Un estratega
Lara ve¨ªa su trayectoria con gratitud, porque le hab¨ªa permitido tratar a muchos escritores
Hace un mont¨®n de a?os, en una colecci¨®n de cl¨¢sicos que Planeta editaba en bolsillo para estudiantes y al alcance de todas las econom¨ªas, apareci¨® Guerra y paz, alguien tuvo la osad¨ªa de encargarme el pr¨®logo y yo la de escribirlo. Era consciente de tener entre mis manos una obra cumbre de la literatura y, al mismo tiempo, una gota en el oc¨¦ano de libros que formaban el grupo editorial. Una virtud de Jos¨¦ Manuel Lara fue no perder nunca de vista esta dualidad, la insignificancia material de un libro y la enorme importancia de su contenido.
Los grandes estrategas que protagonizan Guerra y paz comparten esta virtud: estudian el mapa de un continente, reconocen el terreno, comparan el potencial propio con el de sus rivales, pero saben que, en definitiva, el ¨¦xito o el fracaso de la campa?a depender¨¢ del comportamiento de cada soldado de su inmenso ej¨¦rcito; que unos caer¨¢n en la primera escaramuza y otros conquistar¨¢n tierras y medallas, pero que ninguno har¨¢ nada si no le mueve una extraordinaria motivaci¨®n personal, y que ¨¦sta es la principal labor del estratega.
La comparaci¨®n no me parece fuera de lugar. Prodigar elogios a un difunto no es adular cuando a su destinatario ya le separa de la adulaci¨®n un abismo infranqueable. Resaltar sus cualidades viene a ser un mensaje de los vivos a los vivos, un intento de concretar la memoria dispersa, de hacer balance provisional de su legado.
Guardo las cartas que Jos¨¦ Manuel me escrib¨ªa, siempre a mano, despu¨¦s de haber le¨ªdo alg¨²n libro m¨ªo. Cartas breves, directas, inteligentes y sinceras; cartas de un buen lector y un amigo, sin m¨¢s inter¨¦s que dar una opini¨®n y expresar estima. En un empresario como Jos¨¦ Manuel Lara, casi una excentricidad. No creo que se diera cuenta de lo que significaba este detalle. Yo s¨ª, naturalmente.
La ¨²ltima vez que tuvimos ocasi¨®n de hablar mano a mano, cosa poco frecuente en una persona absorbida por sus ocupaciones, la conversaci¨®n gir¨®, como no pod¨ªa ser de otro modo, en torno a su enfermedad. No se hac¨ªa ilusiones respecto a su futuro y, respecto a su pasado, me dijo que contemplaba su trayectoria con satisfacci¨®n y gratitud, porque le hab¨ªa permitido conocer y tratar a muchos escritores. No se refiri¨® al aspecto econ¨®mico, sino a esta faceta casi humilde. No me daba coba. No ten¨ªa por qu¨¦ hacerlo. Nos conoc¨ªamos desde antes de ser ¨¦l editor y yo escritor y siempre mantuvimos un trato personal basado en el afecto. Y en todos los terrenos yo le debo a ¨¦l m¨¢s que ¨¦l a m¨ª. En sus palabras no hab¨ªa teatralidad, ni siquiera cortes¨ªa: Jos¨¦ Manuel, como los grandes estrategas, respetaba y amaba a los libros y a quienes, bien o mal, los escribimos.
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