Al infierno con la cultura
Wim Wenders dijo que no habr¨ªa alivio mayor que prescindir de lo intelectual Hoy se impone un saber horizontal y colaborativo, el conocimiento de la muchedumbre
La escritora Susan Sontag y el director de cine alem¨¢n Wim Wenders se encontraron en Los ?ngeles a finales de los a?os noventa, donde ¨¦l se propon¨ªa residir una temporada. Entonces ella ¡ªsiempre tan brusca¡ª le espet¨®: ¡°?Pero c¨®mo usted, una persona culta, puede soportar vivir en un pa¨ªs donde no hay cultura?¡±. Y Wenders le respondi¨®. ¡°?Que no hay cultura? ?Imagina usted un alivio mayor que vivir un mundo sin cultura?¡±.
Muchos de nosotros, m¨¢s o menos afines a Wenders, comprendemos bien ese desahogo tan sano como sosegante. Fin del carcelario mundo de la estirpe culta y sus sanedrines de cultura. Liberaci¨®n del penitenciario culto a la cultura.
De hecho una cosa es cultivarse y otra culturizarse. En la Grecia cl¨¢sica y democr¨¢tica no se entend¨ªa por cultura una acumulaci¨®n personal de saberes. La poblaci¨®n compart¨ªa un gusto, una sensibilidad y un comportamiento que favorec¨ªan la convivencia y su tolerancia. Esto ser¨ªa la cultura invisible, ingr¨¢vida y ambiental. Nada de santuarios ni de hierofantes. La aut¨¦ntica cultura ser¨ªa idealmente lo que se derivar¨ªa de una educaci¨®n integral y recibida al hilo de un aprendizaje c¨ªvico. Una educaci¨®n que no se apoyara ante todo en los saberes de los libros de texto (con sus ¡°disciplinas¡±), sino en una formaci¨®n que incluir¨ªa tanto el respeto a los dem¨¢s como la capacidad para afrontar mejor las adversidades, la incomprensi¨®n, el ¨¦xito o incluso la expectativa de la muerte. Los individuos ser¨ªan as¨ª cultos no en cuanto a feligreses empapuzados de nombres y notas, sino en cuanto perfeccionados ciudadanos de una convivencia tolerante y saludable.
Estados Unidos no es ejemplar en todos los casos ¡ªni mucho menos¡ª, pero posee de forma nativa un sentir democr¨¢tico que rechaza tanto las imposiciones jer¨¢rquicas (gubernamentales) y el dudoso tono intelectualoide. Un negro, un homosexual, una mujer o un minusv¨¢lido pueden ser presidentes norteamericanos, pero un intelectual nunca. Un intelectual es la antifigura de la presidencia norteamericana, y de hecho las murmuraciones que han buscado descalificar a Obama durante estos a?os han venido afirmando que naci¨® en Kenia, que practica el islam y que se trata de un intelectual, tan sospechoso como peligroso para el sistema.
Los buenos presidentes norteamericanos han de ser, por el contrario, tan sencillos y tan pragm¨¢ticos como el ciudadano com¨²n, porque un hombre no ser¨¢ completamente de fiar si no es capaz de reparar una aver¨ªa dom¨¦stica, arreglar el tejado y cortar el c¨¦sped.
De los dos modos de entender el t¨¦rmino cultura (como culto o como cultivo) se deduce que tanto T. S. Eliot como Henry James dejaran Estados Unidos para exilarse a Londres. Estados Unidos, su patria, les parec¨ªa un territorio demasiado secular mientras en Europa la cultura pose¨ªa ese rango sacramental que adorna a los dramaturgos, poetas, m¨²sicos y novelistas eximios. Son, en efecto, adorados como creadores, directas derivaciones del Creador. Y son capaces de lograr que un arrogante Napole¨®n cayera de hinojos ante la presencia de Victor Hugo.
En Francia, tras la Ilustraci¨®n, se pas¨® del respeto a los sacerdotes al de los artistas, y a lo largo del siglo XIX el artista fue un personaje elegido a la manera de Jesucristo. A la manera de Jesucristo, sufr¨ªa para extraer miel salv¨ªfica de su dolor. Y as¨ª, el artista sufr¨ªa pintando, escribiendo, componiendo, pero adem¨¢s enfermaba de hambre, contra¨ªa la s¨ªfilis, se alcoholizaba, viv¨ªa como un pobre a imagen y semejanza del Hijo de Dios.
Los a?os tan inquietantes, depresivos y ca¨®ticos que discurrieron entre las dos guerras mundiales sirvieron para hacerles perder una parte de su unci¨®n y para extender un sistema convulso que benefici¨® a los l¨ªderes nacionalistas o revolucionarios imbuidos de delirios fascistas.
?Y ahora? Ahora, con las redes sociales, han impuesto un saber horizontal y colaborativo que crecientemente se ha conocido como ¡°el saber de la muchedumbre¡± (The wisdom of crowds). Este saber no brota de una mente, sino de una promiscua y conectada multitud.
Para un mundo progresivamente complejo como el presente no basta el cr¨¢neo de nadie por grande que fuera su aforo cerebral. Las empresas colaboran cruzando continentes; los consejos que rigen las compa?¨ªas m¨¢s pr¨®speras se componen de gentes de diferentes razas, ciencias y culturas, y, por supuesto, de dos o m¨¢s sexos. No es el feminismo quien dirige sobre todo la operaci¨®n contra el ¡°techo de cristal¡±, sino que otros puntos de vista (femeninos y masculinos) son necesarios para afrontar la cristalizada complicaci¨®n de las cosas, enteras o hechas a?icos.
?Las cosas? Ahora se habla de ¡°el Internet de las cosas¡±, y esto no es m¨¢s que el continuo intercambio, con o sin dinero convencional, de mercanc¨ªas, prendas, pr¨¦stamos, conocimientos, tiempos y aptitudes entre los miles de millones de corazones y cerebros diferentes interconectados a la Red.
De modo que no es ya el saber de un lumbreras quien ilumina un problema, sino la menuda luz de muchos leds. Ciertamente el Premio Nobel sigue d¨¢ndose a una o un tr¨ªo de personas, pero muchos art¨ªculos de las revistas cient¨ªficas vienen firmados hasta por un centenar de investigadores. Igualmente los dise?os de los coches, de las casas, de los muebles o la ropa no son obra de un creador visionario, sino de la activa colaboraci¨®n de muchos puntos de vista.
?La escuela? No hay saber transmisible sin colaboraci¨®n. As¨ª como el conocimiento avanza por estratos que se metamorfosean hasta otro nivel, el profesor no alcanzar¨¢ a inculcar nada si no se involucra en la actualidad (gustos, deseos, aficiones, preferencias e intereses) del alumno. No hay un saber superior que se imparte como desde la cima y con sangre entra, sino un saber difundido que, como las notas de un perfume, propaga el aire del tiempo. La f¨®rmula, de otra parte, es la misma que tiende a regir la relaci¨®n entre pa¨ªses o imperios, entre regiones y vecindarios, entre hombres, mujeres, ni?os, perros y gatos. Fin de la jerarqu¨ªa. Descr¨¦dito de las instituciones. Fin del culto cultural, con casta o sin ella de por medio. El mundo avanza a la manera de un cultivo que se extiende y crece como una epidemia horizontal. Ocaso pues del mandam¨¢s, del iluminado y del mes¨ªas. Superdotados todos gracias al plus de intercambiar saberes y esfuerzos.
?Un mundo sin cultura? Hace m¨¢s de medio siglo, Herbert Read (destacado poeta, editor, te¨®rico de la educaci¨®n y reformista social) public¨® un libro de ensayos (C¨¢tedra) que titul¨® Al infierno con la cultura. De esos fuegos tremendos vendr¨ªan, pues, estas amigables luces.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.