨ªrica que lo corrobore, el fil¨®sofo ha de desarrollar un sentido po¨¦tico para juntar palabras ¡ªcomo el compositor para juntar notas o el pintor para combinar l¨ªneas y colores¡ª y, una vez juntadas, para usar con destreza los recursos ret¨®ricos disponibles a fin de producir un texto capaz de mover al lector y captar su asentimiento intelectual. Este cuidado por el estilo supone un esfuerzo adicional para el fil¨®sofo, pero a?ade encanto y sugesti¨®n a su obra, pues, como dijo Samuel Johnson, ¡°what is written without effort is in general read without pleasure¡±.
La segunda de las consecuencias tiene que ver con el contenido. Los novelistas ?escriben sus novelas para que las lean s¨®lo otros novelistas? No. Pues de igual forma no hay raz¨®n para pensar que un fil¨®sofo ha de escribir su literatura para entretenimiento o solaz exclusivamente de otros fil¨®sofos como ¨¦l, enredados en debates librescos. El verdadero fil¨®sofo, como el novelista, se dirige a la persona com¨²n, no especializada, y aborda en su filosof¨ªa las cuestiones generales que conciernen a ¨¦sta, que son las de todos. Aunque se informa de lo que ha dicho la tradici¨®n filos¨®fica a trav¨¦s de los libros, luego la entera tradici¨®n se pone al servicio de la dilucidaci¨®n del enigma de vivir porque su discurso no gira en torno a los prestigiosos t¨ªtulos que componen el canon, sino en torno a c¨®mo hacer m¨¢s sabia nuestra vida, m¨¢s consciente, m¨¢s entusiasmada, m¨¢s significativa, m¨¢s digna de ser vivida. Dice Hegel que ¡°filosof¨ªa es el propio tiempo captado por el pensamiento¡± y, en efecto, la filosof¨ªa convida a una mejor comprensi¨®n del tiempo que vivimos y que somos, haciendo m¨¢s luminosa la experiencia de nuestra mortalidad. Como si anduvi¨¦ramos a tientas por la habitaci¨®n chocando con los muebles y de pronto prendi¨¦ramos la luz del interruptor: nada cambia fuera, pero todo se ve mejor y eso nos cambia por dentro.
Por supuesto que hay diferencias entre la literatura po¨¦tica y la filosof¨ªa, aunque ambas nacen de una primera visi¨®n originaria que desencadena una emoci¨®n y un eros, el sustrato del quehacer filos¨®fico, como record¨® Scheler. Por usar la conocida dicotom¨ªa de Wittgenstein, la poes¨ªa muestra, mientras que la filosof¨ªa dice. Es decir, la poes¨ªa conmemora el mundo mientras que la filosof¨ªa lo define. Y este intento de apresar el mundo en una definici¨®n y de convertir el eros en idea, exige lo que tambi¨¦n Hegel llam¨® el ¡°duro trabajo en el concepto¡±.
Muy joven, esboz¨® Hume un breve art¨ªculo, De escribir ensayos, que luego no incluy¨® en la reuni¨®n posterior de sus escritos. All¨ª distingue entre eruditos (que buscan la verdad en soledad) y conversadores (que experimentan el placer de exponerla en sociedad). Lamenta la separaci¨®n en su tiempo entre unos y otros, lo que da lugar a esa filosof¨ªa sin placer ni experiencia, cultivada por hombres carentes de modales y de gusto por la vida, de un lado; y de otro, a esa conversaci¨®n abocada a la ch¨¢chara interminable y tediosa. Hume se presenta como un ciudadano del Estado de la erudici¨®n enviado como embajador al reino de la conversaci¨®n.
Como Hume, nosotros.
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