Resistiendo a los b¨¢rbaros
Cuenta alguien que ha sido horrorizado testigo del v¨ªdeo en el que abrasan vivo a un se?or jordano al que hab¨ªan enjaulado previamente (hay que tener est¨®mago para contemplarlo, el hardcore no es simulado, las bestias fundamentalistas adem¨¢s de crear terror pretenden crear espect¨¢culo para s¨¢dicos), que est¨¢ rodado con depurada t¨¦cnica, con pretensiones est¨¦ticas. Con el tiempo acabar¨¢n haciendo travellings, suntuosos primeros planos y los m¨¢s sofisticados movimientos de c¨¢mara para mostrar el deg¨¹ello a c¨¢mara lenta de sus rehenes, de los presuntos enemigos de su sagrada causa. O sea, del primer infiel que trinquen (o fiel, sus caprichos o su loter¨ªa siniestra deciden qui¨¦n lo es) y que ser¨¢ acusado de no s¨¦ cu¨¢ntos y variopintos tipos de pecado.
Timbuctu
Direcci¨®n: Abderrahmane Sissako. Int¨¦rpretes: Ibrahim Ahmed, Toulou Kiki, Abel Jafri, Fatoumata Diawara, Hichem Yacoubi, Kettly No?l. G¨¦nero: drama. Mauritania, 2014. Duraci¨®n: 97 minutos.
Es Timbuktu el retrato m¨¢s escalofriante y con sensaci¨®n de veracidad que he visto sobre el yihadismo; las im¨¢genes y la atm¨®sfera son de primera clase, condici¨®n indispensable para que cualquier historia merezca ser contada. Y no est¨¢ dirigida por la propaganda occidental, con sus infinitos medios y su capacidad para que las denuncias, ama?adas o no, verdaderas o manipuladas, lleguen a infinito p¨²blico, sino desde el coraz¨®n de ese infierno, con gente que parece no interpretar sino que han vivido en su propia piel esa barbarie. La dirige el mauritano Abderrahmane Sissako y est¨¢ claro que sabe de lo que habla. Tambi¨¦n consigue transmitir al espectador la furia reposada de los verdugos, el miedo de los habitantes de Tombuct¨² ante esos invasores que van a prohibirles sus eternas costumbres en nombre de Al¨¢, y porque tienen el poder de las armas o simplemente el poder, la insumisi¨®n imaginativa de algunas v¨ªctimas y la desesperada resignaci¨®n de otros, la necesidad de sobrevivir a pesar de los pesares.
La imagen inicial y la que cierra la pel¨ªcula son las de una gacela perseguida por sus divertidos cazadores. Vale como s¨ªmbolo, pero la realidad todav¨ªa es m¨¢s cruda. Tal vez no acabe en la muerte, pero s¨ª en la humillaci¨®n cotidiana, la imposici¨®n de cosas con aroma surrealista. A saber: las mujeres no s¨®lo ir¨¢n encapuchadas en p¨²blico, sino que ser¨¢ obligatorio el uso de calcetines y guantes (por si la carne roza algo impuro, imagino), estar¨¢ prohibido fumar (del alcohol ni hablemos, siempre ha sido y ser¨¢ cosa de jeques), cantar, tocar ning¨²n instrumento musical, jugar al f¨²tbol, escuchar m¨²sica y m¨¢s cosas que cualquier cerebro m¨ªnimamente amueblado juzgar¨¢ como demenciales. Con lo de follar los talibanes son m¨¢s comprensivos (imagino que con el exclusivo prop¨®sito de crear guerreros para el Alt¨ªsimo), pero si las tentaciones de la carne ceden al adulterio, enterrar¨¢n en un hoyo a los fornicadores y se los cargar¨¢n a pedradas.
Sissako habla con enorme poder de observaci¨®n, con un realismo doloroso, aunque tambi¨¦n sepa utilizar inteligentemente la elipsis ante determinadas salvajadas, de este cat¨¢logo de infamias impuestas. Lo hace rodeando la historia de una entra?able familia de tuaregs condenados a la tragedia, aceptada con determinismo y sin gestos enf¨¢ticos.
Es gozoso que esta pel¨ªcula la haya realizado un musulm¨¢n tan inteligente como indignado, tan humano como representativo de que no todo est¨¢ perdido en la rebeld¨ªa de muchos fieles del islam contra la intolerancia y el deber de derramar sangre impura. La exhibici¨®n de esta pel¨ªcula ha sido amenazada. Normal, misi¨®n cumplida. Y sobre todo, con arte.
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