Contar lo min¨²sculo
Julio Ram¨®n Ribeyro convirti¨® lo personal en gesta. Una biograf¨ªa nos hace entender que no es hombre de listas
F¨ªjense en el caso de Julio Ram¨®n Ribeyro. ?Qui¨¦n le iba a decir que un conjunto de apuntes sobre la existencia cotidiana se convertir¨ªa en el n¨²cleo de su obra? Lo perif¨¦rico transform¨¢ndose en central, como en la vida. Si adem¨¢s lo perif¨¦rico lleva por t¨ªtulo La tentaci¨®n del fracaso, no hay mucho m¨¢s que a?adir, gran t¨ªtulo. Entonces, y para aligerar, demos por supuesto que Ribeyro es uno de los grandes del siglo XX, aunque probablemente no figure en ning¨²n ranking de los diez primeros. Tambi¨¦n es verdad que si le preguntas al autor del ranking se golpear¨¢ la frente:
¡ª?Ah, s¨ª, Ribeyro!
Te dir¨¢ que claro, que habr¨ªa que hacerle un hueco como a un pariente llegado de provincias. Pero quiz¨¢ a continuaci¨®n se corrija. Despu¨¦s de todo, qu¨¦ rayos hace Ribeyro en una lista. Pues lo mismo que har¨ªa Felisberto Hern¨¢ndez recibiendo el Nobel: el rid¨ªculo. Pasa algo raro con Ribeyro. Quiz¨¢ usted no lo haya le¨ªdo. Despu¨¦s de todo es peruano y, para literatura peruana, tenemos a Vargas Llosa. Ya se sabe: de Madrid, el cocido; de Valencia, la paella; de M¨¦xico, Octavio Paz, y as¨ª de forma sucesiva, para probar un poco de todo.
Bueno, pues Ribeyro escribi¨®, entre otros libros, el titulado La tentaci¨®n del fracaso. Lo escrib¨ªa mientras fracasaba, como si hubiera ca¨ªdo en ella. El libro es una contabilidad de lo min¨²sculo. Aqu¨ª el debe, aqu¨ª el haber, que casi nunca cuadran. Lo que hac¨ªa un lunes cualquiera: fumar, beber, ir del dormitorio a la cocina y de la cocina al sal¨®n. Darle vueltas al asunto este de la literatura, en qu¨¦ rayos consiste escribir, por qu¨¦ el ¨¦xito, por qu¨¦ no. Un poco tambi¨¦n del trabajo: Ribeyro fue funcionario toda la vida. Un funcionario arquet¨ªpico: fumaba sin parar, beb¨ªa caf¨¦, mucho, y tomaba cantidades legendarias de alcohol. Otro poco de la familia: el hijo (Julito), la esposa (Alida), quiz¨¢ tambi¨¦n los padres, los hermanos, no s¨¦, tengo la ¨²ltima lectura un poco antigua.
Viv¨ªa dentro de su propio negociado como el subsecretario vive en el suyo. No hay nada que contar, en fin. Pero ¨¦l lo cuenta de un modo estremecedor en La tentaci¨®n del fracaso
Todos estos asuntos de car¨¢cter dom¨¦stico, una vez sumados y por obra y gracia de una prosa infrecuente, devienen en una verdadera gesta. La pereza de Ribeyro es hom¨¦rica; sus miedos, sobrehumanos; su perplejidad, tit¨¢nica. No puedes cerrar el libro una vez abierto, aunque sea fiesta de guardar. Es una vida apasionante en su insignificancia. Porque est¨¢n las enfermedades tambi¨¦n, se nos hab¨ªan olvidado las enfermedades. Ese dolor fantasma del hipocondriaco que cada d¨ªa se manifiesta en una de las habitaciones del cuerpo. Est¨¢n las malas digestiones, met¨¢fora muchas veces del arrepentimiento. El ardor de est¨®mago, el reflujo gastroesof¨¢gico, todo eso, en fin, con sus remedios, sus intervenciones, con su procedimiento para evitarlo o aminorarlo.
Esa es la biograf¨ªa de Ribeyro. No estuvo en la guerra, no caz¨® elefantes en ?frica, no se tir¨® en paraca¨ªdas. Por no hacer, no hizo ni el Camino de Santiago. Viv¨ªa dentro de su propio negociado como el subsecretario vive en el suyo. No hay nada que contar, en fin. Pero ¨¦l lo cuenta de un modo estremecedor en La tentaci¨®n del fracaso, y ahora ha venido a contarlo tambi¨¦n Daniel Titinger en Un hombre flaco.
La pereza de Ribeyro es hom¨¦rica; sus miedos, sobrehumanos; su perplejidad, tit¨¢nica
Titinger es un periodista de trayectoria cardinal y gran olfato. No ha pretendido escribir una biograf¨ªa, sino un perfil cuya t¨¦cnica compite con la del Ribeyro de La tentaci¨®n del fracaso. Entend¨¢monos: ha puesto el o¨ªdo en la periferia del autor, esa periferia que se transform¨® en central. Y nos ha contado, por ejemplo, que Ribeyro ten¨ªa un m¨¦todo para cada cosa: un m¨¦todo para fumar, para beber, para comer, un m¨¦todo para apostar a la ruleta... Tambi¨¦n que sufr¨ªa de prognatismo, que ten¨ªa mala suerte con las erratas, que, seg¨²n algunos, era un poco ps¨ªquico. Titinger nos ha hecho, a base de fragmentos tomados de su viuda, de su hijo, de sus amigos y enemigos, un retrato que no puedes dejar de mirar una vez que has puesto el ojo sobre ¨¦l. Ley¨¦ndolo, comprendemos que Ribeyro no sea un autor de listas.
Un hombre flaco, de Daniel Titinger, ha sido publicado por Ediciones Universidad Diego Portales.
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