El placer de la novela
La discusi¨®n sobre si la novela ha muerto o est¨¢ en la UVI resurge cada cierto tiempo
La discusi¨®n sobre si la novela ha muerto o est¨¢ en la UVI, esperando que la desconecten del respirador mec¨¢nico, resurge cada cierto tiempo desde hace ya bastantes a?os. La alientan por lo general algunos novelistas que intentan dejar el vicio o que no consiguen repetir sus ¨¦xitos de anta?o; se les unen otros que se empe?an en imponer al g¨¦nero innovaciones perentorias para que recupere su fuerza juvenil perdida, como la inyecci¨®n de grandes dosis de cr¨®nica ver¨ªdica a la ficci¨®n, de modo que no sepamos si lo que leemos es f¨¢bula o una cr¨®nica period¨ªstica muy sofisticada; algunos a?aden que lo que ha muerto es la novela decimon¨®nica (les apoya la evidencia de que el siglo XIX no tiene supervivientes) y sus convenciones narrativas, el narrador omnisciente, la descripci¨®n exhaustiva de paisajes y personajes, etc¡: para ser un novelista vivo basta con no ser Flaubert o Tolst¨®i, que ya murieron. Los hay finalmente que excusan el fallecimiento como inevitable, porque va acompa?ado de otros muchos, como el de la poes¨ªa, el ensayo, la plegaria¡ dado que lo ¨²nico que queda es el fluir interactivo de palabras y emoticonos a trav¨¦s de la red, que ora es verso, ora prosa, ora defecaci¨®n o balbuceo, y ¨®rale¡
Sin duda es dif¨ªcil tomarle el pulso a un g¨¦nero literario que tanto incluye entre sus art¨ªfices a Zane Grey como a Philippe Sollers. A m¨ª, que disfruto con ambos y muchos de los intermedios, me parecen sugestivas las reflexiones que aporta Fernando Aramburu sobre la cuesti¨®n entre otras delicias de su Las letras entornadas (Tusquets), un libro que no es una novela ¡ªaunque puede que s¨ª¡ª donde se?ala que, como la gente tiene hambre de historias escritas, filmadas o contadas de viva voz, ¡°el muerto vive y seguir¨¢ exhibiendo su vitalidad y su lozan¨ªa mientras persista una multitud ¨¢vida de narraciones¡±. El certificado de defunci¨®n de la novela solo podr¨ªan extenderlo sus destinatarios, no los propios creadores aburridos ni mucho menos los gacetilleros quisquillosos¡
Como soy uno de ellos, impenitente, recuerdo al antes invocado Zane Grey, pero tambi¨¦n a sus hermanos menores del western hisp¨¢nico Jos¨¦ Mallorqu¨ª, Marcial Lafuente Estefan¨ªa o Silver Kane. Esas galopadas y tiroteos disfrutadas con humilde fascinaci¨®n en el metro o el autob¨²s por lectores que no hab¨ªan hecho cursos de literatura comparada. El imaginario del Oeste les hizo gozar tanto como en la pantalla nos deleit¨® John Ford, otro narrador de vibrante pureza. Pues bien, esa dicha no es incompatible con la mayor calidad expresiva. Hace poco acab¨¦ de leer Apaches, el ¨²ltimo episodio de la trilog¨ªa de Oakley Hall sobre el Oeste precedida por Warlock y Badlands (las tres publicadas por Galaxia Gutenberg). Pueden leerse por separado, aunque se complementan, y me siento incapaz de decir cual es mejor: perfectas en su trama, inolvidables en sus personajes, ricas en momentos felices o angustiosos de emoci¨®n, insuperables en su pulso narrativo y en la riqueza sin afectaci¨®n de su prosa. Mientras sigan escribi¨¦ndose novelas as¨ª, todo lo que se afirme de la muerte del g¨¦nero sonar¨¢ a palabrer¨ªa y esnobismo. O quiz¨¢ mientras queden para esos libros lectores de mi misma cofrad¨ªa¡
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