Tan contempor¨¢neo como un rascacielos
Mathias Goeritz, creador raro e incansable, detestaba casi todo el arte de su ¨¦poca. El alem¨¢n revitaliz¨® la pr¨¢ctica de la escultura y la arquitectura en M¨¦xico
¡°Contempor¨¢neo como un rascacielos y antiguo como tu pebetero esenio; dada¨ªsta y una especie de mocho medieval¡±. As¨ª describ¨ªa el escritor y soci¨®logo guatemalteco Mario Monteforte Toledo a su buen amigo Mathias Goeritz. M¨¢s all¨¢ del tono chusco, la descripci¨®n de este artista raro e incansable parece exacta. En efecto, Goeritz era un ¡°personaje contradictorio¡±; lo cual no hac¨ªa sino enriquecer su trabajo, pues ah¨ª pod¨ªan confluir tranquilamente asuntos e ideas que parecer¨ªan en extremo discordantes, como por ejemplo la m¨ªstica y el constructivismo ruso. En el fondo, algo un¨ªa esos intereses en apariencia dispares; algo que Goeritz busc¨® toda su vida, y que encontr¨®, ya fuera en los dibujos de Paul Klee, las torres de San Gimignano o las pinturas de la cueva de Altamira: una suerte de esencialidad, de mezcla de ¡°aurora y vestigio¡±, como describi¨® la obra del propio Goeritz el cr¨ªtico Eduardo Westerdahl, que pudiera llevar al arte por un nuevo camino, libre de superfluidades. Una vuelta a un punto cero, desde el cual ser¨ªa posible ¡°rectificar a fondo todos los valores establecidos¡±, seg¨²n anot¨® Goeritz en el panfleto de 1960 Estoy harto. Y es que no s¨®lo estaba harto, como ¨¦l dec¨ªa, ¡°de la gloria del d¨ªa, de la moda del momento del bluff y de la broma art¨ªstica de los conceptos inflados, de la aburrid¨ªsima propaganda de los ismos y de los istas, figurativos o abstractos¡±, sino que tambi¨¦n resent¨ªa ¡°la pretenciosa imposici¨®n de la l¨®gica y de la raz¨®n¡±, ¡°el funcionalismo¡±, ¡°el c¨¢lculo decorativo¡± y hasta ¡°el griter¨ªo de un arte de la deformaci¨®n, de las manchas, de los trapos viejos y pedazos de basura¡±. En pocas palabras, detestaba casi todo el arte de su ¨¦poca, y el remedio, le parec¨ªa, estaba justamente en encontrar la manera de darle la vuelta a cada cosa: s¨ª hacer arquitectura moderna pero no funcional; s¨ª seguir pintando, pero sin caer en el expresionismo gratuito, en la copia, el virtuosismo vac¨ªo; s¨ª hacer arte, pues, pero con un sentido muy puntual: provocar alg¨²n cambio en el mundo, aunque fuera m¨ªnimo. Para Goeritz, la preocupaci¨®n primordial del artista era ¨¦tica antes que est¨¦tica. El trabajo del artista era servir a los dem¨¢s. ¡°Si no lo creyera¡±, le dijo a Monteforte, ¡°no seguir¨ªa trabajando a pesar de los problemas que me da convencer a quienes pagan de hacer obras grandes integradas al espacio y a la vida de la gente en la calle¡±.
La vida de Mathias Goeritz estuvo siempre marcada por los desplazamientos. El primero, un recorrido geogr¨¢fico, que lo llev¨® de Alemania (o, en realidad, lo que hoy es Polonia, pues naci¨® en 1915 en la ef¨ªmera ciudad de D¨¢nzig) hasta M¨¦xico, pasando por Marruecos y Espa?a, donde descubri¨® la llamada Capilla Sixtina de la Prehistoria; hallazgo que lo llev¨® a fundar, casi a unos pasos de la famosa cueva, la Escuela de Altamira, proyecto que imagin¨® junto a otros artistas como ¡°la ant¨ªtesis de San Fernando, la augusta y conservadora instituci¨®n¡±. M¨¢s a¨²n, fue all¨ª donde Goeritz decidi¨® que esas pinturas, ¡°incre¨ªblemente modernas¡±, eran exactamente lo que quer¨ªa hacer en adelante. Unos a?os antes hab¨ªa comenzado a pintar, pero siempre apegado a lo que hac¨ªan otros: Mir¨® y Chagall, por ejemplo. Altamira le revel¨® la manera de alcanzar una s¨ªntesis donde ¡°naturaleza y abstracci¨®n, materia y esp¨ªritu, raz¨®n y sentimiento¡± pod¨ªan unirse. Una posibilidad ¡ªesta de la ¡°abstracci¨®n natural¡±, como le dec¨ªa ¨¦l¡ª que se ver¨ªa, adem¨¢s, confirmada por las muestras de arte prehisp¨¢nico con las que Goeritz entr¨® en contacto al poco tiempo de llegar a M¨¦xico, lugar al que viaj¨®, en 1949, invitado a impartir el seminario de educaci¨®n visual en la Escuela de Arquitectura de Guadalajara. M¨¦xico le provoc¨® una ¡°adicci¨®n¡± de la que nunca se repuso: fue all¨ª donde llev¨® a cabo el grueso de su obra art¨ªstica y donde finalmente muri¨®, en 1990.
Pero adem¨¢s de ese periplo por el mundo, Goeritz experiment¨® otro tipo de desplazamiento que lo fue llevando lentamente de la pintura a la escultura, desde la cual terminar¨ªa dando m¨¢s adelante el salto, asombrosamente l¨®gico, hacia la arquitectura ¡ªsin jam¨¢s haberla estudiado¡ª. Un trayecto que no podr¨ªa explicarse sin entender la transformaci¨®n que en simult¨¢neo sufri¨® su relaci¨®n con el arte, y ciertamente con el universo, al incorporar en su trabajo ideas cada vez m¨¢s marcadamente espirituales, y pasar as¨ª de un artista enfocado en asuntos m¨¢s bien formales a un creador volcado en una especie de trascendentalismo que al final lo llevar¨ªa a hablar, ya no de obras, sino de oraciones pl¨¢sticas. ¡°Reconozco el gobierno de una m¨ªstica sobre todo lo que hago¡±, confes¨® en una entrevista tard¨ªa. S¨®lo as¨ª puede entenderse que pasara de sus primeras pinturas de trazo libre, llenas de colorido y de humor, a las esculturas donde abstracta pero abiertamente aparece representada, por ejemplo, la crucifixi¨®n ¡ªhomenaje perpetuo a su idolatrado Mathias Gr¨¹newald¡ª. Lo interesante es que un hombre que ve¨ªa en la creaci¨®n un acto religioso (¡°?menos inteligencia y m¨¢s fe!¡±, era su lema) pudiera ser al mismo tiempo endiabladamente moderno; al punto de lograr revitalizar en muchos sentidos la pr¨¢ctica de la escultura y la arquitectura en M¨¦xico. Desde luego, no es que pretendiera ¡°una feligres¨ªa de iglesia, sino recuperar una fuerza espiritual perdida¡±. Esa era la gran contradicci¨®n de la que hablaba Monteforte, que se expresaba, por ejemplo, en los libros que mantuvo siempre en su cabecera: La Biblia y La huida del tiempo, de Hugo Ball. ¡°Mitad dad¨¢ y mitad rotario¡±, le dec¨ªa su amigo.
?l nunca se vio a s¨ª mismo como un arquitecto; y es que no lo era, en sentido estricto. Era m¨¢s bien un creador al que dej¨® de interesarle ¡°pintar cuadros o esculpir figuras, por bonitos que sean¡±, pues lo que urg¨ªa era ¡°crear un ambiente nuevo de la moral art¨ªstica¡±. Esto es, un arte, ya dec¨ªamos, al servicio de la sociedad, que fuera totalmente p¨²blico y monumental. De ah¨ª que a sus famosas Torres de Sat¨¦lite muchos las tacharan de ¡°esculturotas¡±. Y, s¨ª, dec¨ªa ¨¦l, pero ¡°?qu¨¦ importa?¡±. Eran todo a la vez: pinturas, esculturas y, sobre todo, arquitectura emocional. ¡°Y me hubiera gustado colocar peque?as flautas en sus esquinas para que el viajero que pasa por la carretera oiga un extra?o canto causado por m¨²ltiples sonidos en el viento. Para que ellas tambi¨¦n sean m¨²sica¡±, escribi¨® en 1960. Esa fue, al final, su gran invenci¨®n: la noci¨®n de arquitectura emocional; un ant¨ªdoto contra la vulgaridad y el utilitarismo de buena parte de la arquitectura de su ¨¦poca. Espacios ins¨®litos, casi inservibles, pero donde el visitante pod¨ªa encontrar algo m¨¢s que paredes y techo: emociones en las cuales moverse. Si uno ve la maqueta de madera ¡ªuna escultura en toda regla¡ª que Goeritz realiz¨® para la capilla abierta del fraccionamiento Jardines del Bosque, comprende no s¨®lo lo avanzadas que eran sus propuestas (ah¨ª vemos un Richard Serra avant la lettre), sino lo generosa, delicada y casi heroica que era su concepci¨®n de lo que deb¨ªa ser el futuro del arte.
El retorno de la serpiente. Mathias Goeritz y la invenci¨®n de la arquitectura emocional. Museo Reina Sof¨ªa. Santa Isabel, 52. Madrid. Hasta el 13 de abril.
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